Capítulo 35 (Parte 2)

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LOCOS Y ENFERMOS

Vicenta

Cuando ingresamos a la biblioteca reconozco una melena rubia que me frena abruptamente haciendo que suelte la mano de Bestia como si tuviese espinas que me han lastimado. El corazón empieza a golpearme duro contra mi pecho y estoy por decirle al coronel que nos vayamos a otra parte, pero mi esposo se da la vuelta para enfrentarnos, sus ojos jade brincan del ruso a mí.

—¿Qué hacen aquí? —indaga, mirándonos con el ceño fruncido.

—Investigaciones —responde el ruso, encogiéndose de hombros y caminando hacia una estantería llena de archivos criminales para fingir buscar algo—. Necesitamos agilizar esta verga a como dé lugar.

Esteban se le queda mirando con una rabia tan palpable que, si Bestia lo nota, lo ignora. Recuerdos de la pelea que tuvieron aparecen en mi cabeza haciéndome sentir miedo ya mi esposo se veía que realmente ansiaba matarlo y fue por esa razón que le disparé en la pierna lo cual fue como firmar una sentencia de muerte. Sus ojos verdes reparan en mí quien sigo estática en medio de la biblioteca sin saber realmente qué hacer.

—¿Y tú qué? ¿Piensas quedarte cómo estatua, Sirena? —Mi nombre clave en su boca me provoca náuseas y hace arrepentirme de haberlo usado para este operativo. Bestia claramente escucha el tono golpeado en que me llama Esteban pues alza una ceja.

—No, coronel. Solo me dio una punzada en el cuello, es todo.

Cualquier furia en su mirar es apaciguado cuando menciono eso y automáticamente sus ojos verdes reparan en el collarín que estoy obligada a usar por su maldita culpa.

Opto por perderme en medio de las estanterías fingiendo que busco algo que pueda servirnos en lo que sea que estamos haciendo aquí en Chipre. El silencio que se instala en la biblioteca resulta incómodo y escalofriante. Reviso el reloj que está al centro de este lugar notando que falta poco para que culminen los diez minutos que Bestia le puso a Letal cómo límite.

Salgo de la biblioteca excusándome de que necesito ir a orinar y empiezo a buscar a Jesús ya que lo necesito para lo que haré. Desgraciadamente no lo encuentro tan rápido como desearía pues toda esta base es enorme.

Le pregunto a varios soldados si saben dónde están quedándose los mexicanos y para mí fortuna me guían en el camino. Apenas vislumbro a mi mejor amigo, me lanzo hacia él. Sus ojos café almendra se abren en horror al mirarme, más no dejo que diga nada porque tomo su mano para sacarlo de esta pequeña sala. Ya en el pasillo le suelto una la bomba que lo hace mirarme incluso peor.

—¿Entonces deseas que haga un apagón y congele las cámaras?

—Sí. ¿Puedes ayudarme con eso?

—Claro, Chenta. Es decir, no sé para qué deseas hacer eso, pero seguramente hay una buena explicación.

—La hay, pero prefiero guardármela antes que meterte en más problemas.

Jesús asiente y quedo en comunicarme con él apenas sepa la hora en que deseo que haga eso. Él regresa a la sala mientras yo emprendo el camino de regreso a esa biblioteca donde, afortunadamente, Esteban ya no está. Encuentro a Bestia en otra hilera de libros y junto a él está Letal.

—Mi hacker aceptó unirse al plan —le digo, Bestia asiente y mira al rubio.

—Encárgate de evacuar la cocina y a cada trabajador —ordena el coronel ruso, su compañero alejándose sigilosamente entre los pasillos.

—¿Por qué la cocina? —pregunto, mi ceja alzada.

—Los haremos comida. Es la forma más fácil de desaparecer sus cadáveres.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora