Treinta y tres 🖤

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Earth había dejado impresionado a Jes apenas los recién llegados presentaron sus respetos, pero Mew se quedó petrificado. Tuvo la sensación de que el suelo se abría bajo sus pies, que el mundo de la irrealidad había dejado una puerta abierta por la que él acababa de entrar. Aquel rostro de piel anacarada, aquella larga cabellera dorada, aquellos ojos brillantes como estrellas, en su sueño la persona que veía no era un doncel sino una mujer, pero todo lo demás… Se pellizcó varias veces para confirmar que estaba despierto, saludó al visitante apenas sin mirarlo y escuchando sus palabras de pasada. No podía dejar de mirar a aquel muchacho.

—Agradezco vuestra hospitalidad, milord, y espero que nos permitáis tomar parte en el torneo. Nos dirigíamos a… —El conde calló, puesto que la atención de Mew seguía en su hijo. Tosió y consiguió que le prestara atención—. Él es mi hijo, Lord Earth.

Mew se inclinó ante él.

—Por un momento… Juraría que os conozco.

—¿Habéis estado alguna vez en Charandon? —preguntó Lord Earth, sonriente.

—No, creo que no.

—Pues yo nunca antes he salido de Normandía, milord. Debéis de confundirme con otra persona.

Mew recobró el dominio de sí mismo cuando Jes, diplomáticamente, se llevó al joven con la excusa de mostrarle las dependencias. Entonces, y sólo entonces, se centró en el conde.

—Disculpadme, señor… Me estoy mostrando descortés. Es que… vuestro hijo me recuerda mucho a otra persona.

—¿Algún amor de otro tiempo? —Aceptó la copa que uno de los criados le entregaba.

—Sí… No…

—Entonces…

—No voy a aburriros con las fantasías de un hombre hecho a la batalla. Decidme, ¿hacia dónde os dirigís?

—Al sur. Supimos del torneo al pasar por Caberdin y decidí que, si somos bienvenidos, un alto en el camino y el fragor de la contienda distraerá a mis soldados.

—Sois bienvenido. Y espero que podamos medir nuestras armas.

—¡No contéis conmigo! —rió Alexander—. Hace ya tiempo que no combato en torneos, aunque no he dejado de practicar, desde luego. Mis hombres, sin embargo, son muy buenos.

—Pondré una tienda a vuestra disposición.

—Me hacéis un gran honor, Lord Mew. —Pareció dudar—. Perdonad mi atrevimiento, pero, ¿no sois demasiado joven para gobernar un feudo del tamaño de Kellinword?

—Ojalá Ricardo hubiera pensado lo mismo —suspiró—, pero él se empeñó en concederme estas tierras, aun en contra de mi voluntad. Soy hombre de guerra…, o mejor debería decir que lo era.

—¿No os gusta?

—Hasta hace poco, mi única preocupación era poner mi espada al servicio de Ricardo. Los problemas de un feudo de esta naturaleza me dan dolor de cabeza.

En ese instante, Zee atravesó el salón, hizo una media reverencia y preguntó:

—¿Podré ver los combates desde la tribuna?

Mew se olvidó de sus problemas por un momento, le tomó de las axilas y lo colocó sobre sus rodillas. El niño se fijó en el recién llegado e inclinó la cabeza, como le enseñara su padre.

—Zee, date por satisfecho con poder asistir.

—Pero milord, es que soy muy bajo…

—¿Y?

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