Veintidós 🖤

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El caballero contempló al joven doncel formando un ramillete de flores.

El viaje estaba resultando largo, pero él no había soltado una queja por las penurias sufridas, ni aunque tuviera que dormir en una tienda de campaña, sin las comodidades de su casa, allá en Normandía. Pidió acompañarlo, más bien lo exigió, aunque bien sabía Dios que aquella criatura nada tenía que purgar para hacer tal peregrinaje.

Era un ángel, y él se sentía orgulloso. Fue a su lado, le echó los brazos al cuello y lo besó en la mejilla. El conde de Charandon lo abrazó.

—¿Qué ocurre, papá? Estás muy serio.

El curtido rostro de Alexander se iluminó y las arrugas de su frente se suavizaron. El joven acarició sus sienes, ligeramente plateadas.

—Pensaba que eres incansable.

—Oh, no lo creas, ya me duelen todos los huesos.

—¿Cuándo llegaremos a Capertien?

—Aún queda camino.

—¡Qué fastidio! —El ceño se arrugó de forma encantadora—. Parece que el Rey te haya castigado en vez de recompensado.

—¿Y eso?

—Bueno… Tenemos Charandon. ¿Por qué concederte esas tierras en Capertien, y no otras, más cerca de Normandía?

—Creo que deberías haberte quedado con tu madre y con Tul.

—¿Y perderme un viaje contigo? ¡Ni en sueños! Además, Tul es un crío insufrible. No hay quien lo aguante desde que se descubrió un pelo en las axilas. —Alexander se echó a reír—. Y sigo pensando que Ricardo podía haberte otorgado tierras más cerca de casa.

—Podía, sí, pero ha sido en Inglaterra, Earth. Y no vamos a juzgar las decisiones de nuestro soberano.

—¿Por qué no? Él mismo ha dicho muchas veces que le agrada que sus súbditos le hagan llegar sus opiniones.

—Los monarcas dicen cosas cuando se encuentran en un ambiente distendido.
Pero rara vez un vasallo les hace cambiar de idea. Además… —Earth vio a su padre hacer visera con la mano para ver a lo lejos.

—¿Qué pasa? —Earth señaló la nube de polvo que se aproximaba—. ¡Volvamos al campamento!

Regresaron aprisa. En aquellos tiempos, nunca se sabía la clase de gente con la que uno podía cruzarse. Earth caminó, presuroso, de la mano de su padre, y apenas remontaron la loma, las tiendas de campaña les procuraron refugio. De inmediato, el conde dio la voz de alarma y los soldados se apresuraron a tomar las armas.

Desde que salieran de Normandía, se habían encontrado con grupos de jinetes. Y no fueron siempre caballeros que se dirigían a sus propiedades. En dos ocasiones tuvieron que defenderse de proscritos, aunque, por fortuna, ninguno de los suyos resultó herido. Sin embargo, dejaron atrás la tumba de algún asaltante.

Earth era joven, apenas acababa de cumplir dieciséis años y nunca se había visto envuelto en una refriega. Aún temblaba por las noches al recordar el ensordecedor ruido de las espadas, el relincho de los caballos, el fuego que alcanzara una de las tiendas y que causó quemaduras a un soldado. Sobre todo, temblaba ante la sangre. No obstante, llegada la ocasión, se comportó como debía, socorriendo a los heridos.

Refugiado junto a su dama de compañía, tras los árboles, alejados del campamento, rezó para que los jinetes que se acercaban fueran gente de bien.
El Cielo lo escuchó, porque la voz de un soldado gritó:

—¡Los colores de Noirmont!

Earth se abrazó a su compañera, que elevó una jaculatoria y se persignó tres veces seguidas. Desanduvieron el camino y, cuando llegó junto a su padre, el conde lo pegó a su costado. A lo lejos, cada vez más visibles, ondeaban los estandartes de su hermanastro Gawin.
Poco después, descabalgaba y se acercaba a ellos, sacudiéndose el polvo del camino. Abrazó a Alexander y alzó al joven en sus brazos.

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora