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Keyla

Bueno no pensé en presentarles al Franco tan pronto, pero las cosas sucedieron así.

¿Me vas a responder o le tengo que preguntar directamente a él? —me preguntó nuevamente, pasando el peso de su cuerpo a un solo pie acomodándose.

Estaba de mal genio, lo notaba en su cara.

—Eh... —balbuceé mirando a mi papá en busca de ayuda, pero él solamente tenía una sonrisa tierna en los labios.

—Mucho gusto. —habló el Franco extendiendo su mano hacia mi mamá, dejándome helada. Jamás pensé qué se atreviera a saludar a mi mamá en verdad. —Me llamo Franco.

Mi mamá dudó si tomarle la mano o no, pero finalmente cedió con cierto pudor en sus expresiones.

—Franco cuanto. —le dijo ella luego de alejarse.

—Brito. —respondió el Franco antes de estrechar la mano con mi papá.

—Un gusto Franco, me llamo Julián y soy el papá de ésta princesa. —dijo mi papá, ruborizándome.

—¿Que eres de mi hija? —inquirió mi mamá con una ceja alzada.

¿Que éramos? Era algo que yo misma me preguntaba.

—Soy su pololo. —respondió y lo miré con los ojos bien abiertos.

No podía creer lo que había dicho.

—Mish. —dijo mi papá mirándome con una sonrisa. —La Keyla no nos había dicho nada, pero me alegro que se nos haya dado esta circunstancia para conocernos.

—¿Por qué no me dijiste nada Keyla? —me preguntó mi mamá mirándome mal. —Creo que no es momento de tener pololo...

—María. —le llamó la atención mi papá de mala gana. —Pasen, trajimos cosas ricas para tomar once.

Miré al Franco asustada, no lo prepararé mentalmente para estar en la misma mesa con mi mamá y era algo que me aterraba porque digamos que mi mamá es un poco especial y el Franco no tiene tapujos ni disimulaciones con nada.

—Pero, pregúntenle primero si quiere. —les dije ansiosa.

—Cierto ¿Estás seguro que no tienes nada que hacer? —le preguntó mi mamá. La miré detenidamente y podría jurar que estaba deseando que el Franco le dijera que sí y se tuviera que ir. —No queremos ser inoportunos.

Rodé los ojos y lo miré atenta a su respuesta.

—No tengo nada más que hacer. —le sonrió de la mejor manera que pudo. —Así que no son para nada inoportunos.

Mi mamá le sonrió cínicamente y se dió media vuelta para entrar a la casa seguida del Franco que me sonreía con ternura cada vez que me miraba.

Dios mío ayúdame con este hombre, es demasiado para mi pobre estabilidad hormonal.

Entramos a la casa y mi papá se llevó al Franco para hablar unos temitas, que según él eran exclusivamente de suegro y yerno.

Yo creo que de él saqué lo intensa, es mucho más intenso que yo en todos los sentidos.

No me gusta. —me dijo mi mamá poniendo pan en el tostador. —Es muy...no sé, le falta clase.

Rodé los ojos. —Ni siquiera lo conoces, solo cruzaste palabras mínimas con él.

—No es como el Danielcito. —me dijo mirándome con desaprobación. —Ese sí tenía clase y se le notaba. Éste niño parece salido de la cárcel.

¿Escapémonos? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora