Capítulo 30

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SOY VIOLENCIA Y MONSTRUOSIDAD

Esteban

Media hora antes del ataque

La herramienta de un soldado no es su fusil, sino su cerebro, un órgano que pesa menos de dos kilogramos y el cual nos hace ser fuertes o débiles en el peor de los casos.

Desde que tengo uso de razón había deseado estar en tierras sirias combatiendo el crimen, y la primera vez que vine aquí fui demasiado feliz.

Recién había culminado el curso introductorio que todo militar debe aprobar si es que desea pertenecer a nuestras instalaciones. Este curso consta de varias fases: pruebas físicas y psicológicas, pruebas de combate terrestre, pruebas en medio del mar y otras en medio del fuego. En total estamos en arduo entrenamiento por medio año lo cual te agota física, emocional y mentalmente, pero solo los fuertes son capaces de soportarlo.

Posterior al curso introductorio existe algo llamado «Mes Negro» donde te hacen derramar lágrimas de sangre y donde te replanteas el seguir en el ejército. Es aquí donde muchos desertan pues es un mes lleno de brutalidad, violencia y monstruosidades.

Finalizado el «Mes Negro» inicia lo bueno pues eres mandado a diversas partes del mundo para terminar con los malos y a mí me tocó venir aquí. Estuve tres meses dando de baja a terroristas, empapándome de tanta información como era posible y armando estrategias para acabarlos a todos.

Obviamente terminar con todos los criminales es imposible, pero incluso ahora no pierdo la esperanza de que eso culmine pronto.

Es por eso que me arranco las agujas de mi cuerpo y me levanto de la cama mirando el yeso que tengo cubriéndome el antebrazo y la muñeca izquierda.

Tuvieron que meterme a cirugía de emergencia pues mis dedos sufrieron unas espantosas fracturas que me tendrán incapacitado de la mano. Lo bueno es que la lesión ocurrió en la no dominante así que realmente me vale mierda estar limitado porque incluso funcionando a medias soy capaz de lograr buenas cosas.

También me intervinieron para sacarme la bala que mi esposa disparó en mi muslo, pero esa herida no pasó a mayores y qué bueno sino le habría roto la columna a esa hija de perra porque si algo grave me pasa la arrastro conmigo.

Abandono la habitación donde buscaban retenerme y me topo a Calixto mirando el asqueroso mural que tienen. Este es el peor hospital donde me han atendido y sinceramente estoy que me vomito al mirar tanta carencia.

Me detengo a su lado, colocándome en una pose que deje en claro que no deseo a nadie cerca porque ya tuve suficiente de los doctores.

—Si estás aquí es porque algo ocurrió —espeto a secas, recordando como lo mandé de regreso cuando me trajo al hospital—. Así que habla, Falcón.

—Hacker revisó su computadora satelital y encontró puntos enemigos dirigiéndose a la zona donde hacemos campamento mientras llega el destructor.

—¿Hace cuánto fue eso?

—Diez minutos.

—¿Cuántos puntos enemigos son? —indago, girando la cara para verlo. Él continúa mirando el mural, algo que me jode porque siempre he considerado una falta de respeto no ver directo a los ojos a alguien.

Calixto solía sostenerme la mirada hace un par de años, pero algo cambió y ahora evita tal cosa. Por más que le he llamado la atención no hace caso. Es como si tuviese miedo a que sus ojos delataran algún crimen que hizo lo cual es imposible.

Él es un buen capitán, jamás ha errado y no tiene manchas en su expediente, así que no entiendo por qué tiene tanto temor.

—Son treinta camionetas, calculamos que vienen seis personas en cada una.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora