Siete 🖤

305 58 4
                                    


Gulf despertó apenas tocaron a prima. Se le escapó un quejido al incorporarse. Le dolía todo, hasta en las uñas de los pies.
   
—Ayer resultó todo un reto, ¿eh? — saludó Kamon.
   
—Fue una carnicería. — Consiguió ponerse en pie y echó los hombros hacia atrás.
   
—Mew te quiere en su recámara.
   
—¿Ahora?
   
—Su escudero está preparando los aparejos para ir de caza y necesita alguien que les ayude. No te retrases.
   
—¿Por qué no vas tú? Yo tenía que echar una mano a Jes.
   
—Porque Jes ha pedido un baño caliente y no creo que te apetezca cargar con los cubos y cepillar su espalda — rio Kamon.
   
—No, desde luego que no.
   
Acompañado por las idas y venidas de Kamon, quien, a pesar de su pierna impedida, se las apañó para acarrear agua caliente y llenar la bañera de Jes, Gulf se lavó la cara, los brazos y el cuello.
   
—Lo que yo daría por un baño caliente...
   
—Quítate esas ropas de macho y lo tendrás.
   
—¡Vete al infierno!
   
Kamon estalló en carcajadas mientras Gulf se alejaba hacia los aposentos del Lord.
   
Gulf llamó a la puerta de Mew. Los cubos alineados en el pasillo encendieron una lucecita de alarma cuando Mew dio permiso. Entró, cerró la puerta a sus espaldas y maldijo a Kamon por lo bajo.

Mew se estaba desnudando.
   
—Pásame el agua que hay fuera, Gulf — pidió.
   
Gulf se quedó pegado al suelo, observando cómo Mew se desnudaba, dejando al descubierto un torso ancho y unos calzones tan ajustados como una segunda piel.
   
—¿A qué esperas?
   
Casi de un salto, se volvió, abrió la puerta y escapó al exterior. ¡Por el amor de Dios, Mew iba a bañarse! Tenía que buscar una excusa para largarse de allí lo antes posible. Su abuelo jamás había permitido que él ayudase a los huéspedes en su aseo personal y, aunque no era un mojigato, jamás había visto a otro hombre desnudo, más que a si mismo. Al cerrar los ojos con fuerza, se le apareció aquella inmensa extensión de piel blanquecina, sus músculos, los hombros anchos, los brazos... Se le secó la garganta.
   
—¡Gulf, trae el agua! — gritó Mew desde el interior.
   
Miró a todos lados, buscando una salida. ¡Era un doncel bien nacido y...! De pronto, recordó que no lo era. ¡Qué demonios! Ahora sólo era un muchacho al que querían convertir en escudero. Él esperaba que le ayudara y no veía el modo de escapar sin ganarse una buena tunda, que no estaba dispuesto a soportar. Tomó aire y levantó la primera olla de agua caliente. Empujó la puerta con el hombro y cruzó el recinto con la cabeza gacha hasta llegar a la tina de madera, donde vertió el líquido. Por el rabillo del ojo, vio a Mew desprenderse de la única prenda que le cubría, y el sofoco le aumentó. Su rostro se tornó escarlata. Alcanzó la segunda olla de agua fría y salió casi corriendo en busca de la tercera. Cuando volvió a entrar, el normando estaba entrando en la bañera. Tropezó con la esquina de un arcón a su derecha y a punto estuvo de derramarlo todo por el suelo.

Mew tenía un cuerpo como para aturdir a cualquiera.
   
—Date prisa, por el amor de Dios, o cuando lleguemos al bosque los ciervos se habrán ido a dormir — le instó Mew.
   
Vertió el agua caliente con tal precipitación que parte de ella cayó directamente sobre el pecho de Mew.
   
—¡Maldita sea! — protestó Mew, poniéndose en pie—. ¿Estás loco?
   
Gulf se quedó pasmado.

De pie, dentro de la tina, tan desnudo como había venido al mundo, Mew lo miraba como si quisiera estrangularlo.
La sangre le subió hasta la raíz del cabello y balbució una excusa.
   
—Muchacho, puedo entender que odies a los normandos, pero nunca creí que fueras capaz de intentar convertirme en eunuco.
   
—Lo lamento, milord. Yo... yo...
   
—Olvídalo y acaba de una vez.
   
Gulf salió a la carrera y regresó con la última olla de agua. Sus manos temblaban al acercarse a la tina y desvió la mirada de nuevo para no ver su gloriosa desnudez.
   
—Gulf, ¿quieres mirar lo que haces, en nombre de Cristo? ¡Me escaldarás!
   
Gulf, con el corazón retumbando en el pecho, se concentró en que el agua cayese a los pies de la tina. Rebajó luego la temperatura con una olla de agua fría. Cuando acabó, estaba tan alterado, que se quedó al lado de la bañera, con las manos cruzadas a la espalda y los ojos fuertemente cerrados. Sólo reaccionó cuando Mew, con un tono irónico, le preguntó:
   
—¿Su excelencia me frotaría la espalda?
   
Tomó la esponja que Mew le tendía con sus nervios bailando una agitada danza. Temblaba como una hoja. Se colocó detrás de él y se inclinó. Al pasar la mano por su ancha espalda, Mew abrió los labios entre suspiros.
   
—Más fuerte.
   
Hizo lo que Mew pedía, aunque no pudo mirarle mientras le frotaba. Se sintió culpable, agachado allí, en la habitación del hombre con el que Ricardo deseaba casarlo, atendiéndole como si ya fuera su esposo. Mew, el odiado enemigo... El estómago comenzó a dolerle.
   
Mew se volvió, le arrebató la esponja de sus manos, mientras despotricaba algo entre dientes contra los sajones y todo su linaje, y acabó frotándose él mismo el pecho, los brazos y las piernas. Luego se incorporó y miró a Gulf, que permanecía estático, rojo como la grana, la vista clavada en la ventana. Esperó quince segundos antes de estallar:

Fuerza y Orgullo 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora