Capítulo 20

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POCA TOLERANCIA

Esteban

Los oídos me zumban cuando salgo de la sala de juntas que tuve con el Mando Supremo de este país ya que en las noticias avisaron que el cuartel militar en Tartús fue consumido por un bravío fuego posterior a un cruel atentado que dejó ruinas y calcinados.

Intento comunicarme con Cárdenas y Ferrer, pero ninguno responde así que recurro a Falcón, pero nada. Termino arrojando el radio militar contra la pared logrando que este se rompa en dos lo cual atrae miradas de las personas que van y vienen por el pasillo de la embajada rusa.

La curiosidad de saber si están con vida me carcome la cabeza provocando que me pase ambas manos por el cabello ya que no me importa si él murió, me preocupa que Vicenta haya tenido la osadía de abandonarme cuando su muerte, desde el momento uno, ha estado destinada para mí, pero si ella murió en ese lugar todos mis planes se jodieron.

Un insoportable picor me recorre las palmas de las manos haciéndome soltarle cinco puñetazos a la pared seguido de un gruñido frustrado porque soy capaz de ir a revivir a esa perra ya que a mí no me va a dejar.

—¡Guau, primo! ¡Tranquilo!

La voz del comandante de las Águilas Calvas, es decir, Bernardo Morgado, quien es mi medio hermano, pero él cree que es mi primo por mentiras familiares, irrumpe mi arranque de ira lo cual me enoja más.

Sangre escurre de mis nudillos, más no me inmuto por ello ya que saco un trapo de mi pantalón para envolverme la mano que punza, pero tampoco me importa.

—Lo estaría si mi puto ejército no estuviera rostizado —bramo, sintiendo las miradas de los demás en mí—. ¡¿Qué mierdas se les perdió!? ¡Dejen de estar mirándome como si jamás hubieran visto a un hombre enojado golpear paredes!

Absolutamente cada persona que tenía sus asquerosos ojos sobre mí se gira para regresar a sus labores.

—No sabemos si los muertos son ellos —rebate Bernardo, pero simplemente le doy un empujón para ir hacia uno de los soldados que vinieron conmigo ya que urge que vayan a identificar los cuerpos. No obstante, soy interceptado por Maximiliano Romanov, el general supremo de la FESM rusa.

Justo lo que me faltaba.

—Quítese de mi camino —espeto enojado, buscando esquivarlo, pero el hombre, quien además es más alto que yo, hecho que me enerva, coloca su mano en mi hombro para detenerme—. Aleje su puta mano de mi hombro que se me va a olvidar el rango e importancia que tiene en la milicia. Además, ¿qué hace aquí? Se supone que está vetado del país.

—Relájate, ¿quieres? No soy tu enemigo —responde, evadiendo mi pregunta lo cual me crispa.

—Pues lo será si no aleja su puta mano de mi hombro —vuelvo a repetir, ya que si algo odio es que me toquen cuando estoy enojado.

Corrección, odio que me toquen en cualquier tipo de circunstancia. Solo una persona lo tiene permitido y ahorita está en otra ciudad ayudando con las personas que fueron afectadas por aquellas armas bioquímicas.

—¿A dónde vas?

—Eso a usted no le importa.

—Claro que me importa, ¿se te olvida que tu papi me habló para cuidarte el trasero, niñito maleducado? —Que me diga eso nada más provoca que mi poca tolerancia se vaya al carajo porque esperé todo de mi padre, menos que me considerara un pelele incapaz de cuidarse cuando toda mi jodida vida la he pasado dentro del ejército instruyéndome para ser el mejor.

—Ayuda de ustedes no pedí y tampoco la necesito, así que tomen sus mierdas y lárguense a su país que en Siria me están estorbando —rebato, esta vez dándole un duro empujón que lo hace trastabillar y soltarme.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora