Capítulo 60

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(traducido al español por las queridas Anneth y Nuria)


Cuando entró al Blind Beggar y se encontró con el hedor a sudor, cigarrillos y cerveza el tiempo lo abofeteó con fuerza en su adolorida mejilla. Una oleada le erizó la piel al materializar en su mente el recuerdo de aquel delincuente de diez y seis años con rabia y arrepentimiento corriendo por sus venas. Había estado en este pub antes. Albert lo había sacado a rastras. Se había encontrado después de eso ensangrentado y borracho dentro de la habitación de Candy.

La maldita ironía riéndose en su cara

Miró a su alrededor y los clientes estaban divirtiéndose. La mayoría eran hombres, todos ellos grandes timadores por su apariencia.

Se sentó en una banqueta del bar, pidió una pinta de Guinness y se aflojó la corbata. Se la quitó y la puso en su bolsillo. El calor hizo que su piel se enrojeciera. Se quitó la chaqueta y enrolló las mangas de su camisa. Llevó la pinta de cerveza a sus labios tan pronto el camarero se la sirvió. Saboreó su amargura con su lengua. Un relámpago de malicia nostálgica pasó frente a sus ojos. Una cosa era segura. No iba a ser expulsado de ese bar por beber demasiado. Encendió un cigarrillo, tomó una calada deseando que la nicotina calmara la tormenta que rugía en su interior.

El camino al infierno está sembrado de buenas intenciones

Desde el momento en que salió de su casa se dio cuenta. Se había demorado en actuar. En abrirle su corazón a ella. Había actuado como un observador desde que había entrado a su vida de nuevo. ¿Y qué si se habían besado tres veces? Nunca le demostró algo más significativo. Había esperado hasta esa maldita fiesta para darle...

Un maldito ultimátum

Y ella lo rechazó. Él jugó la carta de los celos. Incluso se había tratado de convencer de que estaba destinado a no resultar. Podría permitirse haberse divertido con cualquier otra mujer. Pero no con ella...

Como una brújula apuntando al norte, él pensó que su vida siempre lo llevaría a Candy. Cuando abandonó todo lo que era racional y razonable, dejándolo en el fondo de un vaso, dejó que su ego aplastara aquella brújula por completo. Odiaba en lo que se había convertido. Lo que le había hecho tan solo unas pocas horas atrás a la mujer que se suponía amaba con cada pulgada de su ser. Odiaba el poder que ella tenía sobre él. La rabia todavía ardía como una estrella dentro de sus ojos. Fue la rabia la que le hizo pedir al taxista que se desviara en su camino antes de ir al Blind Beggar.

**

Todo fuera de la ventana del auto se había transformado en una línea continua, transcurriendo bajo su oscura mirada, mientras que el taxista aceleraba hacia la estación de policía. Se recostó en el respaldo de la silla del auto. Tras sus ojos cerrados, lo sabía. Había dudado en ir a la policía, aún si aquel pensamiento había estado formando círculos en su mente. Lo único que lo había detenido era Candy. La destruiría el saber que Christian había estado viviendo otra vida a escondidas de ella. Su respiración se había vuelto pesada. A pesar de la lentitud de sus movimientos, dentro de su mente los pensamientos se acumulaban uno tras otro en una rápida sucesión.

**

Las colillas de cigarrillos dentro del cenicero, delante de Terry, habían empezado a parecerse a un cementerio hecho de cenizas y recuerdos. El tiempo pasaba dentro de los vasos vacíos de güisqui. El pub se estaba llenando y haciendo más ruidoso.

Al lado de Terry estaba sentado un hombre alto, de cabello oscuro y ojos azul hielo, y que con una voz que parecía ser arrastrada sobre dura grava pidió una pinta de cerveza amarga. Terry lo había estado siguiendo con su mirada, cuando pareció llegar de unas escaleras que provenían del sótano oculto tras del bar. Por alguna razón, esta aparición casual del hombre en cualquier otra circunstancia, que estaba seguro le era desconocido, sentía que marcaba una casilla oscura dentro de su mente. Un hombre más bajo, delgado como un tallo de habichuelas, llegó y tomó una banqueta justo al lado del hombre.

La rosa escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora