43. No finjo

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43. No finjo


Taro ha pegado un tirón y a Ilay se le ha escapado la correa, así que me ha soltado para salir corriendo detrás del perro. Resulta que había una vecina sacando a su Yorkshire, y ese perrito y Taro con amigos por lo que me ha contado Lorena y hemos visto el vecino y yo. Después de unos minutos en los que los perros han estado olisqueándose mientras Ilay le daba palique a la señora, nos hemos despedido y hemos continuado con el paseo.

Ilay lleva la correa de Taro y yo camino a su lado en silencio y con los brazos en la espalda, aún procesando lo que ha pasado hace unos minutos. Quiero saber a qué ha venido eso de que le gusta que yo sea una jodida romántica, pero no sé cómo volver a traer el tema de vuelta.

—Pensaba que eras de esos que no dejan que nadie toque su moto —comento para acabar con la tensión que me hace sentir el silencio. El vecino me mira con una ceja alzada y sonríe.

—Hay excepciones —dice encogiéndose de hombros.

—¿Los niños son la excepción? —cuestiono extrañada y él asiente.

—Los niños y tú —concreta—. Yo también fui niño y también quería acelerar una moto; pero los adultos no eran tan enrollados —comenta con una sonrisa—. Quien sabe, a lo mejor gracias a mí uno de esos pequeños acaba siendo motorista. O tú.

—Te aseguro que yo no —comento divertida, por su tono sé que bromeaba.

—Pues te verías muy sexi llevando una moto.

—Eres idiota —respondo con una carcajada y negando—. Prefiero ir detrás.

Ilay me da una sonrisa socarrona, sé que ha pensado alguna perversión, pero no la comparte conmigo.

Lo que resta del paseo hablamos de motos. Habla de distintos tipos de motos, que hay de setenta y cinco centilitros y no sé qué más. No estoy entendiendo mucho, pero me gusta cómo Ilay explica las cosas.

—Si llevas una moto en primera todo el rato la fundes. Tiene sus tiempos —me explica mientras atravesamos el pasillo de la urbanización. No me detengo, aún es pronto, no creo que sean ni las once, así que ni siquiera le pregunto si quiere pasar un rato más conmigo; directamente abro la cancela que da al garaje mientras él sigue hablándome de las motos. Está feo reconocer que no le presto mucha atención porque mis pensamientos están más enfocados a pasar un rato más con él que a lo que me está contando de las motitos—. En tercera aguanta más. Las marchas de fuerza para las cuestas son segunda y tercera —explica quitándole la correa al perro mientras yo acerco dos de las sillas de plástico que hay siempre aquí. Taro se aleja y se tira al suelo, disfrutando del fresquito nocturno—. El resto, cuarta y quinta son para ir en recto —termina y me mira, así que asiento como si me hubiese enterado.

—Qué complicado —digo por decir algo.

—En realidad es mucho más fácil de lo que parece. Es como las bicis y los coches; también tienen marchas.

—En mi vida he usado las marchas de la bici. Pedaleo y ya; de milagro se usar los frenos —confieso honesta.

—Madre mía, Lara...

—Madre mía, Ilay —le imito a modo de burla. Ahogo un grito cuando me agarra del cuello y tira de mí, haciendo que la silla de plástico se mueva. Son sillas de procedencia dudosa que llevan años al sol, en cualquier momento se pueden romper y que yo acabe en el suelo.

La boca de Ilay es demandante sobre la mía. Sus labios se mueven sobre los míos marcando un ritmo apresurado y voraz. Lo cierto es que no tiene que presionar demasiado para que mi boca ceda y su lengua pueda colarse. Los besos no deberían sentirse tan bien.

Letras para él [✔️] |Canciones de verano 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora