En su condición de invitados, fueron alojados en el piso segundo de la torre de homenaje, evitándoles dormir con el servicio.
Gulf notó con agrado que la recámara perteneció a un doncel y, cuando dos criados les proporcionaron una gran tina y cubos de agua caliente, casi estuvo tentado de perdonar la tropelía que suponía su traslado.
No habían cenado a solas con el señor del castillo. Como era costumbre, Mew invitó a su mesa a todos sus caballeros y a sus criados más allegados. Las viandas fueron abundantes y los platos, a base de carne, espléndidos: perdices, cormoranes y codornices con salsa de tomillo, comino y clavo. Capones y chorlitos aderezados con perejil, hinojo y hacedera. Truchas y pescado ahumado, acompañado de variadas salsas. Por último queso, melocotón y ciruelas, un poco de alfajor y jalea de fruta. El vino, según indicó Jes, había sido cosechado en los viñedos de Auxerrois-Tonnerrois, que alimentaban buena parte del consumo parisiense.
Gulf observó que, a pesar de los manjares servidos, Mew comía con mesura: un poco de perdiz, algo de pescado ahumado, queso fresco y ciruelas. Tampoco bebió en exceso. Parecía un hombre austero al que no le agradaban demasiado las celebraciones.
John, por el contrario, comió y bebió más de la cuenta y cuando, acabada la cena, se retiraron a su habitación, se dejó caer en la cama, algo achispado, sin intención de moverse. Hellen, comprensiva, le ayudó a desvestirse. Luego, con la colaboración del muchacho, extendieron un par de sábanas para aislar la bañera y Gulf se desvistió y se introdujo en ella con verdadero deleite. Se sentía sucio del largo viaje y deseaba relajar sus músculos tanto del cansancio del camino como de la inquietud que lo invadió desde que supiera que Mew era el hombre destinado para él por Ricardo Corazón de León.Hellen le frotó la espada y le lavó el cabello. Después se sumergió hasta el cuello en el recipiente y cerró los ojos.
El aposento era amplio y no demasiado amueblado. Parecía que el joven que ocupase el lugar con anterioridad tenía costumbres tan austeras como el mismísimo actual señor del castillo. Una cama grande y cuadrada en la que cabían, al menos, tres personas. Un arcón de enormes proporciones y un tocador pequeño, aunque bellamente tallado, de procedencia extranjera. Varios canapés de tela y cojines. El fuego de la chimenea ardía calentando la recámara de forma agradable... y Gulf se quedó medio dormido en la tina.
Mientras se iba sumiendo en una languidez exquisita, pensó en Mew. Era un hombre extraño. Un instante estaba sonriendo y al siguiente su semblante se oscurecía y sus ojos oscuros se tornaban verdes, fríos, tanto que casi asustaba. Habló con John durante la cena, al anciano al principio le incomodó que lo sentaran a la derecha de Mew, acerca de las viñas, de sus cuidados y de la recolección. John, después de su cuarto pichel, acabó hablando por los codos y Hellen temió que su esposo olvidara con quién estaba cenando, tan animado como parecía. Hábilmente, sonsacó al campesino, pero no contó nada acerca de su vida.
—Nos conocemos hace tiempo — fue la única y escueta respuesta que recibió John a propósito de su amistad con el Rey Ricardo, y que en la tertulia tras la cena sacó a colación Jespipat de Montauband.
El agua se estaba quedando fría y Gulf se incorporó. De inmediato, Hellen acudió a su lado y lo ayudó a secarse con un paño de lino. Secó luego su cabello ligeramente largo por encima los hombros. Sobre el tocador, encontraron lo necesario para el aseo personal. Después se lavó ella misma. Para cuando hubo terminado, Gulf ya había preparado su lecho sirviéndose de un par de mantas y varios cojines. Había insistido en que ellos ocupasen la cama. A fin de cuentas, él era joven y dormir una noche en el suelo no debería ser causa de especiales molestias.
Con todo, cuando Hellen apagó las lámparas de aceite y el aposento quedó en penumbras, iluminado solamente por las llamas de la chimenea, Gulf no encontró la postura adecuada para conciliar el sueño. Maldijo mentalmente a Mew y se colocó boca arriba, con los brazos cruzados tras la nuca.
La imagen de Mew riendo, durante la cena, cuando, John comentó algo acerca del pastel de fruta, lo aguijoneó. Percibía que el señor de Kellinword era un hombre que llenaba una estancia con su sola presencia. Y hasta se podía decir que parecía agradable y justo. Sólo que él no se fiaba de ningún normando. Jamás lo haría. No en vano, les había jurado odio eterno desde que sus padres fueron pasados a cuchillo por la mano de un soldado invasor.
Gulf volvió a renegar, se colocó de lado y trató de amoldar los cojines a su cabeza. Su último pensamiento, antes de dejarse abrazar por el dios Morfeo, fue para su anfitrión, recordando aquellos ojos.
—¡Maldito normando! — musitó antes de perderse en el sueño.
ESTÁS LEYENDO
Fuerza y Orgullo 🖤
Historical FictionFuerza y Orgullo 🖤 Sinopsis: Corazón de León comanda la Segunda Cruzada e Inglaterra se desangra entre intrigas y luchas feudales. Normandos y sajones se disputan su control y el Rey Ricardo concede a su más fiel servidor, Mew Suppasit, el señorío...