Capítulo 8

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TAN DIOSA Y PERFECTA

Esteban

Que ese bastardo esté aquí me enfurece por el simple hecho de que puede estropear mis planes si se da cuenta de lo que hice. Digo, igual se va a enterar porque pretendo restregárselo en la cara, pero será a mi tiempo y modo.

Por ello, le hablo a Reinaldo para que me traiga lo que le pedí cuando me dijeron que mi esposa había tenido un aborto. Camino en círculos y maldigo el haber jodido lo que ahora debo volver a hacer, pero es que con ella jamás puedo controlarme.

Al cabo de cinco minutos Reinaldo, mi amigo y teniente, llega con el frasco de ácido fólico cuya etiqueta dice «anticonceptivos». Cometí un error, pero lo pienso solucionar ya que lo necesito.

—¿Te miraron? —le pregunto, entrando al interior del cuartel para buscar a Vicenta quien se fue indignada porque le reclamé que tardó mucho duchándose.

—Negativo. Sabes que soy muy discreto —responde, caminando a mi lado.

—Excelente —chasqueo mi lengua y miro a los alrededores—. Vete a la cafetería y júntame a todos que en breve daré un comunicado.

—Entendido.

Hace un saludo militar y se va trotando mientras yo busco a la teniente, pero no la encuentro. Pregunto a sus amigas quienes me dicen que la vieron subir las escaleras así que me dirijo a la habitación que nos dieron en la madrugada que llegamos pues seguro está ahí.

Troto los escalones para agilizar esto, en el trayecto tengo la desgracia de toparme con Cárdenas a quién ni saludo, pero su voz me frena.

—¿Ya no saludas a tus amigos? —ríe con descaro, enfureciéndome.

—Tengo trabajo que hacer. Si piensas chingar con lo mismo puedes mandar tus preguntas al buzón de «me tienes hasta la puta madre».

Cárdenas endurece sus facciones y cómo deseo restregarle en la cara que su queridita hermanastra pendeja hace todo menos escribir sus novelitas como él piensa. Sin embargo, me trago las ganas porque, como dije, solo yo sé en dónde, cómo y cuándo se lo diré. Aún no es momento de explotar la bomba que seguro le destrozará más que el ego porque raramente confía en mí cuando jamás le he dado motivos para hacerlo ya que es obvio mi aborrecimiento hacia él, sobre todo cuando descubrí lo que descubrí.

Se cree muy recto, muy chingón en la milicia y no es más que un falso de mierda. Pero esa verdad también es algo que me estoy reservando porque alguien inmoral como él que mira con ojos de hombre a la mujer con la que se crio cuando lo adoptaron debería estar tras las rejas o, mejor aún, ¡muerto!

De solo mirarlo me da asco, pero si le seguí el juego de hacer como que miro normal su obsesión por ella es nada más para beneficio propio.

—¿Quién era la rubia con la que hablabas? —pregunta y me tenso porque sabía que se daría cuenta, solo espero que no la haya reconocido ya que habrá problemas, unos que ahorita no necesito cuando hay un operativo en proceso.

—Eso es algo que no te importa. Y si me disculpas, tengo cosas que hacer.

No espero a que responda porque sigo mi trote a la habitación.

Tal como lo predije, encuentro a Vicenta.

Miro su desnudez, está frente a la cama cambiándose de uniforme. Sube sus bragas por sus gordas piernas y luego se coloca el sostén.

Joder, en verdad me arrepiento tanto de haberme casado con ella, pero ni que hacerle. Lo hecho, hecho está.

Desde el inicio ha sido la mujer que me está ayudando a conseguir lo que decía aquel testamento y desgraciadamente ahora le toca cumplir otra cláusula sin que ella sepa ya que primero debo asegurarme que mi heredero sea varón porque tener una fémina es un error que no volveré a cometer.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora