Capítulo 11

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LUNÁTICO Y PSICÓTICO

Santiago

¿Qué tan enfermo, podrido y despiadado tienes que ser para tener la osadía de secuestrar y usar a los humanos en tus crueles negocios?

Las personas que hacen eso me asquean y repugnan, despiertan en mí un sádico sentir que me envuelve la garganta y los sentidos como púas de alambre porque inevitablemente me hacen recordar cosas que odio, cosas que me rompieron cuando solo debí ser feliz.

Avanzo por el tejado del edificio donde montaré guardia y miro como una combi negra se aparca frente al edificio donde seguro resguardan a los secuestrados.

Por la mañana, antes de que se convocara la junta, mandé a Diego a peinar la zona y escuchó una conversación entre dos sirios los cuales revelaron que hay un burdel subterráneo donde las víctimas reposan antes de ser llevadas al Diamante Negro.

Me detengo cuando noto que el edificio donde estoy está algo despegado del otro que me da mejor vista a mi objetivo. Por ello, retrocedo lo suficiente para brincar al otro extremo. Tomo vuelo, sostengo bien mi fusil e impulso mi cuerpo logrando caer en dos al otro edificio.

Es ya de madrugada y la ventaja de este lugar es que no hay farolas por lo que todo está sumido en una deliciosa penumbra silenciosa.

Sigo caminando y brincando edificios, importándome poco meterme un vergazo al caer porque el peligro siempre ha sido parte de mí y hacer esto es pan comido. Una vez en la zona que me da vista directa para inspeccionar, me tiro pecho tierra y acomodo mi Barrett M82 para mirar a través del lente.

No hay personas transitando afuera, tampoco se ve que lleguen más camionetas, sin embargo, capto el movimiento de alguien. Es un encapuchado. Sostiene una MP7 con firmeza y es inevitable no detallar ese subfusil alemán. Es uno de mis favoritos.

Sigo el rastro del hombre. Mira a todos lados, se acerca a la puerta del edificio, pero alguien abrirla lo hace esconderse y camuflarse en la sombra que proyecta un muro. El que seguí hace horas es quien sube a la camioneta negra para irse dejando el frente libre por lo que el encapuchado aprovecha para pasar corriendo y perderse en la oscuridad.

Esa es mi señal para dejar mi cómodo lugar.

Con rapidez me levanto, sostengo bien mi arma y salgo corriendo del techado hacia las escaleras para, en menos de dos minutos, estar ya cruzando la desértica calle con una CZ 75 en mano que es básicamente una pistola semiautomática hecha de acero y cuyo origen radica en la República Checa.

Me escabullo al callejón oscuro dónde entró el encapuchado, mantengo mis sentidos alerta, pero soy muy lento para reaccionar cuando me empujan al piso de forma violenta para luego colocar su pie en mi espalda.

—¿Quién eres y por qué vienes aquí? —espeta una voz femenina que arde en rabia. Me giro y la tiro al piso logrando que grite. Mi arma le apunta la cabeza.

—Lo que haga aquí es mi puñetero problema —respondo en un gruñido. La poca luz que proyecta la luna me hace verla. Trae una capucha y el mismo camuflado que el hombre que sigo. Ni siquiera me lo pienso cuando le arranco la tela del rostro encontrando una rubia cabellera y ojos grises que me observan con rabia.

Es ella.

Es Sirena.

De mala gana me hace a un lado quedando arriba de mí, un objeto de metal presionándose en mi garganta. La verga se me tensa porque nunca había visto a una mujer tan jodidamente sexy luciendo enojada y que se mueva ligeramente encima de mis abdominales no ayuda en lo absoluto porque la imagen de su cuerpo desnudo aparece en mi cabeza para enloquecerme.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora