Epílogo 3.

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DEMASIADO HOMBRE

Santiago

—¿Papi? —Pego un respingo al escuchar esa pequeña voz hacer eco por la silenciosa cocina. El pedazo de pastel que iba a comerme resbala de mis puñeteras manos haciéndome maldecir por lo bajo.

Giro sobre mis talones encontrándome a Gustavo frotándose su ojito derecho mientras aprieta un gorila de peluche contra su costado.

—¿Qué haces despierto, Gus? —le pregunto, tomando una servilleta para levantar el pastel que ya no podré tragarme. Lo peor es que era el último. Mañana tendré que hacer otro lo cual me jode.

—Tengo sed, papi.

Suelto un resoplido y saco una mini botella de agua del refrigerador al tiempo que dejo mi desastre para limpiarlo mañana. En cambio, voy hacia el castaño para cargarlo. Él se aferra a mis brazos desnudos mientras me dirijo con él a la isla donde lo siento.

—Ten.

Gustavo deja el gorila de peluche a un lado y toma con sus manos la botella, sus ojos grises mirándome conforme bebe agua. Una punzada de rabia y culpa se acentúa en mi pecho porque Sirena y Vicenta vienen a mi cabeza, especialmente la primera a quién no he podido olvidar.

Han pasado tres meses desde la última vez que la miré y su recuerdo aún sigue latente en mi cerebro al igual que la textura de sus labios y eso me enloquece.

No quiero pensarla, quiero arrancarla de mi puñetera cabeza, pero tal parece que me lanzó el peor de los embrujos porque hasta dormido la sueño.

He follado con demasiadas hembras desde que llegué de Finlandia, perdí la cuenta después del número cincuenta, pero ni eso ha sido suficiente porque el único coño en el cual deseo enterrar mi erecta verga es en el suyo.

No entiendo qué vergas me pasa, pero está fastidiándome el hecho de pensarla a cada nada porque, además de rememorar como la embestí, recuerdo la conversación que tuvimos en donde me confesó que Morgado es su puñetero esposo. Habría preferido mil veces que me asesinaran con una bazuca antes de haber escuchado esa verdad que nada más me inyectó de más odio. Pero eso me pasa por pendejo e imbécil. Nunca más pretendo clavarme con una hembra porque ya vi que todas son traicioneras, manipuladoras y cobardes. Y claramente soy demasiado hombre para alguien así.

—¿En qué piensas, papi? —cuestiona Gus, sacándome de mis deplorables pensamientos.

—En tonterías —le agito su cabello—. ¿Listo para ir a dormir, pequeño?

—¡Sí! ¿Me cantarás una canción?

—La que desees.

Además de ser excelente asesinando, sé cantar y cocinar. Supongo que en otra vida habría sido un hombre normal con demasiados pasatiempos y cualidades.

Subo las escaleras en forma de espiral mientras Gustavo me plática energéticamente que soñaba con una sirena de cola color dorada y cabello negro demasiado sedoso y largo la cual nadaba con él bajo el mar mientras ambos buscaban conchitas tomados de la mano. Dichas palabras hacen estragos en mi cabeza y pecho porque ahora, por culpa de aquella teniente descarada, no puedo solo relacionar a esa criatura mitológica con Vicenta, sino que ahora debo compartirlo con esa cobarde de mierda.

Maldita la hora en que eligió usar «Sirena» como nombre clave en el operativo y maldito sea yo por poner mis ojos en ella desde el momento cero.

La furia y resentimiento se me enrollan en la garganta como un alambrado de púas mientras avanzo con más rapidez, no obstante, una sombra me detiene en seco provocando que mi jodido corazón lata de una forma que bien podría causarme un puñetero infarto aquí mismo.

La sombra pertenece a Alessandro quien está de brazos cruzados mirándome con el ceño fruncido. Ese niño pocas veces sonríe, a veces tiene demasiado parecido a mí e incluso he bromeado con Maximiliano diciéndole que es mi hijo biológico.

—Te imaginaba dormido, Alex —murmullo, subiendo el último escalón.

—Llevas aquí tres meses —sisea, su tono dejando en claro que es un reclamo y que sigue enojado conmigo por abandonarlo en mis operativos—. ¿Por cuánto tiempo más estarás con nosotros?

—Once meses.

Alessandro se queda pensativo, como haciendo cuenta de las festividades que pasaremos juntos y, si debo ser honesto, me emociona estar con ellos porque ya entendí que mi atención solamente debe ir hacia las personas que jamás me han dado la espalda, personas que no tienen miedo a quedarse conmigo pese a todo.

—¿Estás seguro? —indaga con desconfianza, achicando sus ojitos grises, unos que lucen demasiado turbios, tal como una violenta tempestad.

—Sí, Alex. Estoy demasiado seguro.

—Bien. —Alza el mentón con soberbia—. Entonces iré planeando la fiesta de Halloween.

—Quedan dos semanas aún.

—Lo sé, por eso debo planear.

Dicho eso, Alessandro se da la media vuelta para irse a la habitación mía dejándome a solas con Gustavo en el pasillo. Cierra la puerta de manera estruendosa y entonces un potente «¡Sí!» el cual suelta con demasiado brío, retumba por la silenciosa casa haciéndome sonreír.

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Mi único consuelo de la separación es que Santiago pasará tiempo con sus nenes.

¡Nos vemos en Tempestad!

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora