Treinta y dos 🖤

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La felicidad no duró demasiado.

Al amanecer, lo aquejaron otra vez las náuseas. Procuró no hacer ruido, para no despertarle, pero, en el agobio de una de ellas, se apoyó en el escabel, volcándolo. Mew se incorporó justo cuando Gulf, llevándose la mano al estómago, se arrodilló ante la bacinilla.

Estuvo a su lado en un instante, sujetándole la frente, asustado mientras Gulf vomitaba bilis. Luego, lo acompañó al lecho, lo arropó y lo observó, preocupado.

—¿Qué te pasa? ¿No te encuentras bien?

—No es nada. Déjame solo, por favor. —Escondió la cara entre las mantas.

—Haré venir a un médico.

—¡¡No!! —se alarmó—. No llames a nadie.

—¡No digas tonterías! Y no te preocupes. Seguramente la cena te sentó mal. Vuelvo enseguida.

—Por favor, no te vayas. No es nada. Ya me encuentro mejor.

Mew se echó una bata por los hombros. Se sentó en el borde de la cama, acarició las guedejas húmedas de su cabello y lo besó en la frente.

—Sería mejor que te viera…

—Ya se me ha pasado, de veras. Deja que descanse un momento y estaré perfectamente.

Mew devoró su pálido semblante respirando a intervalos regulares, con los ojos cerrados. Un sentimiento de protección le inundó el pecho. Lo veía tan frágil… Pero él lo cuidaría. Se inclinó levemente y depositó un suave beso en la punta de su nariz.

Gulf esbozó una sonrisa cansada.

—¿Mejor? —Gulf asintió—. Quédate en cama. Ni se te ocurra levantarte hoy. Ya mandaré que te suban…

—Mew, estoy bien, de verdad.

—De todos modos, te quedarás en la cama —decidió.

A Gulf le embargó una ternura infinita ante sus gestos protectores. Estaba sin afeitar y con el cabello revuelto por el sueño, pero perdía el aliento cuando le miraba. Era el hombre más atractivo del mundo. Y el padre del hijo que él llevaba dentro. No podía ocultárselo, y allí, en la intimidad, aceptando sus mimos, con el corazón rebosante de amor, decidió que no debía esperar más.

—Me aburriría estar ocioso durante todo el día. —Le acarició el mentón. Echó las mantas a un lado, buscó su camisola y se sintió dichoso ante su hambrienta mirada. Contoneando ligeramente las caderas, se le acercó y le echó los brazos al cuello. El cuerpo de Mew estaba caliente, y Gulf disfrutó de aquella calidez—. La mayoría de las personas se sienten indispuestos en las mañanas cuando van a tener un bebé.

Mew se quedó estático, asumiendo la noticia. Después lo separó de él, asiéndolo por los hombros, y escrutó sus ojos.

—¿Un bebé?

—Un niño —asintió Gulf—. ¿Sabes lo que son, aguerrido caballero, o lo has olvidado? Son unas cosas pequeñitas, blanditas y sonrosadas, que lloran todo el tiempo.

Por sus viriles facciones cruzaron mil emociones distintas. Júbilo, asombro, tal vez temor. Por un momento, Gulf también temió. ¿Y si no lo aceptaba? Duró lo que dura un suspiro, y después Mew lo abrazó con fuerza, cubriéndolo de besos en la frente, los ojos, la boca.

—Un hijo —murmuró como si rezara. Lo tomó en sus brazos y giró con él mientras reía, encantado con la buena nueva.

Gulf se unió a su felicidad, rogándole que no siguiera si quería evitarle nuevas náuseas. Lo depositó en el lecho, le subió la camisola y sus manos, grandes y callosas, acariciaron el vientre cóncavo como lo hiciera un muchacho al que acaban de regalar un juguete nuevo. ¡Por Dios, no podía creer su suerte!

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora