19. HOSEOK

36 6 0
                                    

Puedo olerlos. Hoseok se sacudió el pelo y la ropa mientras avanzaba a trompicones a través de la nieve, tratando de controlar las arcadas. No podía dejar de ver esos cuerpos, la carne de un rojo intenso que asomaba por su piel negra y calcinada, como carbones en el fuego. Se sentía como si estuviera cubierto de sus cenizas, del hedor de la carne quemada.

No podía respirar bien. Estar con Hyungwon hacía que fuera fácil olvidar quién era realmente, lo que de verdad pensaba de él. Lo había vuelto a modificar aquella mañana, soportando sus miradas fulminantes y sus gruñidos. No, disfrutándolos, agradecido por la excusa de estar cerca de él, ridículamente complacido cada vez que lo dejaba al borde de la risa.

Por todos los Santos, ¿por qué me importa? ¿Por qué una sonrisa de Hyungwon Chae le parecía como cincuenta de otra persona? Había sentido que su corazón se aceleraba cuando le había echado la cabeza hacia atrás para trabajar en sus ojos. Había pensado en besarlo. Había querido besarlo, y estaba muy seguro de que él había estado pensando lo mismo. O a lo mejor estaba pensando en volver a estrangularme.

No había olvidado lo que él le había dicho a bordo del Ferolind, cuando le había preguntado qué pretendía hacer con Chaeyoung Son, si de verdad quería entregar a la científica a Kerch. Si él saboteaba la misión de Changkyun, ¿le costaría su absolución a Hyungwon? No podía hacer eso. Daba igual lo que fuera, le debía su libertad.

Había viajado con Hyungwon durante tres semanas tras el naufragio. No tenían brújula, no sabían a dónde iban. Ni siquiera sabían en qué parte de la frontera norte habían aparecido. Se habían pasado largos días esforzándose sobre la nieve, noches heladas en cualquier refugio rudimentario que pudieran formar o en las cabañas desiertas de los campamentos balleneros cuando tenían la suerte de encontrarlos.

Habían comido algas asadas y cualquier hierba o tubérculo que pudieran hallar. Cuando encontraron una reserva de carne de reno seca en el fondo de una caja en uno de los campamentos, fue como alguna clase de milagro. Lo habían mordisqueado con silenciosa alegría, sintiéndose casi borrachos de su sabor.

Tras la primera noche, habían dormido con toda la ropa seca y con las mantas que pudieran encontrar, pero en lados opuestos del fuego. Si no tenían madera, se aovillaban el uno junto al otro, apenas tocándose, pero por la mañana estaban apretados, respirando a dúo, envueltos en un sueño confuso, una sola luna creciente.

Cada mañana Hyungwon se quejaba de que era imposible despertarle.

—Es como tratar de levantar un cadáver.

—El muerto quiere cinco minutos más —decía Hoseok, y enterraba la cabeza en las pieles.

Él se ponía a pisar fuerte, guardando sus pocas cosas con tanto ruido como podía, murmurando para sí mismo.

—Perezoso, ridículo, egoísta...

Hasta que al fin Hosek se levantaba y se preparaba para el día.

—¿Qué es lo primero que harás al llegar a casa? —le preguntó Hoseok en uno de los días infinitos atravesando la nieve mientras esperaban encontrar alguna señal de la civilización.

—Dormir —dijo Hyungwon—. Bañarme. Rezar por mis amigos perdidos.

—Ah, sí, los demás matones y asesinos. Por cierto, ¿cómo te convertiste en drüskelle?

—Tus amigos mataron a mi familia en un asalto Grisha —replicó él con frialdad—. Brum me acogió y me dio algo por lo que luchar.

Hoseok no quería creer eso, pero sabía que era posible. Las batallas sucedían, y se perdían vidas inocentes en el fuego cruzado. Era perturbador pensar en ese monstruo de Brum como alguna clase de figura paterna.

SEIS DE CUERVOS - MONSTA XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora