35. MINHYUK

15 6 0
                                    

ONCE CAMPANADAS

Minhyuk esperó junto a la hendidura en la pared, un hueco para francotiradores, el lugar perfecto para un chico como él. ¿Qué acabamos de hacer?, se preguntó.

Sin embargo, su sangre estaba viva, su rifle sobre su hombro, el mundo volvía a tener sentido. Pero ¿dónde estaban los guardias? Minhyuk esperaba que entraran corriendo en el patio en cuanto Jooheon y él activaron el Protocolo Negro.

—¡Ya está! —gritó su compañero tras él.

Minhyuk odiaba alejarse de ese lugar elevado antes de saber a qué se enfrentaban, pero iban mal de tiempo y tenían que llegar al tejado.

—De acuerdo, vámonos.

Bajaron las escaleras corriendo. Cuando estaban a punto de salir por el arco de entrada, seis guardias entraron corriendo en el patio. Minhyuk se detuvo en seco y extendió el brazo.

—Gírate —le dijo a Jooheon.

Pero este estaba señalando el otro lado del patio.

—Mira.

Los guardias no se movían hacia la entrada; toda su atención estaba centrada en un hombre con ropa de un verde militar junto a uno de los bloques de piedra. Ese uniforme...

Una mujer atravesó la pared, una figura de niebla reluciente que se solidificó junto al extraño. Llevaba el mismo verde militar.

—Agitamareas —dijo Jooheon.

—Los shu.

Los guardias abrieron fuego y los Agitamareas se desvanecieron. Después reaparecieron tras los soldados y levantaron los brazos.

Los guardias gritaron y soltaron sus armas. Una niebla roja se formó a su alrededor, volviéndose más densa mientras chillaban y su carne parecía encogerse contra sus huesos.

—Es su sangre —dijo Minhyuk, con la bilis subiendo por la garganta—. Por todos los Santos, los Agitamareas le están drenando la sangre.

Los estaban dejando secos.

La sangre formó unos charcos flotantes en la forma vaga de unos hombres, resbaladizas sombras que se deslizaban en el aire, el rojo húmedo de los granates, y después salpicaron el suelo al mismo tiempo que los guardias se derrumbaban, con la piel flácida colgando de sus cuerpos desecados en pliegues grotescos.

—Volvamos por las escaleras —susurró Minhyuk—. Tenemos que salir de aquí.

Pero era demasiado tarde. La mujer Agitamareas desapareció y un aliento después estaba en las escaleras. Apoyó el peso sobre la barandilla con las manos, plantó las botas contra el pecho de Jooheon y lo lanzó de una patada hacia Minhyuk.

Se derrumbaron sobre la piedra negra del patio.

El rifle salió volando de los brazos de Minhyuk y cayó a un lado con un traqueteo. El muchacho trató de ponerse en pie, pero la Agitamareas le dio un golpe en la parte posterior de la cabeza. Entonces quedó tumbado junto a Jooheon mientras los Agitamareas se elevaban sobre ellos.

Levantaron las manos y Minhyuk vio una débil niebla roja aparecer sobre él. Iban a drenarlo. Sintió que su fuerza comenzaba a flaquear. Miró a la izquierda, pero el rifle estaba muy lejos.

—Minhyuk —jadeó Jooheon—. Metal. Tu poder.

Y entonces comenzó a gritar.

Minhyuk lo comprendió de golpe. Aquella era una pelea que no podía ganar con un arma. No había tiempo para pensar, no había tiempo para dudar.

Ignoró el dolor que le atravesaba la piel y concentró toda su atención en los trozos de metal pegados a su ropa, en las virutas y las pequeñas partículas del eslabón cortado de la cadena. No era un buen Hacedor, pero ellos no esperaban que fuera un Hacedor en absoluto.

Lanzó las manos hacia delante y los trozos de metal salieron volando de su uniforme, una nube reluciente que flotó en el aire durante un breve instante y después salió disparada hacia los Agitamareas.

La mujer gritó cuando el metal se hundió en su carne, y trató de convertirse en niebla. El otro Agitamareas hizo lo mismo y sus facciones se licuaron, pero entonces volvieron a solidificarse. Tenía la cara gris, llena de trozos de metal.

Minhyuk no se ablandó. Hizo hundirse al metal, en sus órganos, cada vez más profundo. Podía sentirlos tratando de manipular las partículas de metal. Si el problema hubiera sido una bala o una daga, tal vez habrían tenido éxito, pero las motas y las virutas de acero eran demasiado numerosas y demasiado pequeñas. La mujer se aferró el estómago y cayó de rodillas. El hombre gritó, tosiendo coágulos negros de metal y sangre.

—Ayúdame —sollozó la mujer. Sus bordes se emborronaron, y su cuerpo vibró mientras se esforzaba por desvanecerse en niebla.

Minhyuk bajó las manos y se alejó con Jooheon de los cuerpos de los Agitamareas que seguían retorciéndose.

¿Estaban muriendo? ¿Acababa de matar a dos de los suyos? Minhyuk tan solo quería sobrevivir. Volvió a pensar en el estandarte de la pared, todas esas franjas de rojo, azul y púrpura.

Jooheon tiró de su brazo. Su cara parecía ligeramente transparente, y las venas estaban demasiado cerca de la superficie.

—Minhyuk, tenemos que irnos. —Él asintió lentamente con la cabeza—. Ya.

El muchacho se obligó a mover los pies, se obligó a seguir a Jooheon, a escalar la cuerda hasta el tejado. Se sentía atontado y mareado. Los otros dependían de él, lo sabía. Tenía que seguir adelante. Pero se sentía como si hubiera dejado alguna parte de él abajo en el patio, algo que ni siquiera había sabido que le importaba, intangible como la niebla.

SEIS DE CUERVOS - MONSTA XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora