Veinte 🖤

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Aprender a jugar al ajedrez formaba parte de la educación de un caballero. Para conseguir habilidad mental, debían recibirse las primeras lecciones a edad temprana. Mew, sin embargo, no había tomado contacto con el tablero hasta conocer a aquel doncel adinerado que le ofreciera su protección y le educara. Aun así, se defendía bien: era buen estratega y se hacía difícil ganarle.

Aquella tarde, su rival habitual no estaba de humor para mover las piezas con soltura. Jes ni siquiera le había dirigido la palabra, aunque estuvieron codo con codo durante la comida.

Sentado frente al tablero, en solitario, su mente vagó recordando cada instante transcurrido desde que conociera a Gulf. Sus largos dedos jugueteaban con una de las piezas mientras evocaba aquel cuerpo, que comenzaba a obsesionarle.

Por fortuna para él, Max vino a sacarle del trance. Se sentó frente a él y comenzó a colocar sus piezas.

-¿Cinco monedas?

Mew asintió mecánicamente, pero apenas se enteró de la pregunta.

-¿Cómo?

-La distracción es poco recomendable para este juego. Digo que a cinco monedas. ¿O prefieres esperar a que Jes decida que no merece la pena seguir enojado?

Mew se pasó la mano por la nuca y se retrepó en el asiento.

-Está hecho un basilisco.

-Y no es para menos. Tu decisión no fue lógica. Y además, fue peligrosa.

-¿También tú?

-¡Líbreme el Cielo! ¿Quién soy para decir a milord lo que es juicioso y lo que no?

Mew no pasó por alto el tono irónico de Max.

-¿Queréis todos mis disculpas por escrito?

Max se acomodó, estirando las piernas. La luz del atardecer se estrelló en su cabello corto y castaño, que le hacía parecer más joven de lo que era.

-Juega. Si es que puedes alejar de ti las caderas de Gulf.

Todo el mundo sabía que en aquel juego se habían comprometido intereses considerables: habían cambiado de mano granjas enteras, castillos, el destino de una mujer o de un doncel, de un feudo e, incluso, de un reino. Mew sabía que no todo era cierto, pero algunos bulos, por repetidos, siempre contenían un poso de verdad. En el ajedrez no se apostaba la vida, ni el reino, ni los castillos. Ni el destino de ninguna persona. Apostar dinero estaba vetado por la Iglesia, si bien a esto la mayoría de los caballeros hacía oídos sordos, e incluso algunos donceles y damas de clase. Leonor de Aquitania, según esos rumores, era muy hábil en el manejo de las piezas, y se decía que muchos nobles franceses e ingleses se doblegaron ante ella.

El tablero solía ser de madera trabajado o de metal y, desde luego, un objeto de lujo que el propietario exhibía aunque desconociera su manejo. El de Mew era la parte superior de una caja adornada ricamente, de grandes dimensiones, en el interior de la cual se había dispuesto espacio para otros juegos, como el chaquete y el de tres en raya. Era totalmente blanco, con rayas grabadas en los huecos que formaban las casillas, realzadas en tono rojo para delimitar las sesenta y cuatro. La pieza principal era el Rey, de ébano, con corona. Luego estaban los caballeros a caballo, los soldados a pie, la figura del senescal sentado, el alfil representado por un obispo (en Francia era la figura de un conde, y en otras partes podía representar un árbol o un anciano). La torre, dos monstruos entrelazados.

Max había tomado las figuras blancas y movió primero. Mew, las rojas. En el juego del ajedrez, volvía a darse la lucha por los símbolos: el blanco, la Nada, se enfrentaba al rojo, el color por excelencia.

La partida se inclinó desde el principio en favor de Mew. Movió los peones con una estrategia que recordó a Max el campo de batalla, donde Mew era soberbio. Le acorraló desde el cuarto movimiento, pero se hizo fuerte colocando delante de su Rey a las torres y a un alfil. Situó el caballo a la defensiva y consiguió llevarse por delante al senescal de Mew en un movimiento inteligente.

Algunos sirvientes se fueron situando silenciosamente alrededor de los dos jugadores para disponer las mesas de la cena. Una sombra cubrió el tablero una fracción de segundo y Mew la siguió: era Gulf ayudando en los quehaceres. Se cruzaron sus miradas un instante y él volvió al juego, esforzándose por alejar de sí los iris violetas de Gulf. Aquella leve distracción fue suficiente para desperdiciar su ventaja, y Max se aprovechó. Dos movimientos rápidos y la defensa de Mew se entorpeció. Entregó un alfil y se vio acorralado como antes lo estuviera Max.

-Tú mueves.

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