32. KIHYUN

17 8 0
                                    

DIEZ CAMPANADAS Y MEDIA


—¿Cuánto tiempo vamos a seguir esperando? —preguntó un hombre vestido con terciopelo color vino. Los guardias lo ignoraron, pero los demás invitados apiñados junto a la entrada con Kihyun gruñeron de frustración—. He gastado mucho dinero para venir aquí, y no ha sido para pasar todo el tiempo junto a la puerta principal.

El guardia más cercano recitó con voz aburrida y monótona:

—Los hombres del punto de control se están ocupando de otros invitados. En cuanto estén libres, les llevarán de vuelta por la pared anular y permanecerán detenidos en el punto de control hasta que comprueben su identificación.

—¿Detenidos? —repitió el hombre del terciopelo—. ¡Como criminales!

Kihyun llevaba casi una hora oyendo variaciones de la misma conversación. Echó un vistazo al patio que llevaba a la puerta de la pared anular.

Si iba a hacer que ese plan funcionara, tenía que ser listo y mantener la calma. Salvo porque aquel no era un gran plan, y desde luego no se sentía calmado. La seguridad y el optimismo que había sentido solo un rato antes se había evaporado. Esperó mientras pasaban los minutos, examinando la multitud con los ojos. Pero cuando sonó la campanada de los tres cuartos, supo que no podía esperar más. Tenía que actuar ya.

—Ya es suficiente —dijo en voz alta—. Llévennos al punto de control o déjennos marchar.

—Los guardias del punto de control...

Kihyun fue hasta la parte delantera del grupo y dijo:

—Estamos todos hartos de ese discurso. Llévanos por la puerta y ya está.

—Silencio —ordenó el guardia—. Solo son invitados.

Kihyun le clavó un dedo en el pecho.

—Pues trátanos como a invitados —dijo, exhibiendo su mejor imitación de Hoseok—. Exijo que me lleves a la puerta de inmediato, grandullón rubio.

El guardia le agarró el brazo.

—¿Estás tan desesperado por ir a la puerta? Pues vamos. Pero no vas a volver.

—Yo solo...

Entonces otra voz reverberó a través de la rotonda.

—¡Para! El de ahí, ¡he dicho que pares!

Kihyun olió su perfume: lilas, rico y cremoso, un denso olor dorado. Sintió náuseas. Heleen Van Houden, dueña y propietaria de la Reserva, el prostíbulo donde el mundo era tuyo por un precio, estaba abriéndose camino a través de la multitud.

¿No había dicho que a Tante Heleen le encantaba llamar la atención?

El guardia se detuvo sobresaltado cuando Heleen se colocó enfrente de él.

—Señora, le devolverán a su chico al final de la noche. Sus papeles...

—No es mi chico —dijo Heleen, entrecerrando los ojos con ferocidad. Kihyun se quedó completamente inmóvil, pero ni siquiera él podía desvanecerse sin tener a donde ir—. Este es el Espectro, la mano derecha de Changkyun Im y uno de los criminales más notorios de Ketterdam. —La gente a su alrededor se giró para mirar—. ¿Cómo te atreves a venir con los auspicios de mi Casa? —siseó—. ¿La casa que te dio ropa y comida? ¿Y dónde está Adjalio?

Kihyun abrió la boca, pero el pánico se elevó tensando su garganta y ahogando sus palabras antes de que salieran. Sentía la lengua inútil y entumecida. Una vez más estaba mirando a los ojos a la mujer que le había dado palizas, que lo había amenazado, lo había comprado una vez y luego lo había vendido una y otra vez.

Heleen lo agarró por los hombros y lo sacudió.

—¿Dónde está mi chico?

Kihyun bajó la mirada hasta los dedos clavados en su carne. Por un breve segundo todos los horrores volvieron a él y fue de verdad un espectro, un fantasma volando de un cuerpo que solo le había dado dolor.

No. Un cuerpo que le había dado su fuerza. Un cuerpo que lo había llevado sobre los tejados de Ketterdam, que le había servido en batalla, que lo había hecho subir seis pisos en la oscuridad de una chimenea manchada de hollín.

Tomó la muñeca de Heleen y la retorció con fuerza hacia la derecha. Ella soltó un chillido y sus rodillas cedieron mientras los guardias se lanzaban hacia delante.

—Tiré a tu chico al foso de hielo —gruñó Kihyun, apenas reconociendo su propia voz. Llevó la otra mano a la garganta de Heleen y apretó—. Y está mejor ahí que contigo.

Entonces unos brazos fuertes tiraron de él, quitándolo de encima de la mujer, tirando de él hacia atrás.

Kihyun jadeó, con el corazón acelerado. Podría haberla matado, pensó. Sentía su pulso bajo mi mano, debería haberla matado.

Heleen se puso en pie, gimoteando y tosiendo mientras los espectadores se acercaban para ayudarla.

—¡Si está aquí, entonces Im también! —chilló.

En ese momento, como si expresaran su acuerdo, las campanas del Protocolo Negro comenzaron a sonar, ruidosas e insistentes. Hubo un aturdido segundo de apatía, y entonces toda la rotonda pareció reventar de actividad cuando los guardias corrieron a sus puestos y los comandantes comenzaron a dar órdenes.

Uno de los guardias, claramente el capitán, dijo algo en Fjerdano. La única palabra que reconoció Kihyun fue «prisión». Sujetó la seda de su capa y le gritó en kerch:

—¿Quién está en tu equipo? ¿Cuál es tu objetivo?

—No voy a hablar —replicó Kihyun.

—Cantarás si nosotros queremos —escupió el guardia.

La sutil risa de Heleen estaba llena de placer.

—Te veré colgado. Y también a Im.

—El puente está cerrado —declaró alguien—. Nadie más va a entrar o salir de la isla hoy.

Los invitados, furiosos, se dirigieron a cualquiera que pudiera escucharlos, exigiendo explicaciones.

Los guardias arrastraron a Kihyun por el patio, más allá de los espectadores que miraban boquiabiertos, y pasaron por la puerta de la pared anular mientras las campanas seguían sonando. Ya no trataron de fingir amabilidad y diplomacia.

—Te dije que volverías a llevar mis sedas, pequeño lince —dijo Heleen desde el patio. La puerta ya estaba bajando mientras los guardias la sellaban de acuerdo con el Protocolo Negro—. Ahora te colgarán con ellas.

Las puertas se cerraron de golpe, pero Kihyun podría jurar que seguía oyendo la risa de Heleen.

SEIS DE CUERVOS - MONSTA XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora