Capítulo 32.

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COMBATE AÉREO

Vicenta

Desde mi posición puedo ver a Bestia quien se fuma un porro de marihuana como si tuviese hambre. Se nota tenso, rabioso y a nada de golpear al primero que se le atraviese. Me pregunto qué lo tiene así de alterado y si sería prudente bajar de mi posición para ir a él. ¿La razón? No lo sé, solo me gustaría verlo tranquilo.

Suelto un resoplido descartando la idea y mejor me enfoco al frente, mirando como el destructor se va haciendo paso por el mediterráneo.

—¿Todo bien, bebé? —me pregunta Ricardo, haciéndome girar la cabeza hacia él encontrándome así una mirada preocupada.

—Solo estoy cansada, Ricky —le miento, no puedo decirle que tengo ganas de ir a abrazar a ese hombre colosal. Sería inapropiado y me delataría por completo. Mi adulterio debe quedarse enterrado, más ahora que Esteban está cerca.

—Eres una pésima mentirosa, bebé —ríe el teniente Flores, mi cuerpo entero tensándose en anticipación—. Tú y él son el significado andante de la indiscreción.

—No sé de lo que hablas —finjo demencia, porque es imposible que nos hayan visto. Es decir, cada uno se fue por distintas direcciones.

—Hazte guaje —ríe más, sus ojos negros clavándose en los míos—. Mira, entiendo, sabes. A veces la tentación es tanta que es inasequible no caer en el pecado.

Que me diga eso me altera de una forma espantosa porque si él se dio cuenta los demás tuvieron que verlo también.

Mierda, se supone que fuimos discretos.

Si esto llega a oídos de Esteban...

—¿Desde cuándo lo notaste? —espeto bajito, sintiendo mi corazón en la garganta. Esta conversación debe ser una falacia—. ¿Los demás lo saben?

—Escuché cuando chingaron antes de ir al Diamante Negro —dice como si nada y es como sentir que me ponen rocas encima de los hombros—, y no, creo que los demás no saben ya que cuando los escuché el pasillo estaba desértico.

Sus palabras logran relajarme y alterarme en las mismas proporciones, pero si no me está viendo mal significa que no me está juzgando.

—Seguro piensas que soy mala esposa...

—Siempre he dicho que si tu marido no te respeta tú tampoco debes hacerlo ya que el respeto debe ser mutuo —se encoje de hombros, dejando en claro que sabe sobre Esteban y Montserrat lo cual es vergonzoso porque ahora soy la cornuda que pone los cuernos—. Esto aplica para todo tipo de relaciones, y antes de que preguntes el por qué digo esto, debes de saber qué sé sobre Esteban y su ex, de hecho, tuve la desgracia de mirarlos coger antes de que enviaran a la enfermera a la mierda esa de los ataques químicos en Saraquib.

Podría reclamarle el por qué no me lo dijo, pero sinceramente me da igual lo que ese monstruo rubio haga con su miembro asqueroso.

Entre más lejos esté de mí, mejor.

—Esto es muy jodido —resoplo y regreso la mirada al coronel Bestia—. Estar en brazos de ese hombre me hace sentir en casa y tenerlo dentro de mi cuerpo me inyecta de vida, de coraje, de valentía y todo eso que hace a una persona sentirse poderosa e indestructible.

—¿Tanto así, bebé?

Hago un asentimiento y Ricardo tose, no sé si a propósito o porque se le atoró la saliva. Sea como sea, hablar sobre esto con alguien se siente bien.

«Dices que Jesús es tu mejor amigo, pero mírate, perra. Estás teniendo este tipo conversaciones con el soldado mecánico», riñe esa voz en mi cabeza, logrando que la culpa se me enrosque en el cuello porque tiene razón.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora