Capítulo 34.

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¿LA MATÉ?


Esteban

Las mujeres como Vicenta me enervan de una forma tan violenta que la única manera de calmarme es golpeando un saco de box o la pared hasta destrozarme los malditos nudillos. No obstante, también causa en mí un efecto que aborrezco, uno que nunca puedo controlar cuando la tengo cerca y es un irrefrenable deseo que me pone la riata tan dura que incluso duele.

Suelto un puto gruñido y alzo su pierna mientras embisto duro en su caliente coño el cual ya no sangra debido al legrado.

Escondo el rostro en su espalda sintiendo como la piel de mi falo es envuelta por su carne y como se me empapa de sus jugos, unos que me sorprenden porque es la primera vez que lubrica para mí.

Ella empieza a responder, a moverse contra mí lo cual revienta un bombillo imaginario en mi cabeza haciéndome tomarla de las caderas con rabia para embestirla de una forma en que la cama rechina y golpea la pared.

Mi esposa suelta gemidos placenteros que me hacen fruncir el entrecejo, y me pregunto con quién carajos está soñando porque conmigo jamás reacciona así. No obstante, hago eso a un lado y disfruto su cuerpo, listo para iniciar la tarea de ponerle un heredero en su vientre porque sí o sí necesito un varón.

—Sí... Más... Más rápido —gime la rubia, tomando mi mano que aprieta su cadera, para impulsarse con más rudeza hacia atrás, impactando contra mí de forma energética, descontrolada.

La forma en que me la engorda no es normal, yo no debería estarme excitando con ella, pero pasa y no puedo controlarlo. La pongo en cuatro mientras mis gruñidos y sus gemidos suplicantes inundan la habitación que el comandante chipriota Andros Panteli nos asignó cuando pedimos posada en su base militar tras destruir el buque robado.

Gracias a los rayos lunares que atraviesan la ventana puedo ver que Vicenta clava sus uñas contra las sábanas y no voltea a mirarme, está sumida en una seminconsciencia que la tiene caliente como un volcán. Mi carne se estrella contra la suya de una forma violenta y ansiosa, puedo sentir sus paredes apretarse contra mi miembro lo cual me hace tensar la mandíbula porque se siente demasiado bien.

Mierda, esto es la puta gloria.

Me inclino sobre su espalda y beso su hombro para luego hincarle los dientes mientras embisto con salvajismo, arrancándole gritos que dejan en claro lo cuan despierta está ya. Meto una mano bajo sus pechos y la alzo contra mí, ella parece comprender lo que deseo porque empieza a montarme en esta posición que me está perdiendo. Cada uno de mis músculos se tensan cuando su lubricación me chorrea en los muslos empapándome tanto que me sorprendo. ¿Ella en verdad es capaz de mojarse así? La rabia me inunda de un momento a otro por lo que la tiro de nuevo en cuatro y me la cojo como un animal, el impacto de mis movimientos golpeando tan duro la pared que incluso le hago un hueco.

Pero no puedo parar, no quiero parar.

Es por eso que me recuesto de lado tras ella, pegando su espalda contra mi duro tórax mientras alzo su gorda pierna derecha con mi brazo para penetrarla en esta posición que me permite ir más hondo. Vicenta suelta más jadeos, incluso me clava las uñas en el antebrazo y poco me importa. Empiezo a besarle el hombro, el cuello e incluso chupo el lóbulo de su oreja entregándome en este asqueroso sentimiento lujurioso con la mujer que odio y saca lo peor de mí.

—Dios mío... —susurra ella, su respiración demasiado entrecortada, su voz pastosa y arrastrada siendo un peligroso canto para un monstruo como yo.

Cuando me aburro de esta posición, la vuelvo a poner en cuatro y entonces eyaculo minutos más tarde de una forma tan brutal que termino sacudiéndome entero. Pierdo fuerzas en cada una de mis extremidades por lo que caigo encima de ella, aplastándola.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora