Capítulo 17

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DELICIOSA SEMILLA

Vicenta

Estoy sentada en la playa viendo como mi Santiago corre descalzo por toda la arena, mientras intenta hacer volar el papalote. De mi boca escapan pequeñas risas porque me resulta muy divertido mirarlo así y más cuando estuvo toda una semana sin salir de su cuarto porque mi papi que no es su papi, lo castigó.

Me levanto para correr tras él, pero de pronto la tierra tiembla provocando que la arena se parta en dos. El mar se vacía dentro de la ranura y mi corazón suelta furiosos latidos llenos de horror cuando miro a Santi muy alejado de mí. Lágrimas escapan de mis ojos mientras la garganta se me desgarra por los gritos

—¡¡Santi!! ¡¡Santi!! ¡¡Santi!! —grito su nombre, pero él ya no me escucha porque el mar desbocado se lo traga llevándolo lejos de mí.

Caigo de rodillas al piso mientas suelto espantosos gritos que me derrumban completa. No quiero estar lejos de él. Lo necesito conmigo, protegiéndome, queriéndome, haciéndome feliz. Vuelvo a gritar su nombre al tiempo que feos truenos iluminan el cielo negro lo cual me asusta. A cómo puedo me levanto, me alejo y busco brincar la partidura de arena para llegar al otro lado e ir por él, pero caigo, me golpeo y pronto sangre sale de mi cuerpo.

—¡¡Ayuda!! ¡¡Ayuda!! ¡¡Por favor ayúdenme!! —grito, y entonces siento unas fuertes manos zarandearme de los hombros que me hacen abrir los ojos abruptamente, mi corazón latiendo frenético en mi pecho.

—¡Verga, tranquila! ¡Es solo una pesadilla! —me dice el coronel Bestia mientras toma mi rostro entre sus manos.

Noto el horror en su mirada y entonces me paralizo.

Si yo estoy recostada, y puedo ver sus ojos, él debe estar... Me alejo inmediatamente al caer en cuenta de que qué estoy encima de su duro cuerpo el cuál he empapado con mis lágrimas.

Mi espalda queda pegada al metal de la litera mientras mi pecho sube y baja ante lo errático de mi respiración. Con manos temblorosas me limpio el rostro húmedo.

—Lo... Lo siento. Yo...

—No tienes qué disculparte por algo que no está a tu alcance. Tranquila, Sirena.

Mi nombre clave en su boca me resulta doloroso porque así solía llamarme mi Santiago. Un grande nudo se forma en mi garganta porque esa pesadilla solamente es un recordatorio de cómo nuestros caminos tomaron diferentes rumbos. Él con su decisión de abandonarme sin más y yo con las atrocidades que mi papá hizo conmigo.

Coloco mis rodillas contra mi pecho y con mis brazos las rodeo para entonces esconder mi cabeza en el hueco que queda. Busco tranquilizarme, alejar el recuerdo del único humano varón que me quería genuinamente e intento apagar mis emociones, pero todo se sale de control. De un momento a otro un aniquilador llanto me invade, sus ojos negros vienen a mi memoria y todo lo que vivimos juntos me atropella para masacrarme.

Santiago era mi todo.

Hizo que mis días fuesen más llevaderos tras cada agresión que recibía de papá y fue quién me dio demasiadas experiencias hermosas. Me cuidó cuando mamá no pudo y fue mi mejor amigo cuando mis hermanas ni siquiera me hablaban. Pero me dejó, me hizo a un lado como un barril de basura y jamás regresó por mí. Esperé, esperé y esperé incluso en medio de mi calvario traumático, pero mi Santi jamás vino.

Nuestros sentimientos no fueron suficiente y a la larga comprendí que tal vez fue precisamente por eso que se fue pues no era sano ni moral. Era asqueroso, aberrante, un cruel pecado que enterré cuando comprendí su magnitud. Pese a eso, desearía tenerlo a mi lado porque sus brazos siempre fueron mi santuario, ese hogar que me daba calidez y ese amor que nunca tuve.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora