Treinta y siete 🖤

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Tras el torneo, la actividad diaria volvió a su rutina. Gulf aprovechó un descanso para entrevistarse con su abuelo, aún de tapadillo, muy cerca de los tenderetes de verduras. Por fortuna, Kaownah parecía afectado por sus nulos avances en la conquista del Lord, y apenas se dejó ver.

Tanto Enric como el conde de Charandon permanecían en el castillo, aceptando la invitación de Mew, a la que no se sumó Nortich. Ambos se marcharían pronto. Alexander seguiría su camino para hacerse cargo del feudo cedido por el Rey y Lynch regresaría al suyo. A éste le preocupaba el transcurso de los acontecimientos, y así se lo hizo ver a Gulf.

—Necesito un poco más de tiempo, abuelo —le rogó.

El anciano no quería dejar a su nieto en manos de Mew, pero no había alternativa.

—Sólo hasta que llegue la respuesta de Ricardo —zanjó—. Sólo hasta entonces. Y juro, por los cuernos de Satanás, que tanto si el Rey acepta como si no, te sacaré de este castillo. ¡Y harás lo que yo te diga!

Gulf se conmovió porque su abuelo siempre estaba ahí, presto a su rescate, y regresó a las cocinas. Pero estuvo muy lejos de allí.

Wen se plantó frente a él, con las manos en las caderas.

—¿Vas a estar todo el día haraganeando?

—Estaba…

—Soñando —acabó ella—. Ya lo veo. ¿Crees que soy ciega? No has hecho más que marear los platos.

Gulf asintió.

—Discúlpame, estoy muy cansado.

—No es mi problema que te hayan tenido en vela la noche entera, niño. —Gulf se sonrojó y Wen dio marcha atrás—. Lo siento. Mi lengua se suelta con facilidad. Pero esta maldita cena de despedida de los invitados del Lord, después de todo el jaleo del torneo, está acabando con mis nervios. Anda, acércame una cesta de manzanas, hay que preparar pasteles. Y muévete, que sola no puedo.

—Ahora mismo.

Mew apareció en ese momento. Había tomado la costumbre de darse una vuelta por allí cada dos por tres. Saludó con un parco «buenos días» y descubrió una empanada recién horneada; puso los ojos en blanco y partió un buen trozo, a sabiendas de lo mucho que le fastidiaba a Wen. Lo engulló de un bocado.

—Mamá —le oyó la vocecita a Zee—, ¿vas a castigarlo?

Ella respingó.

—¿A quién?

—Pues a él —dijo el pequeño, cargado de razón, señalándole con un dedo—. A mí me castigaste cuando me comí la empanada.

La buena mujer se sonrojó hasta la raíz del cabello y Gulf y Mew rompieron a reír con ganas.

—¡Largo de aquí, demonio! —Empujó al niño hacia el patio—. ¡Santa Madre de Dios! ¡Castigar al Lord por comerse su propia comida!

No bien se dio la vuelta, se los encontró besándose. Otra, en su lugar, quizás hubiera salido de la cocina a hurtadillas, dejando a su señor en el trance. Ella, por el contrario, los enfrentó con los brazos en jarras.

—No doy abasto, milord. Agradecería, por tanto, que adoptéis una decisión respecto a él —dijo con entereza, obligando a ambos a que le prestaran atención, un tanto azorados.

A Mew le desarmó.

—Quiero decir —aclaró Wen— que si queréis a Gulf en las cocinas, bien. Y si lo deseáis para que caliente vuestra cama, bien también. Pero lo uno o lo otro, milord, porque yo tengo mucho trabajo y este pobre niño me sirve de poco con vos cerca. Necesito alguien que no se duerma de pie, de modo que más vale que lo llevéis de vuelta a vuestro lecho y me facilitéis a alguien que me ayude de verdad. Tenéis invitados, y yo no puedo hacer milagros con dos manos.

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora