Veintisiete🖤

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Apenas entró en las cocinas, Zee se lanzó a los brazos de Gulf.

—¡Iré al torneo! —gritó en su oreja—. ¿Me oyes? ¡Voy a ver las peleas!

Gulf le besó en el flequillo.

—Me alegro mucho, tesoro. ¿Ya no estás castigado?

—Oh, sí. Milord bajó esta mañana.

—Es cierto —repuso Wen, salando un enorme trozo de carne—. Este diablillo se ha buscado a un buen abogado. Pero escucha, jovencito —señaló a su hijo con un dedo cubierto de sal—, si no cumples lo que prometiste al Lord…

—Lo cumpliré, mamá. Lo he prometido, ¿eh?

—Veremos —rezongó la mujer—. Ya veremos. —Miró a Gulf y señaló una silla—. Siéntate y toma algo.

Gulf obedeció, se sentó y dejó que el chicuelo se acomodara sobre sus rodillas. Aceptó el tazón de leche caliente que Wen le puso delante y partió un par de rebanadas de pan recién horneado. Wen lo vio devorar la comida y no le quitó un ojo de encima mientras compartía la leche y el pan con Zee. Cuando hubo terminado, Gulf acarició el cabello del pequeño y comenzó a narrarle un cuento.

—¿Piensas decírselo? —preguntó.

—¿El qué y a quién?

—Zee, vete a jugar fuera.

—Oh, mamá. Gulf me está contando un cuento.

—Obedece.

El crío refunfuñó, pero bajó de las rodillas de Gulf y se perdió de vista. Sólo entonces Wen volvió a la carga.

—Te servirá de poco. Dentro de unos meses, todo el mundo sabrá tu estado.

Gulf se llevó la mano al vientre.

—Kamon debería dedicarse a alcahueta.

—Kamon no ha hecho más que confiar en una mujer adulta, no en una cotorra —zanjó Wen—. ¿Se lo contarás?

—No.

—¡Allá tú! Te juro por las Sagradas Escrituras que no entiendo una palabra. Estás en «sí pero no». Anoche os vi en el huerto. —Gulf no evitó una exclamación de sorpresa—. Vaya, niño, no es que os escondierais mucho… Tuve que hacer un viaje al pozo, no estaba espiando ¡líbreme Dios! Y yo diría que no te mostrabas muy melindroso cuando él te tomaba, de modo que… ¿Por qué ocultarle que vas a tener un hijo suyo?

—Aún no es… seguro.

—¿De veras?

—Bueno… —se sonrojó—, no lo sé.

—Más vale que midas el tiempo, hijo. Cuanto antes sepas a qué atenerte, mejor.

—Es que no me parece posible que haya podido quedar encinta en tan poco tiempo…

—Mira, criatura —se limpió las manos en su delantal y abandonó definitivamente el trabajo para sentarse junto a él—, cuando se fornica, el resultado suele ser un bebé.

—¡Wen!

—Ay, a mí no me enseñaron delicadezas, solamente a trabajar, obedecer a mis señores, fueran cuales fuesen, y a procurar no hacer daño al prójimo. Seguro que se puede decir con palabras más bonitas, pero el resultado sería el mismo.

Gulf escondió el rostro entre las manos.

—No sé qué voy a hacer… —sollozó.

—Lo primero, asegurarte de que esperas un hijo. Lo segundo, si estás seguro, hablar con el Lord. Mew cuidará de ti y de la criatura. Es un hombre de honor.

—Cuidará de su querido y de su bastardo. ¿Es eso lo que quieres decir?

—No. Quiero decir que cuidará del padre y del hijo. No busques cinco pies al gato, Gulf.

Gulf se levantó y se asomó al exterior desde la puerta de la cocina. Wen se acercó a él y echó un vistazo afuera.

Mew entrenaba con Jes en el patio de armas. Los dos tenían el torso descubierto, sus cuerpos brillaban de sudor. Eran una sinfonía de poder perfecta.

—Lo amas, ¿verdad?

—¡Qué tontería! —exclamó Gulf sin convicción.

—Cualquier muchacho podría enamorarse de él. Míralo.

—Para mí, es sólo el hombre que me ha deshonrado.

—Para ti es mucho más que eso. No lo niegues. Tus ojos adquieren un destello especial cuando le miras.

—No digas bobadas, por favor —suplicó, regresando al caluroso interior.

—¿De qué tienes miedo?

Gulf no aguantó más y se vino abajo. Desde que supiera su embarazo, su cabeza hervía como una caldera al fuego. Ya quería al hijo que esperaba. Parecía imposible, cuando hacía tan poco ni siquiera sabía de su existencia. Y se odiaba. Y odiaba a Mew…, pero también le amaba. Se había dado cuenta en el huerto. Los sentimientos eran tan contrapuestos que lo estaban destrozando. No sabía a qué atenerse. Amar a Mew suponía traicionar a los suyos. Fijó en Wen su rostro lloroso y dijo:

—Es demasiado tarde para cambiar.

—¿Qué es lo que hay que cambiar?

—No lo entenderías.

—Trata de explicármelo.

Gulf tomó el rostro de la mujer entre sus manos.

—Olvídalo. Tal vez algún día te lo pueda contar, cuando no sea prisionero de mi propia debilidad.

—Gulf…

—No, por favor. Déjame.

—Escucha un instante. Eres joven y hermoso. Por si fuera poco, esperas un hijo de Mew. Sí, ya lo sé, pero yo no tengo dudas como tú. Lo esperas. Tienes todos los triunfos en la mano para que él piense en ti y se olvide de esa boda concertada.

Gulf se alarmó.

—Desvarías.

—Ni mucho menos. Mew ni siquiera conoce al doncel que le ha sido designado. Sólo va a casarse con él porque así lo ha decidido el Rey. Lucha por él, niño.

—¿Luchar?

—No sería la primera vez que un hombre de su clase desposara a un muchacho de clase más baja.

—Oh, Wen…

—Hazme caso. Si amas a Mew, pelea. Tú estás aquí y ese Lord, muy lejos. Tú le gustas, hay que ser ciego para no verlo, y a él no lo conoce. Tú vas a darle un hijo y él…, acaso sea estéril. Piensa que…

Gulf estalló en llanto y huyó a la carrera de las cocinas. Escapó de los consejos de Wen como si estuviese huyendo de las llamas del infierno. En realidad, huía de sí mismo. Una vez a solas, apoyado en el muro de una almena, con el viento despeinando sus cabellos y azotando su rostro, no pudo evitar volverse hacia el patio de armas. No pudo evitar, tampoco, deleitarse con cada movimiento de aquellos músculos de Mew. Admiró el vaivén de sus golpes de ataque.

Wen estaba en lo cierto: cualquier muchacho podría enamorarse de Mew. Sólo que él no podía hacerlo. Ni podía poner aquella carta en sus manos. ¿Decirle que esperaba un hijo? ¿Decirle que, a pesar de lo pasado, deseaba estar a su lado? ¿Confesarle que, desde que le conocía, le costaba no pensar en él?

Estaba atrapado y el tiempo se le acababa.

—Señor —rezó—, ayúdame. Por favor, ayúdame. 🖤

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora