Epílogo 1.

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PERFECTA MENTIROSA

Vicenta

Si pudiera borrar todo lo que hay en mi cerebro no me atrevería a hacerlo, porque entonces olvidaría la existencia de mi príncipe del mar lo cual sería sentirme más vacía de lo que ya estoy.

Cuando me encuentro triste pienso en él para herirme con más ganas. Es un acto masoquista que ya se hizo costumbre, una que no puedo corregir por más que lo intento. Es como aquellas personas que escuchan canciones tristes para deprimirse más. No tiene lógica, ni es sano, pero ayuda a soltar esa bola negra que te consume.

Hoy es un día importante. Debería sentirme nerviosa o emocionada por lo que va a suceder en solo minutos, pero solamente siento la bonita "nada" que me hace percibir un gran hueco en el centro de mi estómago.

Sé que eso no es normal, de hecho, estoy 100% segura que hay algo mal en mí, algo que murió cuando subí al avión que nos trajo de regreso a México hace tres meses. Es algo que no he podido recuperar y dudo hacerlo algún día porque ¿cómo vas a reconstruir algo que muchas personas han roto? ¿Cómo vas a pegar unas piezas que ni sabes en dónde carajos están?

Suelto un enorme bufido mientras observo mi reflejo en el espejo.

Porto el uniforme militar de gala especial para los ascensos. Es color blanco y está compuesto de dos piezas: un saco estilo smoking el cual tiene mi rango y apellido pegados en un lado y una falda de tubo que llega justamente a las rodillas. Mis pies portan tacones de aguja bajitos, aun así, me resultan incómodos. Todo es del mismo insípido color y eso me causa urticaria.

Miro mi rostro, ya no está lleno de moretones, de hecho, recuperé la belleza que siempre me ha condenado salvo que porto una cicatriz que va desde mi sien, pasa por mi ceja negra derecha y termina en mi pómulo. Es apenas perceptible gracias a la cirugía que practicaron los cirujanos rusos cuando estuve en aquel país, pese a eso, logras ver su color rosáceo y más cuando tengo la piel tan pálida.

Mis dedos, en cambio, ya están bien, tanto los de las manos como de los pies. Pese a mi testarudez de no quedarme quieta lograron recomponerse y ya puedo moverlos mejor pues he tenido la ayuda de un buen fisioterapeuta. Incluso mis costillas están mejor. El dolor me dejó hace un mes y eso me tiene sintiendo como nueva.

Aparto la mirada del espejo que me refleja y salgo del dormitorio que tengo aquí en la Unidad de Operaciones Especiales. Camino con el mentón en alto hacia el lugar donde nos citaron.

Durante años he tenido dificultades para ascender de rango, por alguna u otra razón siempre pasan de mí, de milagro llegué a teniente, pero admito que me gustaría ser capitana primera por más egoísta que parezca incluso cuando no me emociona como antes.

Sé que lo merezco porque hago bien mi trabajo, de eso soy consciente. También soy puntual y nunca falto a un entrenamiento. De hecho, incluso estoy entrenando a los nuevos cadetes que llegaron hace unas semanas y han mostrado muchos avances. Eso me suma puntos ¿no? Sin embargo, la forma en como obtuve el último "requisito" para ascender a capitana no me gusta porque en todos los años que he laborado jamás había matado a unos perritos.

Aquellos recuerdos de Chipre donde me tocó disparar mis balas contra esos canes aún me taladran la cabeza. De hecho, me hacen despertar constantemente por las noches donde me encuentro cubierta en sudor y con el corazón latiendo a mil. Sé que no debo culparme, menos cuando ya no puedo cambiar el pasado, pero eso no significa que no duela. Lo peor de esas noches de insomnio es despertar asustada y mirar a Esteban a mi lado. No sé qué diablos pasa por su cabeza, pero desde que regresamos ha invadido mi espacio personal para dormir conmigo. Si bien lo rescaté porque lo necesito vivo, eso de ningún modo significa que deseo intentar un matrimonio normal con él.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora