Dieciséis 🖤

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Gulf recogió una bandeja de pescado ahumado y salió de las cocinas. Encontraba cierta grandeza en el hecho de hacer algo útil, como era ayudar a Wen. En casa de su abuelo apenas las pisaba, salvo para ocuparse de que todo estuviera en orden, supervisar que hubiera especias suficientes, revisar las salazones y cocinar algún plato sencillo, cosa que le encantaba. Desde que Mew lo destinara a este nuevo cometido, gracias a la insistencia de Wen, había aprendido mucho sobre las costumbres de las clases más bajas. A pesar de que los sajones habían caído en desgracia, seguían conservando su orgullo. Pero no lo llevaban como estandarte, algo reservado a la nobleza. Se limitaban a vivir. Tenían las mismas preocupaciones que los señores, siempre circunscritas a su poder adquisitivo: vestirse, calzarse y comer a diario. Gozaban del amor del mismo modo que podía hacerlo el señor del feudo y odiaban de la misma manera.

Desde que se supo que era un doncel, Gulf había recibido constantes muestras de cariño. Wen lo trataba con deferencia y procuraba no encomendarle trabajos demasiado pesados. Decía que lo veía demasiado frágil y lo comparaba con los esposos y esposas de los trabajadores, siempre acarreando sacos, cuidando de las ovejas o limpiando las tierras de malas hierbas.

«Más pareces un doncel de clase que un doncel plebeyo. Como si te hubieran criado entre algodones» solía bromear con él.

Gulf sonreía y callaba.

Kamon había tomado el cambio con júbilo, a pesar de que tenía instrucciones de seguir vigilándolo constantemente. Se alegraba de que Gulf no tuviera que volver a entrenar porque sabía lo duro que le había resultado seguir la marcha de los jóvenes aspirantes a escudero. Los demás, de soslayo, miraban su hermosa cabellera suelta, pero en ningún momento se volvieron a burlar de él.

-Gulf, lleva esa bandeja de venado - le pidió Wen, en cuanto regresó.

Gulf tomó la bandeja y salió de nuevo hacia la gran sala. Sorteó a un par de caballeros, a dos perros que se le cruzaron entre las piernas, la palma de la mano de un escudero con intenciones pícaras, y acabó depositándolo en uno de los extremos de la mesa.

En la cabecera, los oscuros ojos de Mew lo seguían allá donde iba. Le volvió aquella desazón. Siempre pasaba lo mismo cuando sus miradas se cruzaban. Era como un vacío en la boca del estómago.

Jess le dio un codazo para llamar su atención.

-Vístelo como lo que es y acaso acabe en tu cama - aconsejó, socarrón.

-Antes metería a una serpiente.

-Entonces búscale un marido y deshazte de él. O devuélveselo a Plowman. El viejo estará encantado.

-Seguramente, pero no voy a obligar a nadie a cargar con semejante fiera, y con Plowman sólo sería un campesino más.

-Dáselo al de Lynch. Te lo pidió.

-Humm... - negó Mew.

A Jes le divertían sus dudas. Echó un trago de vino y afirmó:

-Apuesto la paga de un mes.

-¿Qué?

-Apuesto la paga de un mes a que ese muchacho acaba en tu cama.

Mew no culpaba a Jes de que fuera promiscuo; se culpaba a sí mismo porque parecía adivinarle su deseo más íntimo desde que descubriera que Gulf era un doncel. Ansiaba dominar aquel espíritu rebelde y pendenciero.

Malhumorado, se incorporó de la mesa.

-Estás borracho.

Jes soltó una risotada y alzó su copa hacia el Lord.

-Creo que muy pronto llenaré mi bolsa a tu costa, amigo. Muy pronto.

Mew abandonó el salón, dejando que caballeros y escuderos disfrutasen de la velada. Una vez más, subió a las almenas y se acodó en la piedra. Parecía que allí su malhumor remitía. Con ojos críticos, abarcó todo cuanto se extendía a sus pies. Su castillo, sus trabajadores, sus tierras... Ricardo le había hecho un gran regalo, pero también le había obligado a cambiar de vida. Hasta hacía muy poco sólo se había preocupado de su caballo, su escudo y sus armas. Ahora, un elevado número de personas dependían de él y de sus decisiones. No estaba seguro de estar a la altura.

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora