Capítulo 50

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TODO ME VALE VERGA

Santiago

No sé qué vergas pasó por mi cabeza al aceptar venir a esta puñetera celebración. Llevo aplastado una maldita hora donde todo lo que recibo son miradas curiosas de algunos colegas por haber ingresado con la teniente descarada quien no para de tragarse los chocolates que le compré. Apuesto que si duramos más tiempo sería tan capaz de comerse hasta las rosas como si fuese un dinosaurio.

«Sería un dinosaurio muy hermoso», murmulla mi subconsciente, provocando que mi puñetero corazón se sobresalte.

Trago saliva y la miro de reojo. Sí, está llena de moretones, tiene las mejillas un poco hinchadas, pero aun así luce como una diosa guerrera, como la hembra que deseo presumir en todo Rusia y el mundo para después colocarle una corona de diamantes haciéndola dueña y señora de todo mi sádico imperio.

Repito, no sé qué vergas pasó ni me está pasando, pero Sirena despierta en mí una bravía obsesión y posesión que está comiéndome lento y no debería ser así. No es porque esté casada, sino porque al estar experimentando estas mierdas siento que traiciono la promesa que le hice a esa chiquilla que abandoné.

«—Ella ni te nombra, ¿sabes? Ni se acuerda de ti. Así que por tu salud mental considero que ya la olvides, Cárdenas. Coños hay muchos, supera ese».

Las palabras del bastardo que no rescaté llegan a taladrarme las neuronas de una forma que deja en claro cuánto deseo desmembrarlo.

Si lo tuviese al frente volvería a entregárselo a Ahmed Makalá para que lo torture, porque no me queda duda de que ese imbécil lo quebró ya que, si por algo es conocido el Don de la mafia siria, es por disfrutar romper a los que se creen duros. Este último pensamiento me hace mirar a la teniente descarada quien está cabeceando.

Aprieto las manos en puños y tenso la mandíbula. ¿Qué tanto la lastimarían? ¿Quiero saber lo que le hicieron? No, realmente no quiero saberlo porque entonces voy a enloquecer. Perderé la poca cordura que hay en mí y eso es un peligro para el mundo pues, si pude joder un país entero solo porque no me quisieron entregar a Sirena, no quiero ni imaginar el desastre que puedo llegar a hacer si me entero de las atrocidades que le hicieron en esa base paramilitar.

El cuchicheo de mis compañeros de carrera me hace apartar la mirada de ella para enfocarme en lo que dicen.

—¿Quién es ella? —pregunta uno tras de mí haciéndome apretar los puños.

—No lo sé, pero está curiosa. ¿Ya le miraste los dedos? —responde una mujer en tono burlón que me pone a hervir la sangre.

—Sí. Se los destrozaron todos. ¿Será una soldado?

—Lo más probable. Aunque no entiendo de donde si nunca la había mirado por la base. Tal vez es la puta del coronel.

—El coronel tiene novia, Stacy.

—¿Y? Sabes lo mujeriego que es.

Mi furia se dispara haciéndome parar, sacar el arma que escondo bajo la toga y apuntar a los imbéciles que están hablando pestes de la mujer más valiente que conozco. Los ruidos de asombro se escuchan de fondo.

—¡¡Saquen sus puñeteros culos de este salón inmediatamente o no respondo!! —rujo de forma muy agresiva, quitándole el seguro a la Makarov mientras apunto la glabela de la bastarda que llamó puta a Sirena y a mí un mujeriego lo cual no es mentira, pero no es el momento para eso.

—¿Disculpa? ¿Por qué debería obedecerte?

—¡Porque soy el coronel de la puñetera base donde fuiste aceptada para estudiar esta carrera, hija de la verga! —rebato, mirándola con dureza. La mujer se torna pálida—. ¡Soy tu puñetero superior así te ardan los ovarios!

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora