Dos 🖤

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Mew se equivocó pensando que la vida en un castillo, como señor de inmensas tierras, iba a ser aburrida.

Apenas llevaba una semana en Kellinword y ya habían tenido que hacer varias incursiones para acabar con una banda de ladrones primero, y los asesinos de un campesino después.
   
Ahora se presentaban nuevos conflictos.
   
En la aldea de Caberdin un grupo de mercenarios, de los que Inglaterra comenzaba a poblarse, había mutilado a tres hombres y matado varias reses después de emborracharse y destrozar la taberna.
  
Mew tomó sus armas, salió al patio y montó sobre su caballo sin saber que él y sus hombres iban derechos a una trampa. Nadie lo presintió.
   
Los mercenarios eran soldados rudos, acostumbrados, como ellos mismos, a las escaramuzas y a las batallas. Pero había una diferencia: aquellos hombres habían hecho un trato sustancioso. Cincuenta monedas de oro si el nuevo señor de Kellinword no regresaba con vida a su castillo. No importaba el nombre de la persona que les pagaría, sólo el color de su dinero. Vivían y morían por eso. Era su trabajo.

Y lo hacían bien.
   
Confiados, Mew, Jes y los diez hombres que les acompañaban, entraron en Caberdin por la calle principal. Casi de inmediato, una lluvia de flechas comenzó a caer sobre ellos. Parapetarse tras unos carros con carga de leña sirvió de poco a tres de ellos, que cayeron atravesados incluso antes de saber lo que sucedía.
   
Mew apenas sintió el impacto de una flecha clavada en su muslo izquierdo mientras ladraba instrucciones a la partida.
   
Como una jauría de lobos hambrientos, los mercenarios cayeron sobre ellos. Eran más de quince. Mew espoleó su montura y arremetió contra sus enemigos, profiriendo un alarido que les paralizó durante unos segundos preciosos. Su brazo armado se elevó y bajó con tanta rapidez, que el primer esbirro que se le enfrentó apenas tuvo tiempo de saber que moría. Su cráneo se abrió como un melón maduro y su cuerpo se estrelló contra el suelo, levantando una nube de polvo.
   
La pelea fue brutal y la partida de Kellinword comenzó a notar la diferencia numérica. Mew escuchó un grito de advertencia, pero no pudo girarse a tiempo para esquivar al que se le venía encima, a la vez que paraba las acometidas de otros dos adversarios. El golpe en la cabeza le hizo tambalearse. Luchando contra la inconsciencia, notó un dolor espantoso en el pecho, cerca del corazón, y sintió la sangre resbalando entre sus ropas. Quiso olvidarse del dolor, seguir combatiendo. Le pareció que iba a morir pero deseaba hacerlo peleando junto a sus hombres. Al lado de Jes, al que escuchaba bramar como un condenado. Una rabia sorda le invadió al sentir que se le nublaba la vista y que sus brazos perdían fuerza, espada y escudo. El aliento de la muerte heló su nuca, allí, en aquella aldea perdida de Inglaterra, lejos de Francia. Sólo existía ya el dolor y la inmensa oscuridad que comenzaba a absorberle.

Antes de desmayarse sobre su semental, escuchó el estampido de un trueno y el agua que caía sobre su cuerpo. Solamente pudo agarrarse a las crines de su caballo, que se lanzó hacia delante con un relincho.
   
Horas después, el caballo de guerra del normando, llevando su inerte carga sobre la silla empapada de sangre, seguía avanzando, negándose a parar, como si en sus ojos tristes tuviera escrito que debía buscar ayuda para el hombre que le había conducido en las batallas, de las que siempre salían victoriosos.
   


















                          




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John Plowman trabajaba encorvado cuando escuchó el ruido de los cascos. De inmediato, se olvidó de sus hermosas y cuidadas zanahorias, soltó las herramientas de labranza y corrió hacia el intruso. De un vistazo, supo que tanto el caballo como el jinete llegaban agotados y mal trechos.
   
El caballo cabeceó y una espuma blanca se escapó de sus belfos. Luego, como si presintiera su hazaña, dobló las patas delanteras y se desplomó, arrastrando a su amo.

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora