Capítulo 31

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(traducido al español por las queridas Anneth y Nuria)

Junio 26, 1925 (Viernes)

El inspector Melvin Grable entró a la estación de policía del distrito de Highgate esa tarde del viernes, y cerró apresuradamente la puerta tras de sí, cortando el fuerte viento junto con otros restos que arrastraban escombros del camino fuera del edificio. Sus oídos todavía zumbaban con el constante crujido de las hojas mientras caminaba hacia la estación, viendo las ramas arañar y rascarse unas contra otras, como si los árboles hubieran desenvainado sus espadas con ese viento fuerte que había aparecido, atacando Londres desde el mediodía.

Se quitó el sombrero, arregló su cabello desordenado y se dirigió hacia los escritorios ocupados por sus colegas. Tenía que comenzar su servicio. No era su turno el patrullar el barrio de Highgate, pero uno de los inspectores encargados de la patrulla de la tarde había caído enfermo. Su esposa, Bertha, no estaba particularmente contenta por esta eventualidad, pero a Melvin no le importaba. De hecho, estaba bastante entusiasmado. Se había unido a la policía soñando con aventuras, misterios, persecuciones policiacas, y el pináculo de sus logros había sido perseguir una vez a un carterista, a quien agarró porque el tipo se había quejado de una rodilla mala después de atraparlo y acompañarlo a la estación de policía. Así que la patrulla nocturna le parecía bien. ¿Quién sabe?, si tenía suerte, podría encontrarse frente a frente con el Cuervo... si él decidía aparecerse después del largo periodo de ausencia de sus actividades. No había habido señales del Cuervo durante meses. El Comisario de la Policía había decidido inclusive relajar las patrullas nocturnas. Incluso había pensado que quizás el Cuervo había decidido retirarse... pero nadie tenía la certeza.

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Lo voy a hacer por mi cuenta, le dijo ella con una confianza desafiante que enfatizaba su voz ronca.

Entonces eres mucho más estúpida de lo que pensaba, le dijo él. Sus ojos grises no se movían una pulgada de ella, mientras ella se paseaba de un lado a otro en la sala de estar.

Se había aparecido, sin avisar delante de la entrada de su apartamento, al mediodía. La mujer no estaba solo loca, sino que también era peligrosa por la forma como se comportaba sin que le importara nada. ¿La habían seguido? ¿No pensó ella que quizás su chica quizás podría estar con él? ¿O si tenía alguna visita siquiera...?

Cálmate, le había dicho despreocupada. Te he estado vigilando. Y sobre si me están siguiendo... ¿Quién crees que soy?, ¿Una chiquilla que se calienta jugando al policía y al ladrón?

Sonrió, con una sonrisa difícil y con un delgado cigarrillo colgando de sus labios pintados de rojo.

La idea de ser vigilado por los secuaces de MacDonald y su gente, en particular, le daba escalofríos. Haciéndolo sentir incómodo en su propia piel.

¡Es el momento perfecto! Esos ricachones estarán en la casa de Lewis. Esta noche... siguió insistiendo. Se veía entusiasmada mientras seguía caminando, dejando anillos de humo detrás, los que se hacían más grandes mientras flotaban hasta el techo, como ondas en un estanque.

Él se sintió impaciente. El movimiento constante de ella lo hacía sentirse peor. Él tomó su muñeca cuando pasó delante suyo por la enésima vez. Como un resorte retrocedió. Su cara osciló hacia la de él. Lo miró sorprendida.

Yo – Digo – que No.

Dijo las palabras una por una, manteniendo sus ojos firmes en los de ella, los cuales se tornaban más molestos cada segundo. ¿Por qué tuvieron que echarle encima a esa mujer? Sintió que el aire se había vuelto agrio desde el momento que la conoció. Su sonrisa arrogante, sus profundos ojos fríos. No dejando que nada se escapara. No podía saber lo que ella sentía, si decía la verdad o no. Con Alice Diamond nadabas en la oscuridad, porque no sabías absolutamente nada de lo que ella pensaba o en qué términos estabas con ella.

La rosa escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora