Capítulo 4.

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BELLEZA SÁDICA

Vicenta

Voy corriendo por el pasillo oscuro de un hospital con el vientre abierto en una espantosa raja horizontal. Con mis manos intento pegar mi carne para así detener el sangrado que desliza como chorro, pero resulta imposible hacerlo.

El dolor que me atraviesa cada fibra nerviosa en mi cuerpo me hace sollozar y poco a poco puedo sentir como mis latidos cardiacos van aumentando a una velocidad que me alarma. Estoy sudando, no puedo respirar bien y siento que en cualquier momento voy a desfallecer, pero si hago eso los perderé de vista.

Con la mano ensangrentada limpio mis lágrimas porque ya no estoy viendo bien, pero entonces me detengo cuando vislumbro un carro con la puerta abierta a mitad del camino. Música sale de él, y quien canta lo hace en un idioma que no comprendo.

Muerdo mi labio inferior cuando una punzada de dolor me atraviesa el vientre y caigo de rodillas al suelo, saliva escapando de mi boca. Suelto un potente grito cuando percibo como la raja en mi vientre se va haciendo más grande al grado de llegarme a los oblicuos.

Entonces palidezco al sentir que algo se me sale de ahí.

Con horror miro mis órganos empezando a regarse en el piso, intento tomarlos para regresarlos a su lugar, pero no logro hacerlo ya que se me resbalan con tanta sangre que tengo en las manos.

Aquella canción sigue repitiéndose, pero en un volumen más alto, asustándome demasiado. De pronto, todo se vuelve negro cuando una potente detonación hace explotar a ese carro frente a mí, pero lo que golpea mi cuerpo no son vidrios ni partes metálicas, sino chorros de sangre.

Suelto un manotazo al aire para alejar la pesadilla, sintiendo un dolor palpitante en mi cráneo junto a una incomodidad entre mis piernas. Mis ojos, los cuales percibo húmedos, se abren en horror y es entonces cuando noto a mi esposo encima de mí, embistiendo duro contra mi intimidad la cual escoce.

El miedo se me dispara con violencia haciéndome actuar por inercia. Lo empujo con fuerza sacando su miembro erecto de mi cuerpo y me pego como un perrito asustado a la pared.

Sudor perla mi piel, mi corazón truena dentro de mí y el espantoso zumbido que dejó aquella explosión en mi oreja me hace sentir náuseas.

—¡¿Qué diablos estabas haciendo?! —le grito con la voz agrietada, sintiendo como retrocedo al pasado que envuelve sus garras en cada una de mis extremidades.

Noto que estoy desnuda, que tengo chupetones en mis pechos y marcas rojas en mis muñecas lo cual me pone a arder los ojos porque esto yo no lo tenía.

No sé cómo llegué aquí, solo recuerdo haber salido volando con Jesús ante la explosión de aquel carro. Las imágenes violentas de ese suceso, junto a mi pesadilla, aparecen como película en mi cabeza que necesito parpadear para alejarlas.

Esteban se levanta del suelo, se acomoda el miembro erecto dentro de su pantalón y rueda sus ojos en completo hastío.

—Me satisfacía, ¿algún maldito problema, nena? —brama, acercándose nuevamente a mí. Golpeo su mano cuando busca tocarme y eso es un error porque su mano me regresa el golpe en forma de una cachetada que me aturde demasiado, potenciando así aquel zumbido en mi oreja.

—¡Claro que hay un maldito problema! —vuelvo a gritar, esta vez poniéndome de pie para buscar mi ropa. La encuentro tirada en una esquina—. ¡No puedes hacerme esto! ¡No soy tu maldito vibrador humano! ¡Respétame!

—Eres mi esposa —se mofa—, puedo hacer lo que me plazca con tu cuerpo a la hora qué sea y donde sea estés o no despierta.

—¡Por supuesto que no!

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora