Capítulo 21

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BESOS CON SABOR A MARIHUANA

Vicenta

Quitar una vida es algo que desde hace mucho no me pesa.

La primera vez que maté fue en Julio del 2008 en defensa propia pues un hombre me interceptó cuando salí de una tiendita de abarrotes. Recuerdo perfecto como su asquerosa mano me cubrió la boca tal como una enorme garra para que no gritara. Sus asquerosas uñas largas se me clavaron en las mejillas haciéndome daño al grado de sentir que incluso me tocaba el hueso cigomático.

También recuerdo cómo me llevó arrastrando hasta su espantoso auto destartalado para despojarme de mi ropa y violarme con brutalidad.

No pude defenderme porque físicamente estaba casi en los huesos, y tampoco sirvió de mucho gritar ya que su auto amortiguaba cualquier sonido.

Ojalá pudiese decir que me dolió, pero estaba ya tan acostumbrada a ser abusada que simplemente me quedé estática, sintiendo como su órgano viril empujaba dentro de mi lastimado cuerpo el cual aún estaba recuperándose de un fuerte trauma, ya sabes, ese que por el cual pasa la mujer cuando tiene un bebé.

Mi segunda víctima fue en el 2011 y a partir de ahí más vinieron que ya perdí la cuenta. Es por eso que lo que hice hace horas con el jet de combate no me tiene histérica, de hecho, estoy tranquilamente comiendo una lata de atún que saqué de una CCM y la cual me traje al décimo piso del edificio destartalado donde estamos quedándonos.

Como soy francotiradora, me toca montar guardia porque no voy a permitir que civiles vuelvan a hacer una estúpida huelga.

Pasos acercarse me hacen esconder mi lata de atún y pararme de la silla, pero cuando veo quién entra a la habitación, me relajo y continúo comiendo.

—Excelente trabajo, teniente —me felicita Bestia, acercándose a mi lado de modo que pronto tengo su cuerpo presionando el mío contra la pared—. Debido a que estamos en un lugar muy pobre, no puedo darle un regalo como se lo merece, no obstante, vengo a traerle uno de mis dulces favoritos. Considérese afortunada ya que no suelo compartirlos.

—¿Le gustó cómo lo hice, mi coronel? —pregunto, recibiendo el mazapán que me da al tiempo que una punzada me apretuja el pecho ya que Santiago solía amar estos. Tenía una obsesión por los mazapanes. A cada nada los compraba e incluso tenía un cajón lleno con ellos pues decía que le daban un poco de dulzura a su realidad. Antes no entendía el peso de sus palabras, pero con el tiempo, y ya de adulta, sé que ese dulce lo hacía sentirse un chico normal libre de tormentos.

La tosca mano del coronel se coloca en mi mejilla, sacándome de mis pensamientos sobre el chico que mis padres adoptaron y con su rasposo pulgar me la acaricia provocando que el corazón se me agite porque es tierno, sutil. Es el tipo de suavidad que esperarías de un íntimo amante, o eso leí en internet una vez.

—Me encantó demasiado, teniente —se inclina un poco, rozando apenas mis labios con los suyos en un casto beso que me pone a levitar—. Los noticieros retrataron el corazón de fuego que hizo y la verdad estoy impresionado.

—Solo seguí el dibujo que hizo en el mapa —le digo, regresándole el besito para luego apartarme y abrir mi dulce—. ¿Cree que con eso dejen de molestarnos?

—No, pero al menos se lo pensarán antes de jodernos.

Es increíble cómo a cada lugar donde llegamos para resguardarnos logran dar con nuestra ubicación. Sospecho que hay alguien vendiendo información al Don de la mafia siria. ¿Pero quién? No puedo simplemente acusar a alguien sin tener pruebas, porque es muy probable que ese alguien esté entre nosotros.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora