Catorce 🖤

296 60 7
                                    

Maratón 3/3 🖤




Mew, por entonces, ya había avanzado mucho. Tanto, que tenía a Kaownah prácticamente desnudo, recostado sobre los sacos. Con los ojos cerrados, dejaba sus manos vagar por el amplio pecho del doncel.

Kaownah estaba excitado. Mew era todo un espécimen de hombre, musculoso pero delgado, y ardiente. Mew comenzó abrazándolo casi inocentemente, pero luego sus manos se perdieron bajo la camisola y se quedaron allí el tiempo suficiente para que Kaownah ansiara más.

Kaownah no protestó. No dijo nada. Se encontró volteado y aprisionado entre los brazos del normando. Mew lo había besado lentamente, con pasión. Eso le provocó vértigo y se acomodó sobre los sacos. Llegados a ese punto, a Kaownah no le importó el resto del mundo. Mew se quitó el cinturón, el brial y la camisa mientras el muchacho le devoraba con la vista. Diestro como era en aquel tipo de juego y rendido Mew al deseo, parpadeó como lo hubiera hecho un virgen aturdido. Y tuvo mucho éxito. Sabía muy bien cuándo parpadear, cuándo gemir y cuándo sonrojarse. Y Mew, a pesar de sus músculos, su estatura y su poder, no era más que un hombre. La capa desapareció en un instante, y el brial quedó enroscado en su cintura. Cuando sólo lo cubría la camisola, respiró con celeridad. Sus pezones se erguian, estremecidos bajo la finísima tela. Las mandíbulas de Mew se tensaron, y Kaownah, como un consumado actor, trató de cubrirse de nuevo con el brial. Mew no se lo permitió. Por el contrario, le abrió la camisola, descubriendo su nívea piel. Mew mantuvo sus brazos firmes a los costados y tomó entre sus dientes uno de los pezones. Kaownah gimió de placer y envaró las caderas. Deseaba al normando. Deseaba poseerlo, embrujarlo hasta el punto de hacerle olvidar su estúpida intención de unirse a Gulf. Él conseguiría que sus preferencias fueran otras.
   
Cuando Mew lo vio rendido, liberó sus brazos y, sin dejar de saborear la tibieza de su carne, acarició el delgado talle, las caderas, el interior de los muslos... La ropa le estorbaba y se enroscó la túnica a la cintura, acercando la mano hacia el...
   
El hechizo se rompió cuando la puerta del granero se abrió de par en par, con fuerza, golpeando la pared, y la luz entró a raudales, inundándoles de lleno.

Mew maldijo con tal brío, que hubieran enrojecido las orejas de un tabernero. Se irguió al tiempo que Kaownah chillaba y trataba de cubrir su desnudez. El aullido del Lord, reconociendo al intruso, en el granero.
   
—¡¡GULF!!
   
Gulf se quedó paralizado ante la escena. Reaccionó con un brinco, más por encontrarse con un par de ojos verdes esmeraldas que por su grito, sabiendo de inmediato cuán inoportuna había sido su aparición. La boca se le quedó seca, las piernas se convirtieron en gelatina y un vacío en el estómago lo encogió.
   
Cerró de golpe la puerta y bajó a saltos las escaleras, a punto de romperse la crisma. Se le escapó un grito que se mezcló con el vaivén de la puerta y las voces de Mew para que se detuviera.

¡No iba a detenerse! Por nada del mundo estaba dispuesto a dejarse atrapar. Los ojos del normando podían haberlo asesinado y, si antes le temía, ahora estaba completamente aterrado. Sólo pensaba en escapar, esconderse en el último rincón de Kellinword y esperar a que su cólera amainara.
   
Saltó la última media docena de peldaños hasta el patio, aterrizando sobre las nalgas. Aguantó el dolor y las lágrimas y se incorporó, corriendo como una gacela y olvidando representar su papel. Mew seguía gritando que se detuviera y él aceleró todavía más, con sus pisadas a sus espaldas, cada vez más cerca. Se volvió sin detenerse y le vio allí mismo. Metió la cabeza entre los hombros a modo de ariete y se obligó a acelerar. Sin duda, Mew, con sus largas piernas, le daría alcance, pero él era más sagaz y podría escabullirse en cuanto alcanzara la plaza de los artesanos. Aquella zona del castillo era un verdadero amasijo de callejuelas. Su corazón se aceleró cuando vio los primeros puestos. Atisbó su ventaja y lanzó un chillido estridente cuando una mano normanda se posó en su hombro, paralizándolo a un paso de la salvación. De pronto, lo giraron sobre sus pies como una peonza y lo zarandearon de un lado a otro. Gritó de nuevo. El miedo lo empujó a defenderse y lanzó la pierna a la espinilla de Mew. No acertó y se encontró en el aire, colgando por el cuello de la pelliza, y cara a cara con su enemigo, como un conejo recién cazado. Pateó y braceó, tratando de golpearle.
   
Mew hacía verdaderos esfuerzos para detener la lluvia de golpes que se le venía encima. Gulf parecía poseído, lanzaba las uñas hacia sus ojos, las puntas de sus desgastadas botas hacia su ingle, debatiéndose como una alimaña en una trampa.
   
—¡Basta! — bramó Mew.
   
Gulf no le hizo caso y siguió con sus pateos y lanzando sus pequeños puños al aire.
   
—¡Te digo que te estés quieto! — Lo zarandeó de nuevo, apartando el rostro de sus engarfiados dedos.
   
Gulf paró un momento. Se concentró y lanzó la pierna derecha, alcanzando a Mew en los testículos. Oyó su lamento entrecortado y la presión de los dedos se aflojó, dejándolo caer al suelo. No lo pensó dos veces y trató de escapar de nuevo. Ahora Mew estaría más encorajinado que antes y mandaría cortar su estúpida cabeza.
   
No llegó a moverse. La mano de Mew volvió a agarrar su pelliza y se encontró enfrentado a un rostro desencajado. Mew tenía los dientes tan apretados que parecía le iban a saltar. Estaba lívido por el golpe recibido, pero aún entero, y Gulf lamentó que su ataque no hubiera sido suficiente para dejarle fuera de combate. Volvió a intentar golpearlo en el mismo lugar. Pero esa vez el normando esquivó el ataque, alzó la mano y estuvo a un paso de golpearlo. Se contuvo en el último instante y, en vez de hacerlo, lo agarró por los hombros y lo zarandeó sin miramientos.
   
Gulf se rindió a aquella fuerza, con medio castillo observando, asombrado. Cuando Mew lo soltó, se derrumbó, mareado. Los testigos del enfrentamiento se apiñaban al principio de la callejuela, sin atreverse a acercarse a su señor y al joven que osó desafiarle.
  
Mew cargó al hombro el cuerpo de Gulf. Él protestó con su estómago incrustado en aquella musculatura. A pesar del mareo, aún intentó golpearlo de nuevo, pero el normando le asestó un golpe en las nalgas y se medio atragantó con su lengua.
   
Balanceándose como un saco de patatas, Gulf observó los rostros asustados de los mercaderes y se sintió el hombre más desgraciado del mundo.

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora