Gorman empujó a los dos hombres hacia el centro del salón. Ambos vestían briales amarillos con rayas negras. Uno, efectivamente, tenía una cicatriz que le afeaba el rostro, y el otro lucía marcas de arañazos en su mejilla izquierda. Permanecieron en silencio cabizbajos y, poco a poco, se fue formando un círculo en torno a ellos.
Mew se disculpó ante Enric, con el que departía en esos momentos, y se incorporó. Su expresión era una máscara de piedra, pero sus ojos fulguraban. Les conocía a ambos. De hecho, había combatido con ellos codo con codo en algunas escaramuzas.
—Que traigan al anciano y a su hijo. —Se mostraba calmado. Demasiado calmado.
Un momento después, los dos judíos comparecían ante él. Al reconocer a los agresores, el joven dio un paso adelante, pero la mano huesuda de su padre le detuvo.
—¿Son ellos? —preguntó Mew.
—Sí, milord.
Mew se encaró a ellos.
—Se os acusa de abusar y asesinar a una joven.
—¡Es un error, milord! —se defendió el de cabeza afeitada.
—Sin duda nos confunden con otros, señor —repuso el de los arañazos—. Gorman ya nos ha explicado que se nos acusa, pero somos inocentes.
Mew asentía mientras hablaban pero, de reojo, estaba pendiente de los judíos. En sus semblantes veía desesperación y adivinó sus pensamientos: judíos acusando a soldados cristianos. Su insignificante palabra contra la de gentes de armas, puesto que no hubo testigos del ultraje.
—Traed a la muchacha.
—Mi señor, por favor… —suplicó el anciano—, dejadla descansar en paz.
—¡Traed a la muchacha! —repitió Mew.
Jes se apresuró a enviar a dos hombres en busca del cadáver de la niña, a la que habían amortajado y colocado sobre un caballete, en las bodegas. Regresaron momentos después portando el cuerpo, y Mew les indicó por señas que lo depositaran en el suelo.
Los dos imputados empalidecieron mientras el judío caía de rodillas y abrazaba el cuerpo inerte de su hija. Parecía dormida, con su cabello negro y brillante recogido, envuelta en el lienzo de la mortaja.
—Contempladla bien —exigió—. Contempladla y jurad por las Sagradas Escrituras que nada tenéis que ver con su muerte.
Durante un tenso momento, los incriminados guardaron silencio, desencajadas las facciones. El de la cabeza rapada, acaso el más débil de los dos, clavó su rodilla derecha en el suelo y gimoteó:
—Estábamos bebidos, milord. Sólo queríamos pasar un buen rato. ¡Os suplico piedad, señor!
—Misericordia —insistió el otro, postrándose igualmente.
Gorman suspiró ruidosamente. Hasta ese momento dudaba de la palabra del judío. Algunos soldados más podían cuadrar con la descripción ofrecida; había muchos con el rostro surcado de cicatrices que se rasuraban el cráneo. Aquellos dos desgraciados acababan de ceñirse la soga al cuello. Un músculo temblaba en la mejilla de Mew. No iba a tener compasión.
—Mañana, al amanecer —dijo alto y claro—, seréis castrados y colgados de una cuerda en el patio de armas.
El murmullo de asombro fue sofocado por las súplicas desesperadas de los condenados, a los que arrastraron fuera sus propios compañeros.
Mew se encaminaba a sus aposentos, asqueado. El anciano judío, quejumbroso, le detuvo.
—Milord, yo os he pedido justicia, pero no deseo la muerte de nadie. —Mew, varado en la escalera, le prestó atención—. Soy un pobre pecador, señor, seguramente merecedor de la ira de Dios. No quiero cargar en mi conciencia con la muerte de dos personas. Os pido benevolencia, milord.
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Fuerza y Orgullo 🖤
Historical FictionFuerza y Orgullo 🖤 Sinopsis: Corazón de León comanda la Segunda Cruzada e Inglaterra se desangra entre intrigas y luchas feudales. Normandos y sajones se disputan su control y el Rey Ricardo concede a su más fiel servidor, Mew Suppasit, el señorío...