A su pesar, Gulf fue consciente de la atención del normando mientras cabalgaban hacia el alto de un montículo. No había dejado de observarlo desde que salieran del castillo. Escuchó, sin desear tomar parte en la conversación, los comentarios animados y a veces picantes de los caballeros.
-Al primer envite -decía Max-. Os digo que le apearía de su caballo al primer envite.
-No seas idiota. Gorman dejaría de ti sólo el casco.
-¿También tú lo dejarías?
-¿Acaso lo dudas? El casco, y abollado.
Las burlas de Jes fueron recibidas con muy buen humor.
-Creo que sería bueno llevar a cabo ese torneo -dijo Mew, centrando su atención en el contoneo de Gulf sobre el caballo-. De ese modo, podríais demostrar hasta dónde son ciertas vuestras baladronadas.
-¿Participarás?
-¿Por qué no iba a hacerlo?
-Bueno... ya sabes... -Jes le guiñó el ojo a los otros -que un jinete atento a los encantos de un doncel, no presta atención a su montura.
Un coro de risas acompañó el comentario. Luego, en tono elevado, para que Gulf pudiera oírlo, dijo:
-No creo que haya mozo capaz de anular los sentidos de un guerrero. - Taconeó su caballo para colocarse a la par que Gulf-. ¿No opinas lo mismo, muchacho?
Gulf, por toda respuesta, espoleó al suyo y volvió a adelantarse hasta coronar la loma. Abajo, el bosque se extendía como un brazo verde y frondoso que acunaba el castillo. Y sobre ellos, las aves, una bandada de palomas que volaban hacia el este.
-Vamos a tener una caza magnífica -dijo alguien.
Mew alargó el brazo hacia Gulf. Sobre su muñeca, enguantada en grueso cuero, un joven halcón gerifalte, cubierta su cabeza por una capucha oscura, se movía inquieto. Jes llevaba otro magnífico animal, un macho de dos cuartas de longitud, algo más pesado que el de Mew y al que estuvo tranquilizando durante todo el trayecto.
-¿No tenías que enseñarme algo, príncipe? -Mew seguía con el brazo extendido y expresión burlona. Gulf vio en él una pose de suficiencia. Estaba convencido de que Gulf no sabría manejar un ave como aquélla. En los tiempos que corrían, por encima del caballo y el perro, un halcón representaba nobleza. Era el animal preferido de los caballeros. Por eso Mew lo grabó en su escudo de armas, como símbolo del halcón en reposo que colgara de su cuello en el medallón que le arrebatara Levrón. Gulf sabía que la posesión de un halcón dignificaba a cualquier caballero más allá de la cetrería, que, aunque deporte salvaje, ni siquiera las mujeres o donceles se resistían a practicarlo. A él, particularmente, lo enardecía el poder que el ave transmitía a su muñeca, lanzarlo al aire ya sin capucha y el modo sublime en que se orientaba en vuelo, batiendo sus alas y surcando los cielos en busca de una presa a la que abatir de un único y certero golpe.
Poseer un halcón era muy caro. Regalar uno, inestimable. La posesión de aquellas hermosas aves estaba prohibida al pueblo llano. Sin embargo, Mew le estaba ofreciendo el suyo, que sin duda representaba sus buenos dineros. Pero con un único propósito: burlarse de él.
Por un instante, Gulf estuvo tentado de rechazarlo. El recuerdo de sus días de caza junto a su abuelo, poniendo a prueba a su propio halcón, pudo más. Alargó su brazo y retó a Mew en silencio.
-Pero, ¿qué haces? -intervino Jes-. Si vas a manejar ese bicho, usa un guante o te desgarrará la muñeca.
Mew sonrió ladinamente. Gulf ni siquiera había caído en la cuenta. Pasó su halcón con un movimiento rápido al brazo izquierdo y el ave agitó las alas, clavando sus afiladas garras en la tela. Se quitó el guante de cuero y se lo tendió a Gulf, que se lo ajustó con rapidez. Su osadía hacía las delicias de la cuadrilla, ante la perspectiva que ofrecía un chiquillo plebeyo que creían incapaz de dominar a tan magnífico animal. El halcón del Lord estaba nervioso y ellos sabían que necesitado de una mano firme.
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Fuerza y Orgullo 🖤
Historical FictionFuerza y Orgullo 🖤 Sinopsis: Corazón de León comanda la Segunda Cruzada e Inglaterra se desangra entre intrigas y luchas feudales. Normandos y sajones se disputan su control y el Rey Ricardo concede a su más fiel servidor, Mew Suppasit, el señorío...