Veinticuatro 🖤

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Gulf se sentó frente a la ventana, acomodándose en un cojín, y esperó.

Fuera, el tiempo era agradable. El fresco primaveral había dado paso a las cálidas noches de junio. Había pasado la Ascensión y ya aguardaban la próxima fiesta de Pentecostés, el día 9 de ese mes. Incluso San parecía más benevolente en aquellos días.

Pero él se tenía que enfrentar a Mew minutos después. El normando había aprovechado la cena para acercársele y ordenarle que le aguardara en sus dependencias, susurrándole la más ruin de las amenazas.

—Aún puedo mandar que despellejen Kamon, cariño. Incluso que te despellejen a ti.

Gulf dudaba que fuera capaz de tanto; a fin de cuentas, había prometido a John cuidarlo, y todos decían que era un hombre de palabra. Pero no se podía jugar con fuego. Y allí estaba, aguardando a que Mew apareciera.

Sobre un arcón, vio su bata cuidadosamente doblada, y como una bofetada le trajo el recuerdo del cuerpo musculoso de Mew. Un calor intenso le recorrió el pecho y el vientre, y casi sintió sus labios sobre su boca, sus brazos envolviéndolo, su lengua caliente buscando la suya, jugando con sus pezones… Sacudió la cabeza para librarse de los sueños. Mew jamás conseguiría que él cediera de buen grado. Ahora estaba preparado para hacerle frente, y sabía el modo de vencerlo. Lo intuía. Mew fue todo ardor cuando él respondía a sus caricias, pero… ¿cómo le sentaría la indiferencia?

—Bien, milord —sonrió en la penumbra—. Probaremos con eso.

Tuvo que esperar, traicionado por los nervios, casi una hora. Mientras tanto maquinó, se repitió mil veces que se haría fuerte, que no se dejaría seducir de nuevo por sus…

La puerta se abrió de golpe. A pesar de sus propósitos, se encontró abrazándose a sí mismo y tratando de disimular un temblor.

Mew lo miró largamente y cerró la puerta por dentro. El pasador que la atrancaba fue como un puñetazo para Gulf.

—¿Tienes frío? —preguntó.

—No.

—Entonces, quítate la ropa —ordenó—. No tengo demasiado tiempo para juegos amorosos. Mañana he de madrugar.

Gulf se tragó el orgullo y preguntó:

—Entonces, ¿no sería mejor dormir?

Mew dejó su espada a un lado de la cama, se acercó a Gulf, lo tomó del talle y lo besó en la boca. Gulf no se resistió, aunque le costó un triunfo permanecer frío bajo el fuego de aquel beso. Lo soltó y se quitó la túnica y las botas. A Gulf le dio un cosquilleo en las manos, locas por acariciar su piel. Se quedó con las ajustadas calzas y preguntó:

—¿Vas a quitarte la ropa o no?

—¿Tengo otra solución?

—No —rió Mew de muy buen humor—. No tienes ninguna, pequeño.

Un tic nervioso le hizo temblar el labio superior. ¡Cuánto deseaba armarse de valor para tomar la espada y atravesarlo de lado a lado! Inhaló todo el aire que sus pulmones le permitieron y comenzó a deshacer los lazos del camisón. Mew no le quitaba ojo, así que se volvió de espaldas, en un acto de rebeldía, pero Mew se acercó y lo tomó por el brazo obligándolo a encararlo.

—Retrasar el momento sólo conseguirá eso, Gulf, retrasarlo. Y ya te he dicho que tengo prisa.

Agarró el camisón con las dos manos y tiró hacia los lados. A Gulf le tomó por sorpresa y trató de cubrirse, pero Mew no le dio opción, y arrancó los cintillos que volaron al suelo. Le urgió la necesidad.

—Métete en la cama.

—¡Eres un bárbaro! —le espetó Gulf, rojo de vergüenza.

—Posiblemente. —Se encogió de hombros—. Y tendré que comprarte otro camisón. Vamos, a la cama. —Le azotó cariñosamente  las nalgas.

Gulf saltó hacia el amplio lecho, intentando evitar que lo viera desnudo, pero expuso la exquisita imagen de su trasero gateando sobre las mantas, lo que impulsó a Mew a reír de nuevo. Se embutió entre ellas y se cubrió hasta el cuello. Mew acabó de desnudarse y mostró, con todo el descaro de que un hombre es capaz, su más que dispuesta masculinidad. Gulf no quiso verlo, y rezó para que acabara cuanto antes, presintiendo que su cuerpo podía volver a traicionarlo. ¡Era tan hermoso en su desnudez! Alto, fornido y ligeramente bronceado por el sol, parecía esculpido en granito.

Se ahogó cuando el peso de Mew hundió el colchón y mantuvo los ojos muy cerrados incluso cuando comenzó a acariciarlo. Su estómago se retorcía pero su corazón latía como un cervatillo asustado. Consiguió mantener su primitivo propósito de permanecer indiferente a sus manos y al calor de su cuerpo. Claro que… sólo en apariencia.

Mew se recostó sobre un codo y lo observó con el ceño fruncido. Gulf presentaba la más tierna imagen de muchacho arrebolado ante la osadía de un amante, y la sangre se le subió a la cabeza. Hizo las cobijas a un lado y contempló aquel cuerpo perfecto. El deseo de poseerlo era tan fuerte que se olvidó de los preliminares: se echó sobre Gulf y lo besó con avidez, haciendo cuña con la rodilla para que abriera las piernas.

Gulf se dejó hacer. Abrió los ojos y le regaló una mirada helada, sin responder al beso, por mucho que ardiera por dentro.

Mew suspiraba por el joven apasionado que poseyera en el bosque, pero sólo encontró unos ojos de desprecio y ninguna respuesta. La libido se le fue al suelo, y Gulf notó, satisfecho, remitir su virilidad.

—¿Qué diablos te pasa?

—¿Ha de pasarme algo, milord? —preguntó, tan inocentemente como le fue posible.

—Quiero que me abraces, Gulf.

—Está bien. —Y colocó los brazos alrededor de su cuello, inertes, sin presión.

—¿No puedes hacerlo mejor? —dijo, desalentado.

—No, cuando no siento lo que hago.

—¡Anoche lo sentías!

—Eso fue anoche.

Mew se incorporó de un salto, que Gulf aprovechó para cubrirse de nuevo, y fue hasta la ventana, totalmente desnudo. Era un animal magnífico, único, se dijo. Mew se sentó, cruzó las piernas y los brazos y lo miró desde la distancia con el ceño fruncido. Un ramalazo de orgullo aguijoneó sus sienes. El desplante le provocó una sensación de triunfo. Había ganado aquella mano, pensó. Desde luego, el ardor del normando se había ido al traste definitivamente.

—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? —preguntó Gulf.

—¡Puede ser! —masculló Mew.

—Entonces… ¿me puedo dormir, milord? ¿O tal vez prefieres que permanezca despierto por si…, por si os vuelven las ganas?

Aquél brujo le desesperaba. Sus reiteradas pullas, sutiles y certeras, le desarmaban. Lo deseaba y lo odiaba al mismo tiempo. Se calló, se puso la bata y salió de la recámara con un portazo que hizo retumbar hasta los muros.

Mucho después, aún no había regresado. Gulf se quedó dormido sin saber que abajo, en el salón, Mew daba buena cuenta de un barril de cerveza. Trataba de evitar subir y volver a enfrentarse a su paralizante indiferencia. 🖤

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora