Trece 🖤

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Maratón 2/3 🖤

Enric partió de Kellinword tras la jura de vasallaje al nuevo Lord. Otro tanto hizo Mike de Nortich. A Gulf le fue imposible volver a estar a solas con su abuelo. Mew se encargó de acaparar todo su tiempo. Pero él agradeció estar desterrado, aunque fuera para siempre, en las porquerizas, porque de ese modo se libró de ver arrodillado a su abuelo delante del normando.
   
Conocía aquella ceremonia, porque había visto alguna en Lynch, cuando su padre vivía. El vasallo, de rodillas ante el señor, comenzaba con una fórmula de homenaje: «Me convierto en tu hombre...».
   
Seguidamente, ya en pie, juraba fidelidad a su señor sobre las Sagradas Escrituras o sobre alguna reliquia sagrada. Genuflexiones, intercambios de besos y gestos litúrgicos acompañaban el acto, que podía realizarse una sola vez o repetirse periódicamente. Además, en aquella ocasión se habían firmado documentos de pacto y acuerdos políticos y administrativos.
   
Cuando la comitiva hubo partido, dejando en Kellinword a Kaownah y a una de sus damas de compañía, Kamon le hizo entrega de una nota doblada que sacó de debajo de su justillo de cuero. Gulf, a punto de llorar de alegría, se la guardó y la leyó a solas. Decía su abuelo, que confió en el joven escudero tras escuchar el juicio que éste le merecía a Gulf, que el plan seguía su curso, pero que le había sido imposible convencer a Mew de llevárselo consigo. Decía que lo quería, que se cuidara y que, si lo deseaba, atacaría Kellinword para liberarlo de allí.
   
Gulf se enterneció con el último párrafo. Atacar Kellinword. Sabía que su abuelo era capaz de eso por él, pero no estaba tan loco como para pedirlo. Cierto era que, en teoría, había pequeñas lagunas de seguridad, pero, en la práctica, el castillo parecía inexpugnable. Se secó las lágrimas y escondió la nota.
   
Por otro lado, Mew dio orden de abandonar por el momento el refuerzo de los muros del castillo y remodelar la torre grande, lo que extrañó a todos. Mandó levantar una doble muralla en el paseo de ronda, fortificar la casamata y tirar abajo el tejadillo de la torre, reforzando sus muros para que pudieran sostener otro de pizarra. El diseño original de aquélla, según explicó el maestro de albañiles, no soportaría una escalera de piedra, así que debía conservar la de madera. A Mew no le quedó más remedio que aceptarlo, aunque decidió estrechar las saeteras, haciéndolas más inaccesibles. Con eso, pareció que dar satisfecho, pero se negó a dar explicaciones de tan repentina mejora de la fortificación.
   
Mandó vigilar a Gulf desde que se levantaba hasta que se acostaba, y el encargado de tan penosa misión no fue otro que Kamon, a quien desagradó su nuevo cometido, que implicaba desatender su entrenamiento diario. Mew quería saber a quién veía, con quién hablaba y hasta en quién pensaba.
 





































                               🖤🥀🖤





























 
Kaownah Lord de Eveling aprovechó su estancia en el castillo para tratar de atraer la atención del normando. No tuvo éxito durante el primer día y, a punto ya de desistir, se lo encontró mientras caminaba por el huerto. Afortunadamente, la pesada de Yuri, su acompañante, se encontraba indispuesta, y él gozó de unos momentos de libertad. Se accedía a éste por una poterna y una pasarela que cruzaba el foso. Era un lugar de paseo y reposo, de ocio y, tal vez, de citas. El césped lucía cuidado con esmero. Incluso un par de fuentes aligeraban tanto verdor. Un remanso de paz frente al ajetreo del castillo. Pero, además, el jardín parecía un lugar propicio para los juegos. No se trataba de un vergel, sin otra finalidad que el adorno. No. De él se extraían los frutos frescos, las legumbres, el vino y el agua, las hierbas aromáticas y las plantas textiles y medicinales. Había también un invernadero, pajareras y un par de cenadores que podían ser utilizados cuando el tiempo lo permitía. Un huerto, mejorado y bellamente empalizado, donde además de hortalizas se podía oler la fragancia de las rosas, los lirios y las violetas.
   
Tropezó con un terrón recién excavado de un surco ante una hilera de coles, sobre las que estuvo a punto de caer, lo que hubiera supuesto una herida en su amor propio. Unos brazos de hierro lo sostuvieron en el último segundo, evitando así la ruina de una de sus mejores túnicas. Se sobrepuso lo mejor que pudo con el rostro de Mew a un palmo del suyo. Sonrió como un estúpido y no supo qué decir, si disculparse o dar las gracias.
   
—¿Os aburrís, señor?
   
Kaownah se aclaró la garganta, repentinamente seca. Mew lo amedrentaba, pero lo encontraba irresistible. Y más irresistible aún su fortuna y posición. Ese fue el momento que buscaba para iniciar un coqueteo.
   
—Me torcí el tobillo — se lamentó de modo convincente.
   
Mew sonrió. Había presenciado el resbalón y estaba seguro de que la queja era una patraña, pero hacía demasiado tiempo que no gozaba de la compañía de un doncel. Decidió seguirle el juego y, tomándolo por debajo de las rodillas y por la cintura, se lo llevó al lugar más alejado del huerto, allí donde los árboles procuraban un rincón recoleto y oculto de miradas indiscretas.
   
Kaownah le dejó hacer mientras fruncía los labios en un mohín muy sensual, entre dolorido y placentero. Se sentía terriblemente cómodo en brazos del normando y supo que había ganado la primera baza de aquella partida que Mew ni siquiera imaginaba había comenzado.
   
Mew lo depositó en un banco de piedra y, de hinojos ante Kaownah, examinó el tobillo lastimado.

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