Dieciocho 🖤

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Cuando Wen despertó, Gulf ya trajinaba preparando el desayuno. Eran apenas las seis de la mañana. Fue al patio posterior, se lavó y regresó a las cocinas remangado y sujetándose el cabello, presto al quehacer diario.
   
—Te has levantado temprano — dijo Wen a modo de saludo—. ¿Has dormido mal?
   
—Poco.
   
—Se nota. Tienes unas ojeras horribles.
   
Instintivamente, Gulf se llevó las manos al rostro. Rezó para que la cocinera no indagara más el motivo de su desvelo. Imaginó que debía de tener el mismo aspecto que Kaownah después de una noche de batalla amorosa. Sonrojado, se volvió de espaldas, tomó un cubo y se encaminó al exterior.
   
—Voy por agua.
   
Apenas salir, sin poder remediarlo, echó un rápido vistazo hacia el salón. Su corazón se detuvo al ver a Mew hablando en tono quedo a Max. El otro se echó las manos a la cabeza. Mew se rio con ganas.
   
Gulf olvidó el agua y regresó a las cocinas de inmediato, antes de que Mew lo viera. Dejó el cubo y agarró a Wen por el brazo y le dijo:
   
—No me has visto. — Lo miró, olvidándose de la masa que estaba aporreando—. Mew viene hacia aquí. No quieras saber, por el amor de Dios, sólo recuerda que no me has visto.
   
—¿Qué ocurre?
   
—¡Wen!
   
—Oh, está bien. No te he visto.
   
Gulf le dio un ligero beso en la mejilla y se escabulló al fondo de la pieza, escondiéndose entre unos sacos. Se encogió cuanto pudo y escuchó las pisadas del normando, invadiendo las dependencias.
   
Mew saludó jovialmente a Wen y preguntó por Gulf. Los latidos del corazón de Gulf cesaron, temerosos seguramente de llegar hasta él. No quería verlo. ¡No podía verlo, por todos los mártires del Cielo! ¡No, después de lo que había sucedido la noche anterior!
   
La respuesta de Wen pareció convencer al Lord, que se marchó robándole una galletita. Gulf, a pesar de todo, tardó un minuto largo en salir de su escondrijo y sólo lo hizo a instancias de Wen. Cuando se apoyó en la mesa donde faenaban, estaba pálido. Wen lo obligó a sentarse en uno de los bancos.
   
—Y ahora, jovencito, dime qué has hecho.
   
—Nada.
   
—Quiero saberlo. No me hagas mentir al Lord, niño.
   
Gulf la miró consternado. Aguardaba una explicación, pero él no podía dársela. ¿Contarle que había acabado en la cama del normando? ¡Antes se cortaba las venas! Soltó lo primero que le vino a la mente:
   
—Anoche discutí con él.
   
—¿Sobre qué?
   
—Lo de siempre.
   
—¿Otra vez volviste a acusarle de asesino? —se alarmó Wen—. Pues parece que se está acostumbrando, porque estaba de buen humor. Conseguirás que uno de estos días se le acabe la paciencia.
   
—Me dijo que me mandaría azotar — mintió—, por eso me escondo.
   
—¿Mew dijo eso?
   
Gulf se incorporó como un basilisco, volcando el banco.
   
—¡Mew, sí! ¿Acaso crees que es un ángel bajado del Cielo?
   
—Milord no haría eso.
   
—Milord no haría eso, milord no haría lo otro. ¡Tu Lord es capaz de cualquier cosa! — acabó gritando. Lo era. Por supuesto que lo era. ¿Acaso no lo había seducido? ¿No se había valido de su inocencia? ¿No se había aprovechado de su buena disposición?—. Cualquier cosa.
   
Wen se encogió de hombros y volvió a la masa.
   
—Sigo sin entender qué te pasa con él, chiquillo, conozco a ese hombre desde que llegó aquí y no es como lo pintas. Deja que te dé un consejo, Gulf. — Soltó la masa de golpe, levantando una nube de harina—. Cambia tu modo de ser o márchate de Kellinword, porque el Lord no es un jovenzuelo al que puedas amedrentar con baladronadas, si no un hombre hecho y derecho. No consentirá por mucho tiempo tus desplantes, por mucho que le salvaras la vida.
   
—Recuerda que es él quien insiste en que me quede en el castillo, debido a su maldita promesa.
   
—¡Cuida tu lengua! — reprendió—. Y si es así, baja la guardia, criatura. Mew no es ningún monstruo, aunque sea normando. No todos los normandos son unas alimañas, y sí conozco a algunos sajones a los que el adjetivo les viene como anillo al dedo.
   
Gulf suspiró y escapó de allí. No podía soportar sus censuras cuando comenzaba a ensalzar a Mew. Para Wen, aquél era el hombre más sensato, arrogante y caballeroso del mundo. Estaba cansado de escucharla.
   
Salió con tanta celeridad que no reparó en la dirección que tomaba y, al dar la vuelta al muro, chocó contra un dique de contención.
   
—Vaya, al fin te encuentro.
   
El nudo en la garganta le impedía hablar. Con un esfuerzo sobrehumano, Gulf se obligó a mirarlo a la cara. Pero se arrepintió de inmediato. Mew sonreía como un diablo. Tenía el cabello negro húmedo y estaba tan atractivo que casi se elevaría de puntillas para besarlo. Su estatura y la anchura de sus hombros lo encajonaron sin encontrar vía de escape. Gulf se sonrojó y agachó la cabeza, que levantó un segundo después cuando el pulgar de Mew rozó, como de pasada, su pezón derecho.
   
—Había pensado salir de cetrería.
   
Gulf no dijo palabra. Estaba empezando a notar de nuevo aquella fastidiosa debilidad. Su proximidad lo aturdía, privándole de su juicio. A su cerebro regresaron, como dagas al rojo, las escenas de la noche anterior. La calidez de su cuerpo, sus tórridos besos, sus delicadas caricias, la ternura de sus manos...
   
—Tal vez sea el momento de que me muestres lo que sabes de los halcones — murmuró, enroscando una de sus guedejas entre sus dedos.
   
...El fuego que lo había consumido, los ligeros mordiscos que le dio en el cuello, el modo arrebatador en que lo preparó para recibirlo...
   
—... en el monte — acabó Mew, tironeándole un rizo para que le prestara atención.
   
—¿Qué?
   
Mew rio bajito y él le maldijo por resultar tan avasalladoramente atractivo. Ojalá hubiera sido deforme y repugnante. O jorobado y con el rostro marcado de viruela. De esa guisa, resultaría todo más fácil.
   
—Decía que encontraré ayuda para Wen mientras estamos en el monte.
   
—Lo siento, no puedo ir.

Mew dejó de entretenerse con su cabello, pero apoyó las manos en el muro y lo dejó encerrado entre sus brazos. Gulf no quiso mirarlo e intentó concentrarse en la hebilla de su cinturón, donde lucía el mismo emblema que en su escudo de armas.
   
—Creo, pequeño, que no me has entendido. No es una invitación a un paseo. — Su voz se endureció y sus ojos adquirieron un tono verdoso—. Es una orden, Gulf.
   
—Recordad, milord, que no soy un esclavo o un sirviente — protestó sin levantar el rostro—, sino un invitado en Kellinword, según dijisteis vos mismo. Por tanto, no debo obedecer vuestras órdenes.
   
—Entonces ¿por qué no te negaste a ir a las pocilgas?
   
El recuerdo del castigo le irritó, y esta vez sí se le enfrentó.
   
—¡Porque no quería descubrir mi identidad!
   
—¡Basta ya! Empiezo a estar harto de tus protestas y negativas, muchacho. ¡Y de tus excusas! Cuando prometí a Plowman hacer de ti un caballero, reconozco que me dejé embaucar por tu ridículo disfraz. Ahora he decidido convertirte en un joven Lord, y un Lord no puede estar todo el día en las cocinas, de modo que vendrás conmigo y aprenderás lo que un joven debe...
   
—¡¡No iré!!
   
Mew rechinó los dientes. Lo miró de tal modo que su estómago se contrajo. No era posible que aquél Gulf fuera el mismo que había tenido en sus brazos la noche anterior. Había hecho el amor con un doncel de verdad, suave y embrujador, y ahora se estaba enfrentando a una víbora. Lo agarró del brazo y lo arrastró sin importarle sus quejas. Cuando llegaron al patio de armas, Gulf vio que Jes y Max estaban ya a caballo y que había dos monturas preparadas. Trató de escapar, pero los dedos que lo sujetaban eran grilletes, y no pudo evitar que Mew lo depositara a lomos de una de ellas de forma ruda. Intentó un amago de salto, pero Mew lo señaló con un dedo amenazador.
   
—Gulf, si vuelves a discutir mis órdenes, juro por lo más sagrado que te retorceré el gaznate.
   
Gulf lo retaba a desafiarlo. Con gesto orgulloso, tomó las riendas, regalándole una mirada de desprecio. Taconeó los flancos del caballo y trotó rumbo al portón sin atender a las risas divertidas de los caballeros.
  
Gulf dominó la montura con agilidad y Mew montó en la suya, entre el jolgorio de los otros. Parecían tener claro que era incapaz de dominar a aquella fiera. Y Mew comenzaba a pensar que tenían razón.
   































                             🖤🥀🖤




































Las pezuñas del semental chapotearon en la orilla del riachuelo cuando Gawin Caskey de Noirmont se acercó. Sobraban las salutaciones y preliminares, y Mike fue directo al asunto mientras trataba de retener a su nerviosa bestia.
   
—Enric Kanawut de Lynch no se unirá a nosotros.
   
—¿Hablasteis con él?
   
—No seáis necio. No me fío de ese hombre. Nunca lo hice. Es extrañamente fiel a sus principios, y eso le hace peligroso. He sacado mis propias conclusiones. Como sabéis, su nieto mayor, Lord Kanawut, está prometido a Mew por orden expresa de Ricardo. Por otro lado, Enric parece tener en estima al Rey, a pesar de todo. A pesar de ser normando, quiero decir, no os ofendáis. En Lynch se respira un aire poco propicio al príncipe Juan.
   
—No es el único lugar — sonrió Gawin—. Vivo esa sensación en Charandon.
   
—Pero vuestro hermano...
   
—Alexander, mi hermanastro, piensa que Ricardo es el verdadero Rey, que el viejo Henry debería haberle cedido el trono antes de que se soliviantase. No me habléis de atmósfera de traición, Mike, sé lo que es eso.
   
—¿Sabe el conde lo que estamos tramando?
   
—Ahora sois vos el necio. Jamás permitiría que Alexander conociera mis planes... nuestros planes — rectificó de inmediato—. Se me enfrentaría. Y llevo demasiado tiempo esperando conseguir lo que me pertenece —acabó en tono misterioso.
   
—Bien. Podemos tener a los hombres reunidos a primeros de agosto.
   
—Preferiría que fuera antes.
   
—Algunos vienen de muy lejos. Calmad vuestra impaciencia. Yo lo hago, a pesar de arder en deseos de echar el diente al castillo de Mew.
   
—Tenéis razón. Tiempo al tiempo. Nos veremos a primeros de agosto, y para entonces, Mike, nuestro ejército superará el de Kellinword. Pasaremos a ese castillo bajo el filo de nuestras armas. Cuando terminemos, os juro que Mew no será más que el recuerdo de un bastardo.
   
—Y pondremos a Juan en el trono.
   
—Oh, sí. Claro. Pondremos a Juan en el trono de Inglaterra.
   
Gawin maniobró las riendas y se alejó sin despedirse, Mike le siguió, entornando los ojos. Sabía cuáles eran sus motivos para unirse a la causa de Juan, pero Gawin Caskey de Noirmont parecía tener una razón oculta.

Presintió que no era solamente poner en el trono al hermano de Ricardo y ganar honores, y se preguntó qué otro germen anidaba en su interior para que deseara tan fervientemente acabar con Mew. 🖤

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