Treinta y cuatro 🖤

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Los contendientes formaron sus grupos. Puesto que los caballeros eran invisibles en sus trajes de lucha y el casco les cubría la cabeza, los colores y los símbolos de las armaduras y las banderas suponían la única forma de reconocer al señor. Por quién iban a luchar. Los hombres de a pie vestían de formas dispares, ya que cada uno debía costearse su propio traje de armas, y éstos eran muy caros. No era extraño que algunos candidatos a la caballería retrasaran su investidura por la falta de medios a la hora de costearse un equipo completo. La lóriga, pieza primordial, un ensamblaje de anillas de hierro o acero, a veces reforzada con dobles anillas. Una buena cota de mallas podía estar formada por unos treinta mil anillos y pesaba entre diez y doce kilos. Su solidez iba en detrimento de la flexibilidad. Se ponía sobre la camisa, sujeta a la cintura, descendiendo hasta las rodillas, abierta por delante y por detrás para facilitar montar a caballo. Las mangas se prolongaban hacia la mano y la camisa se alargaba por detrás de la nuca, formando una capucha que cubría la cabeza. Sobre ella, una almohadilla a la que se enganchaba el yelmo. Éste, a veces, estaba barnizado de colores.

Mew sujetó con mano firme las riendas de su oscuro semental, ansioso por entrar en combate.

—Señores —dijo—, comienza la diversión.

—Gorman ha hecho una apuesta con Guillermo —dijo Jes—. El que más caballeros consiga abatir, cobrará al perdedor un caballo de combate.

La apuesta era excesivamente alta, puesto que un buen caballo de combate podía costar los honorarios de un año de servicio.

—Y tú, ¿quieres apostar algo?

Jes soltó una carcajada.

—Mew, amigo mío, no quiero vaciar más tu bolsa. Aún me debes la paga de un mes —le recordó la apuesta por Gulf.

—¡Ni lo sueñes! Yo no acepté el reto.

Desde las gradas, Gulf no perdía detalle. Mew lucía una túnica de seda sobre la cota de mallas que protegía del sol o de la lluvia si se diera el caso. Negra, igual que el color de la laca de su yelmo, igual que sus guantes y sus botas, como la tela que cubría el lomo y la cabeza de su oscuro semental. Coronaba su yelmo un halcón sobre el que lucía un penacho de plumas de color azur (esmalte heráldico, entre el celeste y el índigo ). Su escudo era azur y negro. Resultaba intimidatorio, como un dios vengador. Y Gulf se sintió orgulloso de llevar su simiente dentro… aunque Mew lo ignorara.

Jes vestía de azul y plata, y su escudo también era de ese color; Gorman lo hacía de rojo y amarillo y Guillermo de Bruswich de morado y blanco. No distinguió a Max Nattapol de Bayard, cuyos colores, naranja chillón y negro, le habrían hecho destacar entre el resto.

Las trompetas anunciaron el primer combate y Gulf olvidó a Max para centrarse en la confrontación.

—Protégelo, Señor —rezó en voz baja.

Mew y sus caballeros combatían en el primer asalto contra los colores de Nortich, y el normando taconeó los flancos de su caballo para ponerlo a galope, animando a sus hombres a la lucha.

El griterío del populacho inició la batalla antes que los combatientes chocaran entre sí. La estricta formación durante la avanzada, en ambas direcciones, se convirtió en un caos. Interesaba capturar al adversario para exigir rescate, apoderarse de sus armas, de su arnés y de su caballo. A la primeraembestida, dos de los caballeros de Nortich cayeron al suelo, y Mew, mientras se batía con otro soldado de Miko, vio de reojo a Jes y a Gorman parlamentar con los caídos.

Multitud de contactos verbales y promesas se llevaron a cabo en el corazón de la pelea. Los ganadores exigían una cantidad por haber derribado a sus contrincantes, y ellos darían su palabra, a la que nunca se podía faltar según las normas de caballería, de pagar lo exigido. Supuso que habían conseguido una buena cantidad, ya que caballo y las armas les fueron devueltas con el fin de que pudieran seguir combatiendo y, si la suerte les acompañaba, recuperar lo perdido. Por el contrario, si la diosa Fortuna no les sonreía, acabarían endeudados hasta las orejas.

Mew consiguió descabalgar a su contrincante, al que arrancó nuevas promesas de pago, y le fue devuelto el escudo y el caballo.

Naturalmente, algunos hombres de Mew perdieron, juraron pagar y siguieron peleando. De igual forma actuaban los hombres de a pie cuando conseguían derribar al contrario.

La multitud clamaba y vitoreaba a unos u otros, y aunque se volcaban más con Kellinword que con Nortich, ni Mew ni los suyos lo sentían, enfrascados como estaban en la pelea.

La algarabía era tan grande que los heraldos se desgañitaban tratando de explicar al público las principales variantes de la batalla, describiendo los ataques más destacados, los golpes más efectivos y los nombres de sus autores.

Mew y Jes fueron nombrados más que ningún otro.

Finalizada la pelea, los combatientes se retiraron entre aplausos, vítores y lanzamiento de flores de algunas damiselas y donceles, mientras otros entregaban pañuelos que lucirían en las lanzas en la siguiente confrontación. Las damas y donceles también habían hecho su elección: Kaownah ató al brazo de Mew un pañuelo de seda rojo que destacó como una mancha de sangre sobre el negro de su traje.

—Defendedlo en la siguiente pelea, milord —pidió.

El normando lo agradeció con una inclinación de cabeza y se alejó hacia las tiendas, seguido por Jes, a quien Lord Earth había anudado un pañuelo verde.

—Ahora viene lo más complicado —comentó el rubio—. Parlamentar.

—Y pagar las deudas —asintió Mew.

—He salido bien parado. No puedo quejarme.

Hubo tres combates más, que Mew siguió con interés. El de los colores de Noirmont contra Farandon, el de los escudos de Charandon contra los de Cormanywall y, por último, antes de la comida, el enfrentamiento de los hombres de Lynch contra los caballeros de Maronees.

Pero no perdió detalle de la grada en que se encontraba Gulf: estaba disfrutando del espectáculo. Aplaudía, se levantaba y gritaba, prestando suma atención a la pelea de Lynch, atendiendo a las explicaciones que voceaban por los heraldos. Saltó de alegría cuando los hombres de Enric se pusieron por delante en la contienda, y gesticuló con decepción cuando uno de ellos fue apeado.

Kaownah, sin embargo, estaba demasiado pendiente de Mew para prestar atención a otra parte. Aprovechó que él se sentaba a su lado, una vez aseado y vestido de calle, para asaetearle a preguntas sobre la vida en el castillo, la servidumbre, la disciplina y las ganancias del feudo. Mew se explicaba con monosílabos, pero él no se percataba de la poca atención que le prestaba.

Earth, más atento, sí observó hacia dónde dirigía reiteradamente la mirada el Lord. Se inclinó hacia su padre.

—¿Ese chico de allí es el doncel del que me hablaste?

Alexander localizó la delgada figura de Gulf.

—Lo es.

—Me gusta, papá. Me encantaría enseñarle y vestirlo. Quizá podría hacerme compañía. ¿No crees que estaría bellísimo?

—Estoy seguro.

—¿Y tú podrías hacer algo para que el Lord se desprenda de él y nos acompañe cuando partamos?

Si hubiera trazado una línea invisible entre los ojos de Mew y Gulf, el conde la habría detectado.

—Algo me dice que no —susurró. 🖤

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora