Seis 🖤

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Aquella tarde, Gulf tomó contacto con las armas.
   
El equipo de un caballero debía comprender el yelmo, la cota de mallas, el escudo, la espada y la lanza; la loriga y el casco de hierro; la espada o venablo y el arco o la ballesta para los guerreros a caballo.

Una cota de mallas de cuero, un casco de cuero hervido, un arco, una ballesta, las hondas, las mazas, unos bastones, los puñales y los garfios para los de infantería.
   
A pesar de su juventud, Max Nattapol de Bayard era quien impartía los entrenamientos, parecía ser un excelente maestro, aunque duro y sin misericordia con los aprendices que lo hacían mal.
   
Desde el principio pareció tomarla con Gulf. Le hizo decir en voz alta, delante de los compañeros, el nombre de cada utensilio. Luego le sacó al centro del corrillo, le puso una espada de madera en la mano y le instó para que lo atacase.

Gulf se quedó petrificado.
   
—Vamos, Gulf. Demuestra que un sajón sabe manejar la espada como un normando.
   
Tragó saliva. La espada de madera no pesaba tanto como una auténtica, pero no por eso era ligera. Al mirar a Max, vio la burla en sus ojos claros. Entonces hizo un amago de atacarle y a la primera embestida Max lo dejó pasar por un lado sólo para propinarle una patada en las nalgas con la punta de su bota. Gulf perdió el equilibrio y cayó al suelo, lo que motivó una risotada general.
   
—¡Arriba! — ordenó Max.
   
Gulf obedeció. Volvió a ponerse en guardia y atacó de nuevo, esta vez con más ímpetu.
   
Max volvió a burlarse de él del mismo modo que anteriormente y acabó besando de nuevo el suelo, para divertimento del resto.
   
Se volvió con un rictus de odio en los labios y regaló a Max una mirada furiosa. El normando, por toda respuesta, echó la cabeza atrás y estalló en carcajadas.
   
—¿Qué pasa, Gulf? ¿No eres capaz de usar una espada? — lo incitó—. Oh, disculpa, olvidaba que lo tuyo son los horcones y las azadas. — Y volvió a reír ruidosamente.
   
Gulf se frotó la nalga derecha, en la que recibiera dos veces la punta de la bota. Se limpió el rostro de polvo y se encasquetó aún más el sombrero. Odiaba a aquel normando, pero no podía ni soñar con darle un escarmiento. Era ridículo pensar en vengarse de él cuando ni tan si quiera sabía sujetar una espada de madera, que le pesaba como un pecado.
   
Sin embargo, Max sí vio en sus ojos una clara intención de no dejarse amilanar por sus burlas y se olvidó de él. Formaron parejas, y a Gulf le tocó enfrentarse a un muchacho moreno de rostro alargado y una cicatriz en la barbilla. No es que fuera muy diestro en el manejo de la espada, pero no cabía duda de que ya había entrenado lo suficiente como para dejarlo hecho un guiñapo.
   
—¡Arriba! ¡Abajo! — gritaba Max sin descanso—. Atacad a la derecha. Ahora a la izquierda. ¡Arthur, he dicho a la izquierda! ¡Eso es, con más brío! Recordad que os estáis enfrentando a un enemigo y que no sois damas de compañía.
   
Gulf hizo un esfuerzo para que las lágrimas no se le escaparan. Sentía los brazos adormecidos por los constantes embates de la espada de su oponente y sus manos se estaban despellejando por el roce constante con la madera.
   
—A la derecha. A la izquierda. Abajo ahora. ¡Gulf, esa espada es arma, no una zanahoria! — gritó—. A la derecha. Ataque a la cabeza. ¡Vamos, muchachos, poned un poco más de vuestra parte! Al flanco izquierdo. De nuevo al izquierdo; ahora al derecho...
   
Al cabo de una hora, Gulf ya no sentía ni los brazos ni los hombros, y comenzó a actuar como un autómata, sin importarle si sus manos sangraban o acabarían amputadas. Pasados unos minutos, Max pareció percatarse de las dificultades del jovencísimo sajón, se acercó y detuvo el entrenamiento. Arrancó a Gulf la espada de madera y tomó sus manos entre las suyas. Movió la cabeza con gesto de fastidio.
   
—Chico — dijo—, mañana cúbrete con unos guantes. Tú combatirás conmigo un rato más — le informó al otro joven—, a ver si ahora te resulta tan fácil. Anda, Gulf, ve a lavarte esas manos y ponles algún emplasto para que cicatricen.
   
Las lágrimas pugnaban por escapársele cuando se libró del entrenamiento. No comprendía cómo los varones se obcecaban en esos ejercicios durante horas. Era agotador y salvaje. Echó a correr hacia la torre del homenaje.
   
Apenas entrar en el salón, vio a Mew hablando con uno de sus hombres. Hizo una pequeña reverencia y pasó a su lado intentando ganar las escaleras, hasta las estancias de Jes, en las que Kamon se había quedado descansando. Seguro que él sabría el modo de tratar sus magulladas manos.
  
Mew también lo vio, acabó de dar las órdenes al hombre con el que hablaba y, antes de que pudiera escabullirse, lo llamó. Gulf no tuvo más remedio que descender los dos escalones que ya había subido y acercarse. Por instinto, cruzó los brazos en el pecho y escondió las manos en los costados. Max ya se había reído de él y no quería que Mew hiciera otro tanto.
   
—¿Te he visto entrenar en el patio de armas o ha sido un sueño? — preguntó con una sonrisa en los labios.
   
Gulf gruñó algo. Para él, fue una maldición apagada; para Mew, una afirmación ininteligible.
   
—¿Qué has dicho?
   
—Sí, milord, estuve entrenando.
   
—No pareces muy feliz por ello. — Se acomodó en el sillón, estiró sus largas piernas y se sirvió una copa de vino, sin apartar la mirada de aquel cabizbajo y malhumorado mozalbete sajón—. ¿Cómo te fue?
   
—¡Psss...!
   
Sonrió al oír la contestación. Luego se llevó la copa a los labios y bebió un poco antes de hablar de nuevo.
   
—Max es un buen entrenador — dijo—. Un poco duro, pero muy bueno. En unos días, habrás aprendido a manejar la espada de madera y comenzarás con una de verdad. Te gustará.
   
—Lo dudo.
   
¿Por qué diablos no lo dejaba en paz? Estaba loco por marcharse de allí y tratar las heridas de sus manos. ¡Dios, si su abuelo pudiese verlo! Estaba sucio de polvo y sudor, con las manos desolladas y la espalda y los hombros deshechos. Ahora sí que parecía de veras un varón, y no un delicado  doncel de buena cuna al que varios profesores enseñaban a leer, escribir y resolver una operación matemática al primer golpe de vista. Se dijo que, de no haber sido por Mew, podría estar cabalgando, cazando con sus halcones o en su casa, sumido en la agradable conversación de su hermano Mild y de sus carabinas. Le odió tan profundamente que le dolió el pecho.
   
—Gulf... ¿Conoces a Enric Kanawut de Lynch? Plowman me comentó algo...

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora