10. La moto

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10. La moto


Lara


Después de comer Lina me ha escrito para preguntarme si al final ayer fui a ver a Jordi, creo que mi respuesta negativa le ha gustado porque después de eso me ha llamado y hemos estado hablando un rato. Le he mencionado que me encontré con Ilay, iba a contarle todo lo que pasó porque no sé qué pensar al respecto ni cómo tratar con él, pero he decidido no hacerlo cuando ha querido saber si mi vecino había preguntado por ella. Le he dicho que me pidió su número y parece que eso la ha ilusionado.

—¿Se lo diste? —cuestiona con reproche, descolocándome.

—Sí, claro. ¿No te ha escrito? —no puedo evitar que la vista se me vaya al balcón, la ventana del vecino está cerrada.

—No. A lo mejor le da vergüenza —comenta y yo asiento aunque no puede verme. En realidad dudo mucho que a Ilay le dé vergüenza algo, pero no se lo digo.

—¿Y de qué estuvisteis hablando?

Me tenso.

—De cuando éramos niños —respondo una verdad a medias—. Se acuerda de Taro y estuvimos hablando un poco de eso hasta que llegó Miriam y él se fue —creo que la respuesta me ha salvado, hasta que Lina chasquea la lengua con descontento.

—Dile que tu hermanastra no está disponible.

Ruedo los ojos y aprieto los labios con fastidio.

—Ya se lo dije.

—Bien, bien. Pues cuando me escriba te cuento —dice sonando nuevamente ilusionada y algo dentro de mí se retuerce sin motivo—. Hablamos luego.

—Hasta luego.

Cuando cuelga me dejo caer en la cama sobre la ropa, frustrada conmigo misma porque se supone que me da igual que Lina se vaya a liar con Ilay, pero me fastidia y me siento una amiga de mierda.

Mejor que se lo quede Lina, Ilay es demasiado para mí, y yo sería muy poca cosa para él.

Después de poco más de un cuarto de hora que paso en la cama muriendo de calor y repasando mentalmente lo desgraciada que soy, decido hacer algo por cambiarlo y me dispongo a ordenar el desastre que es mi habitación, aunque con esta temperatura la idea de dormir me tienta más que cualquier cosa que implique un esfuerzo físico.

Lo primero es poner música a todo volumen para motivarme porque si no, no puedo. Escucho un poco de todo, hay canciones que me gustan de todos los géneros; pero cuando necesito ganas de vivir o subirme el ánimo siempre acabo cayendo en el trap. Es un estilo de música que obliga a seguir el ritmo y no importa si la letra habla de vidas de mierda o sobre follar, me pone feliz y ya.

Una vez tengo la música sonando a todo volumen por el pequeño altavoz que tengo sobre el escritorio, me detengo frente a la cama y analizo la habitación pensando por dónde voy a empezar mientras muevo la cadera siguiendo el ritmo.

Comienzo por la ropa mientras suena una canción de Duki y canto motivadísima. Casi se me hace divertida la limpieza.

Doblo y guardo la ropa limpia y la sucia la dejo sobre la silla para poner una lavadora más tarde. También recojo todas las cosas que hay fuera de lugar como el secador y la plancha del pelo, el bolígrafo que perdí el otro día y resulta estar en una esquina, los intentos de canciones hechos bolas de papel...

Recoger me toma casi dos horas y muchas canciones, pero el rato se me pasa ameno con la música. Cuando doy por terminada la limpieza, me dejo llevar por el ritmo y sigo cantando motivada, añadiendo un intento de baile a mi momento de felicidad. Bailar no es lo mío, soy más arrítmica imposible, incapaz de mover a la vez la mano izquierda y la pierna derecha; por eso nunca intento hacer los malditos trends de Tiktok, acabo súper bajoneada cuando veo lo mal que se me da. Pero escuchando trap a solas siempre me permito soltarme un poco y, aunque sigo siendo arrítmica, me da cómo para mover la cadera y pasarlo bien.

Letras para él [✔️] |Canciones de verano 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora