Capítulo 33.

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LUCIFER NO TE QUISO EN SU INFIERNO

Santiago

Tonta. Impulsiva. Demente. Desobediente. Eso es la mujer que sale eyectada del jet segundos antes de que este impacte y explote contra el otro.

Aprieto la mandíbula y desciendo el vuelo a una velocidad peligrosa para entonces presionar un botón, estirar las palancas de eyección y salir rumbo al mediterráneo a salvarla.

No debería hacer esto, debería simplemente dejarla morir considerando que no es nada mío, pero una parte irracional y primitiva de mi cerebro me ha obligado a lanzarme tras ella. Por ello, recibo el impacto del mediterráneo cuando me hundo en su agua y bajo esta me remuevo el chaleco antibalas que traigo puesto antes de que su peso me inmovilice.

Agudizo la vista notando como la rubia se va perdiendo en la negrura del agua cayendo más y más profundo. Un destello de fuego aparece encima de mi cabeza dejando en claro que se autodestruyó el jet.

Nado con todas mis fuerzas hacia ella, pero tal parece que su cuerpo es una pesada roca que va bajando cada vez más lo cual me hace gruñir porque le dije que no hiciera eso, pero le valió verga.

Muevo las piernas y brazos como si estuviese en medio de una carrera hacia el infierno e intento mantener el poco oxígeno en mis pulmones.

Comienzo a desesperarme cuando no la alcanzo, pero entonces ella recobra la consciencia y empieza a manotear, a gritar.

Sus ojos localizan los míos y noto el miedo en ellos. Desafortunadamente vuelve a desmayarse lo cual me preocupa.

Finalmente la alcanzo. Tiro de su brazo hacia mí y con todas mis fuerzas me impulso a la superficie mientras la abrazo fuerte contra mi cuerpo. Necesita oxígeno inmediatamente porque si no morirá.

Las piernas empiezan a arderme, el aire a faltarme y la desesperación a inundarme. Siempre he amado el agua, pero en momentos como estos me hace odiarla porque todo fuese más sencillo si los humanos fuésemos como los mamíferos marinos.

Empiezo a contar los segundos, incluso los minutos, que me toman llegar arriba. Cuando cuento el minuto tres mi boca se abre para toser y mi nariz absorbe todo el oxígeno que puede. Tomo la mandíbula de Sirena para entonces darle suaves golpecitos en su mejilla.

—Hey, despierta —le digo, mi voz saliendo muy rasposa debido al agua que tragué—. Despierta, Sirena. Ya estamos en la superficie. —Pero la mujer no reacciona, de hecho, está demasiado pálida y lánguida, casi como un muerto. Tenso la mandíbula, eso no es buena señal—. ¡Verga, despierta!

La zarandeo no encontrando otra cosa qué hacer pues practicar el RCP en medio del agua es imposible ya que estamos flotando en medio de la nada. Entonces una idea llega a mi cabeza, una que incluye colocarla en horizontal esperando que así expulse el agua.

Así que me mantengo equilibrado y la pongo en dicha posición sobre mis brazos, más ella no expulsa nada porque está inconsciente.

Debo admitir que mi desesperación se va haciendo grande ya que nunca he perdido a un soldado por culpa del ahogamiento y ciertamente esta no será la primera vez. Así que me la aviento encima de la espalda y con ella así nado hacia el destructor el cual está muy lejos desde nuestra localización. Mi propio corazón empieza a latir fuerte ya que lleva mucho tiempo inconsciente y las secuelas pueden ser catastróficas si no hago que respire en los próximos minutos.

Nunca en mi vida había nadado tanto, y aunque siento los músculos tensos, no permito que se me acalambren ya que eso mandaría a la verga todo. Conforme más avanzo siento que el tiempo se me agota, que el destructor está demasiado lejos de nosotros, pero entonces el diablo me envía un regalo transformado en una pequeña lancha la cual es manejada por mi capitán.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora