Tres 🖤

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Mew acabó de rasurarse. Dejó la daga, se secó el rostro con un paño y suspiró con deleite mientras se pasaba la mano por el mentón. La barba crecida había sido un suplicio y ahora se sentía más cómodo y a gusto consigo mismo. No entendía cómo los sajones se empecinaban en llevar barba y el cabello largo cuando resultaba mucho más cómodo ir afeitado y llevar el cabello corto.
   
—¿Has terminado?
   
Se volvió a mirar al que ya había catalogado de siempre malhumorado Gulf. El jovenzuelo era terco como una mula y, aunque había atendido cada una de sus necesidades desde que despertara, jamás le había visto sonreír. No, eso no era cierto del todo. Gulf había dejado traslucir una sonrisa traviesa la primera vez que él intentó afeitarse. Su trémula mano le procuró un corte en la mejilla y soltó una maldición apagada. Después de eso, nada, casi mutismo absoluto, monosílabos y miradas de soslayo.
   
—Sí, gracias.
   
Gulf tomó la palangana y el paño. Pensaba irse, pero agarró de un manotazo la daga prestada por John. Luego salió de la casa y regresó con la palangana limpia, que dejó en su lugar. Por descontado, no así la daga. Mew se recostó en la silla en la que estuviera postrado aquellos días, divertido por el detalle. La fiebre había remitido y aunque la herida del pecho le seguía doliendo enormemente la pierna respondía bastante bien. Nada habían hablado sobre su marcha, aunque John aseguraba que su semental estaba en perfectas condiciones. Al parecer, el corte del cuello había sido aparatoso, aunque no grave.
   
—Escucha muchacho... — llamó.
   
Gulf se volvió y se caló más el sombrero.
   
—¿Qué haces aquí?
   
Por los ojos violeta pasó un relámpago de alarma.
   
—Trabajar, como los demás.
   
—¿Ellos son tu familia?
   
—Podría ser.
   
—¿Tus abuelos?
   
—No.
   
—¿Tíos?
   
—No.
   
—No hablas demasiado, ¿verdad?

Mew sonrió.
   
Gulf le dio la espalda. Aquel maldito normando sonreía como un demonio. Cuando lo hacía, parecía que un fogonazo atravesaba su rostro, confiriéndole un encanto especial.
   
—Según con quien — respondió, enfadado.
   
—¿Quieres decir que no te gusta hablar conmigo?
   
—Quiero decir que me desagrada hablar con cualquier maldito normando — cortó Gulf.
   
Mew dejó caer su cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas. Gulf se giró para mirarlo de nuevo, con la rabia en cada poro de su piel.
   
—De modo que me odias por ser normando, ¿eh? Sin embargo, me has cuidado todos estos días.
   
—Eso fue idea de Hellen.
   
—Mira, chico...
   
—¡Mi nombre es Gulf!
   
—Lo siento... Gulf. No quería ofenderte.
   
—¡Bah!
   
Gulf escapó de la cabaña, acalorado. Fuera se cruzó con Hellen, quien observó aquel rictus furibundo.
   
Cuando entró en la casa, su huésped lucía una sonrisa divertida. Estaba perfectamente rasurado y parecía mucho más joven. Depositó el cesto de la ropa que acababa de recoger sobre la mesa.
   
—Parece que os encontráis mejor.
   
—Lo suficiente para emprender el camino.
   
—Me alegro. Por un tiempo pensamos que deberíamos cavar vuestra tumba.
   
Mew se incorporó ahogando un gemido. No era cierto que estuviera tan recuperado como para montar y marcharse. Además, se encontraba a gusto allí, en medio de la nada, flanqueado por el bosque a un lado y el río al otro. Pero no podía seguir incordiando a aquella gente. Y tenía obligaciones. La primera, averiguar si Jes y el resto de sus hombres seguían con vida.
   
Se levantó con cuidado y apretó los labios para no soltar un juramento, pero ella se dio cuenta de su estado.
   
—Si os empecináis en montar a caballo, la herida volverá a abrirse.
   
—No puedo quedarme más tiempo.
   
—Un par de días más y estaréis recuperado del todo.
   
—Imposible. Tengo que saber si un amigo sigue vivo.
   
—¿Peleó a vuestro lado?
   
—Sí.

—Entonces es difícil que le encontréis sano y salvo. Vos llegasteis en un estado lastimoso.
   
—Fue una emboscada.
   
—¿Emboscada?
   
—Mercenarios sajones — aclaró.
   
Hellen dejó de doblar la ropa y le miró con más interés. No lo había dicho con odio, simplemente estaba informando. Era un joven extraño su huésped. No sabían nada de él, salvo que se llamaba Mew y vivía en las tierras de Kellinword.
   
—Entiendo — musitó ella—. Puede que algún día sajones y normandos podamos vivir en paz.
   























Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora