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Gio

¿Por qué los santiaguinos se sorprenden cuando llueve en primavera? Esta huea en el sur pasa todo el año.

Que es loca la vida. —le dije al Kenai. —Lloviendo en octubre.

El empezó a ronronear acercándose a mí para que le hiciera cariño.

El Kenai llegó para alegrarme la vida después de perder a mi gatita de toda la vida, aunque jamás olvidaré a la Kali, el Kenai se ha convertido en mi todo y es el que me da fuerzas todos los días.

Todo pasa por algo y al igual que el Luciano, llegó para revolucionar y cambiar mi existencia después de un muy mal tiempo.

¡Te buscan abajo! —gritó mi papá desde el living. —Es el Luci.

Luci, desde que se enteró que odia ese apodo le dice así.

—¡Dile que suba! —le grité y me levanté de golpe para verme en el espejo.

Me veo: decente.

No hagan cosas raras. —dijo mi papá entrando a mi pieza con el Luciano atrás. —Yo saldré con la Magnolia.

Sonreí.

Es su nueva polola.

No se preocupe, suegro. —le dijo el Luciano sonriéndole como niño chico. —Lo más raro que podemos hacer es...quemar la casa.

Mi papá lo quedó mirando asustado y luego me miró a mí en busca de una respuesta más concreta.

—Es mentira. —le dije a mi papá para que no se pasara rollos. —Solamente haremos algo rico y veremos películas.

—Bueno. —me dijo no tan convencido. —Me quemai la casa, tú mismo me la construís de nuevo.

El Luciano dejó de sonreír y me miró buscando ayuda.

—Tranquilo, papá. —le dije acercándome a él para que no siguiera molestándolo. —Es mejor que te apures para que no llegues tarde a tu cita.

—¡Verdad! —exclamó y se fue para su pieza a terminar de alistarse.

El Luciano entró a mi pieza e inmediatamente el Kenai le fue a ronronear para que le hiciera cariño.

Gato traicionero.

Me quiere más a mí parece. —me dijo sacándome pica. —Él sabe quién lo regalonea más.

Le pegué levemente en el hombro.

—Mentira. —le dije acomodándome a su lado para estar más cómoda. —¿Te vas a quedar?

Me miró y nuestras miradas chocaron causándome la misma sensación de siempre.

Tranquilidad.

Obvio po'. —me dijo mirándome con adoración. —¿Querís que me vaya?

Negué y lo tiré hacia mí para abrazarlo.

—No. —le dije. —¡Oye! cuéntame lo qué pasó con el Franco.

Se separó de mí y me miró con los ojos entrecerrados.

—Erís bien sapa. —me dijo y sonrió. —Bueno, yo también.

Me reí.

—¿Te contó algo?

Asintió y se sentó frente a mí con el Kenai en sus piernas para contarme mucho mejor.

¿Escapémonos? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora