02. Es un gilipollas

817 45 4
                                    

02. Es un gilipollas


—Tienes veintidós años, ya va siendo hora de que madures.

Aprieto los labios y busco a mi padre con la mirada, él está sentado en una banqueta con la taza de café en una mano y el móvil en la otra, como de costumbre, ignorando la repetitiva regañina de mi hermanastra.

—Madurar es para las frutas —farfullo picándola, ella resopla con fastidio y yo sonrío. Mi padre suelta una risa que me demuestra que ha estado todo el rato escuchando nuestra conversación y que no ha intervenido para ayudarme porque no ha querido.

—No hay quién te aguante —espeta Miriam poniéndose en pie, sus largos y claros rizos se agitan. Suspiro aliviada cuando veo que por fin se aleja, pero da media vuelta y se acerca de nuevo a mí—. La próxima vez que hagas el ridículo, al menos no seas tan escandalosa, algunos queremos dormir.

—Perdona, pero tú también haces ruido cuando vuelves de la fiesta —replico. Miriam se inclina sobre la mesa, apoyando sus manos en ella y me mira de frente, clavándome sus oscuros ojos, por un segundo mi mirada cae hacia su pronunciado escote. Unas con tanto y otras con tan poco. Yo soy de las que tienen poco pero suficiente, creo que mi atractivo es el culo. No es mucho consuelo, pero algo es algo.

—¡Solo fue una vez y me tropecé con algo que tú habías dejado tirado en el suelo! —grita perdiendo los papeles. Sonrío con suficiencia y niego.

Miriam es la hija casi perfecta; guapa, con un cuerpazo increíble al que no le falta de nada, saca buenas notas y es muy sociable además de que siempre está ayudando a todo el mundo. Es la hija de la mujer de mi padre, o sea, mi hermanastra.

Cuando mamá se fue, papá y yo pasamos algunos años solos en esta casa, hasta que conoció a Lorena. De eso han pasado ya siete años.

Lorena es como una versión mayor de su hija, muy atractiva, simpática y es una madre increíble, y no solo con su hija. A mí también me trata como hija suya porque para ella lo soy. Del mismo modo que mi padre trata a Miriam como si fuese su propia hija. Somos una bonita familia.

Realmente Miriam y yo no nos llevamos mal, sino todo lo contrario; dio la casualidad de que nuestros padres tenían hijas de la misma edad, así que cuando éramos más pequeñas a veces jugábamos juntas con la consola y nos entreteníamos hablando de chicos y actores que nos gustaban, y otras nos intentábamos matar porque ella siempre usaba mi ropa y yo no quería que tocase mis cosas. No tardamos mucho en darnos cuenta de lo diferentes que éramos, ella estaba más vivida que yo, tonteaba con chicos, vestía de forma provocativa, se maquillaba y se preocupaba por arreglarse el pelo mientras que yo no hacía nada de eso porque papá me había educado de forma diferente. No me dejaba maquillarme, ni usar faldas demasiado cortas o camisetas con las que se me viese el canalillo. Ella se centraba en los chicos y yo en la música, eso no ha cambiado mucho con los años; ahora me maquillo y visto bastante mejor, pero ella siempre va a ir muy por delante de mí. A pesar de esto, nuestra relación siempre ha sido buena, a veces charlamos animadamente y otras discutimos a gritos; lo normal entre hermanas. Miriam es muy entrometida y yo paso absolutamente de todo. Paso hasta que ella se pone en plan pesada y acabo contestando, lo cual suele desencadenar una discusión a voces, pero cuando la necesito siempre está del mismo modo que yo estoy para ella. A pesar de que no tengamos los mismos padres, después de tanto ya nos consideramos hermanas.

—Ya claro, la culpa siempre es mía —bufo. Ella rueda sus bonitos ojos marrones y aprieta los labios. Tras un sonoro suspiro, habla más calmada.

—Yo solo digo que deberías tener un poco más de consideración; no solo me despertaste a mí, también al vecino de enfrente y seguramente a alguno más. No sabes si esas personas trabajan o tienen problemas para conciliar el sueño.

Letras para él [✔️] |Canciones de verano 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora