27. Época de puterío

512 35 4
                                    

27. Época de puterío


Lara


Me va el corazón a mil.

Puedo acostarme con Ilay.

Esa posibilidad existe, es muy real y depende de mí.

Como él ha dicho, voy a pensarlo muy bien.

Aunque cuando estábamos en las toallas tenía muy claro que quería hacerlo; Ilay me nubla el juicio.

Hemos andado por la orilla hasta llegar a un peñón cuyo nombre no recuerdo. Desde aquí las vistas son increíbles. Hay una baranda llena de candados y una enorme cruz de piedra se irgue en el centro.

El vecino tira de mi mano arrastrándome hasta la baranda, las vistas me dejan sin palabras. Al frente hay algunos peñones que sobresalen de forma vistosa entre el azul del mar. La gama cromática grita verano mire a dónde mire; jamás pensé que el azul pudiese verse como un color tan cálido. O tal vez es cosa del sol que brilla con intensidad en lo alto.

Me he quejado muchísimo mientras subíamos las escaleras hasta este mirador, pero sin duda ha valido la pena.

Estoy asomada a la baranda de barrotes tomando fotos, muchas fotos como si las piedras de ahí abajo cambiasen de pose o algo.

El sonido de una cámara hace que me vuelva curiosa. Ahora mismo estamos solos y yo tengo el móvil silenciado.

El vecino me da una sonrisa inocente mientras me apunta con su móvil.

—¿Me has echado una foto? —le pregunto frunciendo el ceño, a lo que él no responde, confirmándolo.

—La gente es muy cursi —comenta señalando con la mirada los candados. Se hace el loco y yo lo dejo pasar. Tan solo espero no haber salido muy mal en la foto porque no estoy maquillada y tengo el pelo hecho un desastre por la humedad ambiente. Como íbamos a venir directamente a la playa, no le he visto mucho sentido a arreglarme.

—Es bonito —murmuro pasando la vista por la variada cantidad de candados—. Seguro que Miriam ha dejado alguno —comento divertida y me propongo buscarlo, pero Ilay no me da lugar a hacerlo, así que tendré que preguntárselo a ella directamente.

—Ven aquí.

No dudo y me acerco a su lado, sus manos caen rápidas a mi cadera, pegando mi anatomía a la suya. Tras un jadeo, se me escapa una risa suave que se ve interrumpida por su lengua. No intento apartarme, simplemente lo dejo fluir. Su lengua es habilidosa, la siento recorrer el filo de mis dientes mientras sus manos caen hasta mi culo, sus dedos se clavan en mi carne. Mis manos recorren sus brazos en ascenso hasta engancharse tras su cuello; el aire no corre entre nuestros cuerpos.

Ilay toma todo lo que le ofrezco y más, me roba más jadeos, más toques y todo el aliento, y aun así no parece suficiente.

Me roba valentía, o me fuerza a tener valor. Mi lengua se cuela insegura en su boca, dispuesta a explorar y, aunque tengo los ojos cerrados, juraría que él sonríe.

Boqueo cuando se separa y por fin me permite tomar aire; una de sus manos permanece en mi culo, apretando mi piel donde el bañador no cubre, y su otra mano asciende hasta acunar mi mejilla.

—¿Las has sentido? —pregunta con una sonrisa leve. La brillante luz del sol resalta el color de sus ojos. No debería ser legal tener unos ojos tan bonitos.

—¿El qué?

—Las mariposas.

Frunzo el ceño aturdida, pero se me escapa una sonrisa. Ha sido muy obvio que el tema de las mariposas le ha tocado. Mientras subíamos hasta aquí ha estado callado, perdido en sus pensamientos, supongo que buscando la forma de hacerme sentir las famosas mariposas.

Letras para él [✔️] |Canciones de verano 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora