Treinta y ocho 🖤

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Estaba excitado. ¡Por los cuernos de todos los demonios del infierno, lo estaba! Apenas cenó por el nudo que tenía en las tripas. Sentado en un banquito, entre el esposo de Wen y Zee, mordisqueó un poco de gallina, que le costó tragar. Mew lo observó todo el tiempo, taciturno. Lo hubiera dado todo por conocer sus pensamientos.

Enric adivinó que algo andaba mal, pero no alcanzó a ver la causa y, aunque sabía su origen, la respuesta estaba en su nieto. Deseaba hablar con él, pero se unió al resto de los criados para recoger los restos de la cena, apenas hubo finalizado. Sí se fijó en la satisfacción de Kaownah, a su lado, observando a Gulf rebajarse en tareas de siervo.

La velada se alargó muy poco porque bullía cierto aire de desconcierto. Jes mantuvo todo el tiempo a su amigo bajo su punto de mira, sin comprender qué mosca habría picado a ambos, cuando les dejó tan acaramelados. Charandon, por su parte, también le vigiló con disimulo. En los últimos días parecía un ave de presa, atento a sus movimientos, como si buscara algo en Mew que no acababa de encontrar.

La nota agradable la puso Lord Earth. Retó a Kaownah a una partida de tres en raya y ganó tres veces seguidas. Kaownah se enfurruñó y acabó dando un manotazo a las fichas.

—Puedo daros la revancha —lo invitó de buena fe.

Kaownah lo interpretó como una burla, que avinagró más su humor, y se retiró a su cuarto.

El señor de Lynch se disculpó en su nombre y aprovechó para ausentarse.

—Mañana será un día largo —dijo—, y mis huesos ya no son jóvenes.

Mew se incorporó de inmediato, haciendo los honores de anfitrión. Rabiaba porque desaparecieran todos y poder encontrarse con Gulf, de modo que aceptó de muy buen grado la despedida de Enric.

Alexander de Charandon, captando su impaciencia, también se justificó.

—Seguiré sus pasos, si me disculpáis, Mew.

—Buenas noches.

Alexander dejó que Earth se le adelantara y, a media escalera, echando una mirada al Lord, que daba las últimas indicaciones a sus hombres para que todo estuviera listo al día siguiente, cuando sus invitados partieran, comenzó a silbar aquella tonada que tantas veces escuchó en boca de la mujer que amaba. Mew también la oyó.

—Señor… —le detuvo.

Alexander le prestó atención. Mew despidió a sus hombres con un gesto y se acercó.

—Esa música me resulta familiar.

—¿Qué música?

—La que silbabais hace un instante.

Alexander se encogió de hombros.

—Alguna vieja canción…

—Ya. —Mew procuró disimular su decepción—. Pensé que podríais decirme… Olvidadlo, señor. Buenas noches.

Gulf entraba en el salón en ese momento y escuchó el breve diálogo. Observó a Charandon cuando Mew le dio la espalda y no supo cómo interpretar su mirada, una mezcla de esperanza y angustia.

Mew reparó en él y Gulf presintió que alguien o algo acababa de infringirle una herida. Mew señaló con la barbilla el piso alto y salió al patio.

Le obedeció y subió a la recámara. Y allí estaba, aguardando a que llegara, que subiera cuanto antes, penando por cada poro de su piel.

Se había convertido en su dueño, y tomó una decisión: le contaría toda la verdad. ¡Al demonio si le importaba ya que fuera o no capaz de oponerse al Rey por él! Ricardo decidió por ellos y acertó. Estaba destinado a Mew y deseaba ser suyo. Nunca le habló de amor, pero ya tendrían tiempo para eso. Él amaba por los dos.

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