53. Canción

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53. Canción


Al llegar he pasado por casa a darme una ducha que se lleve el salitre de la playa y arreglarme un poco. Me he planchado un poco el pelo, un par de pasadas para que queden ondas suaves y llevo puesto el precioso conjunto de lencería de color negro que compré para está ocasión, Miriam me ayudó a escogerlo. Lo cierto es que yo iba a escoger un camisón blanco, pero a la rubia le pareció poco atrevido y me alegro inmensamente de haberle hecho caso.

Para cuando he tocado al timbre de la casa del vecino él ya estaba también duchado, oliendo malditamente bien y sin camiseta. Con su mano en la parte baja de mi espalda me guía a la cocina, donde su madre está preparando algo en la encimera. Al verme me saluda de forma amigable y frunce el ceño en dirección a su hijo.

—Ilay, ponte una camiseta.

—¿Por qué? A ella no le disgusta que no la lleve —dice pellizcándome el costado sin fuerza por encima de mi ropa y a mí se me escapa una risa.

Al acercarme veo que la madre de Ilay está sacando un par de velas con forma de números de sus paquetes.

—Le he comprado una tarta —me cuenta con ilusión—. Hacía muchos años que no celebraba su cumpleaños con él.

—¿Te puedes creer que ni siquiera me ha dejado verla? —se queja el chato pasándome la mano por la espalda y deteniéndola sobre el broche de mi sujetador—. ¿Llevas sujetador? —pregunta con picardía acercándose a mi oído, aunque en su voz se filtra algo de sorpresa. Le ignoro para prestarle atención a las quejas de su madre y reírme, a pesar de lo que pasó y cómo afectó a Ilay, se nota que se quieren muchísimo.

—Está cerrada porque si la abro sé que vas a meterle el dedo y la vas a desgraciar.

—A Ilay le gusta mucho meter dedos —comento sin pensar y paniqueo al darme cuenta de la gilipollez que acabo de soltar delante de su madre. Me ha debido dar una insolación en la playa y se me han atrofiado la mitad de las neuronas o algo.

Ilay se descojona y su madre rueda los ojos con una sonrisita. Supongo que le alegra ver que nos llevamos bien. Demasiado bien.

—Siempre pensando en lo mismo... No seas impaciente, chata —me pica Ilay dejando un casto beso en mis labios antes de que yo lo aparte de un empujón.

—Cállate, viejo degenerado.

—¿Perdona? —engancha su brazo alrededor de mi cadera y me acerca contra él.

—Veintiséis, ya mismo al asilo —le expongo con una sonrisita maliciosa, sus comisuras se alzan.

—Repítemelo cuando estemos en el cuarto, guapa —la amenaza encubierta hace que mi interior se incendie. Ilay me suelta y se acerca a su madre que finge no escuchar nada para ayudarla con las velas.

Hemos cenado unas pizzas después de que su madre se fuese porque ha quedado para cenar. Ha felicitado a su hijo por adelantado y se ha disculpado porque su pareja había reservado mesa en un restaurante bastante exclusivo sin saber que era una fecha especial. A Ilay no le ha importado que su madre haya salido, es más creo que al igual que yo lo ha agradecido porque no vamos a necesitar la música hoy.

Estamos sentados en el pequeño sofá de su habitación comiéndonos a besos. Aún no nos hemos quitado la ropa, tras cenar, hemos subido a las prisas y en medio del beso nos hemos caído al sofá, así que aquí seguimos.

Ilay resopla cuando me aparto para mirar el móvil, son las once y cincuenta u ocho. Dos minutos para su cumpleaños.

—Eres muy pesada, eh —gruñe colando la mano por debajo de mi camiseta. Ya me ha dicho antes que no hace falta que lo felicite a las doce, que es una tontería y que él prefiere hacer otras cosas, pero me niego.

Letras para él [✔️] |Canciones de verano 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora