Doce 🖤

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Maratón 1/3 🖤



Al alba, Mew no había conseguido pegar ojo y su humor era lo más parecido a un tifón. Con el lecho revuelto y los ojos enrojecidos por la falta de sueño, intentaba recomponer el rompecabezas de las últimas horas. La teoría de que Plowman y su esposa le hubieran recogido y curado con el único propósito de infiltrar en su castillo a Gulf, no se sostenía.

¿Por qué disfrazarlo de varón? Hubiera sido más sencillo presentar al doncel como tal y que formara parte de la servidumbre. Por otro lado, ¿cómo iba a saber el campesino que él agradecería sus atenciones convirtiendo a aquella víbora en escudero?
   
Se revolvió una vez más entre las sábanas y atizó un puñetazo a la almohada. ¿Era todo idea del señor de Lynch? ¿Con qué fin? Ricardo deseaba una alianza entre los dos feudos, y eso beneficiaría claramente al sajón. Su cólera se acentuó al percatarse de que él mismo había llevado al escorpión a su casa, regalando una baza poderosa a su enemigo. Después, las circunstancias debieron parecerles inmejorables. Gulf se habría puesto de acuerdo con Plowman y éste habría avisado al señor de Lynch... Pero, entonces, ¿por qué le había salvado en el bosque? Algo no encajaba.
   
Acabó echándose en la cama, cansado e iracundo. Ricardo le había metido en medio de las intrigas políticas que tanto odiaba, y estaba furioso con el Rey y consigo mismo por dejarse convencer.
   
Se acercó a la ventana. El lino transparente atrapaba la claridad del amanecer y hasta él llegaban los ruidos de la actividad diaria. Echó en falta las largas caminatas a lomos de su caballo. Habían entrado en el mes de mayo sin apenas darse cuenta; la época en que los caballeros salían de caza y se preparaban para entrar en combate. Añoró el campo de batalla. De cualquier batalla. Al menos allí tenía al rival de frente. Extrañó incluso el peligro. Cualquier cosa con tal de estar lejos de aquel ajetreo, de intendencias, conflictos y maquinaciones.
   
Llamaron a la puerta e interrumpieron sus cavilaciones. Oyó que se abría y volvía a cerrarse; el ruido de pisadas y alguien arrastrando con dificultad la pesada bañera. No deseaba ver a nadie, sino esfumarse. Le hubiera encantado convertirse en tortuga y desaparecer dentro de su coraza.
   
Ni siquiera se volvió a mirar hasta que oyó cómo se vertía agua en la tina y descubrió a Gulf.
   
—Buenos días, milord — saludó.
   
Mew no respondió. Hervía de mal humor. Estuvo tentado de acercarse a Gulf, apretarle del cuello y retorcérselo. Se contuvo a duras penas.

Gulf, mientras tanto, iba y venía con baldes que llenaban la bañera. Luego se quedó de pie, con las manos a la espalda, aguardando a que Mew se introdujera.
   
Mew se quitó la camisa de dormir, pero sus dedos se bloquearon en el borde de las calzas ante lo violento de la situación. ¡Por Dios, había estado a punto de desnudarse delante del doncel! ¡Una vez más! Hasta entonces había confundido el nerviosismo de Gulf con la falta de rodaje, pero ahora sabía que aquellos sonrojos, aquellas miradas avergonzadas, aquella incomodidad, no eran sino el pudor de un noble doncel contemplándole en cueros. ¡Maldito fuese! Se había estado exhibiendo ante Gulf durante días.
   
—¡Busca a Boat! — bramó—. ¡Que venga de inmediato!

Gulf le miró de frente, sin entender nada. Al ver su pecho desnudo, su apostura, su enorme estatura, el rubor le cubrió las mejillas y el cuello, pero tragó saliva y sostuvo aquella mirada jadeante y furiosa.
   
—¿Perdón?
   
—¿Estás sordo? — gritó Mew—. ¡Quiero que venga Boat! ¡Y tú no entres hasta que te llame!
   
Gulf escapó de allí como alma que lleva el diablo. Fuera, suspiró con gratitud. Al menos aquella mañana se evitaría un Mew desnudo y poderoso, todo músculos, todo piel. No tendría que frotarle la espalda, ni ayudarle a secarse, ni... Pero no pudo desprenderse del cosquilleo en el estómago, como si acabaran de robarle algo y, para su asombro, tuvo una cierta sensación de vacío porque había perdido algo que le agradaba. Se llamó mil veces idiota, fue en busca de Boat y esperó.
   
Desde el exterior le oyó maldecir a todo y a todos. Despidió a Boat con cajas destempladas y el escudero salió rojo como la grana. Pasó junto a Gulf y se encogió de hombros, preguntándose qué mosca había picado al Lord aquella mañana.
   
—¡¡GULF!!
   
Gulf dio un respingo ante el bramido y entró. Mew aún tenía la camisa a medio colocar. Volvió a llamarse idiota, sin poder evitar a clavar los ojos en su pecho desnudo.
   
—Recoge todo esto — ordenó de forma brusca—. Luego, ve a las porquerizas. Les hará falta un par de manos bien dispuestas.
   
—¿A las porquerizas, señor?
   
—Sí, a las porquerizas — le espetó con mirada venenosa—. ¿No me has oído?
   
—Sí, señor. — Agachó la cabeza.
   
Le hubiera gustado que Gulf se negara a realizar una tarea que no le correspondía, pues ésa no era labor de escuderos. Pero Gulf se humilló y eso acabó por sacarle de sus casillas. Pateó el arcón de sus parcas pertenencias y salió como si estuviera dispuesto a batirse con el castillo en pleno.
   
Gulf se sentó en el borde revuelto del lecho cuando quedó a solas. Desde luego, algo no iba bien. Mew, a pesar de todo, era un hombre cauto, pero ese día se había levantado tan irascible que daba miedo. Se encogió de hombros.

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