Capítulo 15 (Parte 2)

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Vicenta

El camino a la base naval es demasiado aburrido. No veo nada que no sean edificios bombardeados que deprimen más el ambiente. Intento mantenerme despierta, pero sinceramente tengo muchísimo sueño y los calambres en mi vientre no merman recordándome lo que perdí por culpa de mi esposo.

No lo deseaba, de loca le entrego otra parte de mí a ese monstruo, sin embargo, la culpa de no ser suficiente para proteger a seres indefensos me bajonea porque me deja en claro que no sirvo para ser mamá.

«Una traumada como tú no merece tener hijos», las palabras que una vez me dijo Esteban rebotan en las paredes de mi cerebro, provocando que mi pecho se comprima y sacuda con violencia porque duele sentir las pataditas del bebé durante meses en tu vientre, pero más destruye que te lo arrebaten apenas nazca cómo si tú fueses una simple incubadora humana que no tiene sentimientos ni pensamientos propios.

Miro la bolsita de pistaches que yace en mi regazo y los ojos me escuecen porque esos bebés son como estas semillas verdes. Durante instantes estuvieron conmigo, y al siguiente solo los vestigios de sus recuerdos permanecieron impregnados en mi ser.

—Es una comparación demasiado tonta —me susurro entre dientes, captando la atención del hombre que viene a mi lado y me arrepiento en automático porque tiene buen oído pese a que el motor del todoterreno es estruendoso.

—¿Cuál comparación, teniente? —pregunta y me palmeo mentalmente la frente.

—Nada. Cosas mías —guardo los pistaches en el tablero al tiempo que ahuyento las ganas de llorar—. Mejor dígame, ¿por qué cree que exista tanta maldad en el mundo y por qué siempre son los hombres quienes joden todo? Y antes de que me diga que no debo generalizar porque no todos los hombres son iguales, déjeme recordarle a Adolf Hitler y Osama Bin Laden quienes hicieron horrores mientras vivían.

—Por lo general surge en base a la desigualdad que existe en el mundo, a las absurdas leyes que buscan imponer en ciertos países y a las tontas ideologías que algunas personas tienen.

—En pocas palabras, existen muchas variantes —acoto a lo que él asiente dándome la razón.

—A eso súmele que, cuando le das poder a un hombre, este se convierte en una completa bestia.

Ni siquiera pregunto las razones de eso porque es un tema que me cala hondo ya que he estado rodeada de hombres poderosos que su único objetivo es dañar, herir y patear para enaltecerse, como si hacer eso les otorgara alguna medalla de honor o algún trofeo olímpico. Es cruel, asqueroso y ojalá no existiera.

—Cuénteme un secreto —digo de la nada, mirando por la ventana y buscando alejar la sensación que me recorre la piel cómo si alguien estuviese pasando sus garras metálicas por encima. No está haciendo frío, pero siento cada uno de mis vellos erizados.

—No tengo nada que decir —increpa, haciéndome soltar una risita seca.

—Oh, vamos, coronel —lo enfrento, su rostro medio girado, sus ojos negros atentos a mí que me ruborizo, pero no me acobardo—. El camino a la base naval es largo, estoy aburrida y seguro usted también. Nos serviría hablar de algo que no involucre guerra o temas que puedan acarrear discrepancias.

—Si quiere entretenimiento búsquese un circo y piérdase en él.

—¡Qué aguafiestas! —suelto y me cruzo de brazos, indignada—. Pero está bien, no hable si no quiere, pero tendrá que bancarse mi canto porque ya me hostigó el silencio y el funesto ambiente que muestran las ventanas.

El coronel Bestia frunce el entrecejo, no comprendiendo lo que he dicho y no pretendo explicarle. Simplemente conecto el USB que traigo en mi camuflado, al estéreo. Le subo todo el volumen para llenar el interior y me pongo modo cantante, entonando Dynasty de MIIA con sentimiento, con pasión, pues es la primera canción que aparece.

Cada verso, estribillo, coro y puente me golpea duro el pecho porque es ese tipo de canciones con las cuales llegas a identificarte incluso cuando no te ha pasado algo así.

Así que no me importa que mi voz no sea perfecta porque si algo disfruto es cantar, me hace olvidarme durante instantes en dónde me encuentro.

El hombre que va a mi lado no hace el intento por bajarle el volumen, de hecho, noto como relaja los hombros, medio sonríe y niega para seguir mirando al frente a la carretera.

Mi parte favorita se acerca y me preparo para dar lo mejor de mí mientras meneo suavemente mi miembro superior e incluso hago ademanes con mis manos; mi corazón latiendo fuerte.

—«And all I gave you is gone. Tumbled like it was stone. Thought we built a dynasty that heaven couldn't shake. Thought we built a dynasty like nothing ever made. Thought we built a dynasty forever couldn't break up».

Mi sonrisa se amplía porque me salió perfecto. Estoy por prepararme para entonar la coda cuando la grave, seductora, pero melodiosa voz del coronel Bestia me sorprende, ruborizándome y causando una hecatombe de sentimientos en mi pecho al tiempo que mis ojos se anclan en su perfecto perfil.

—«It all fell, it all fell down, it all fell down, eh» —repite esto una vez más y cuando lo finaliza, toma una ligera pausa para entonces, con más brío, cantar ya la oración final que manda intensos escalofríos placenteros por todo mi cuerpo—. «Thought we built a dynasty forever couldn't break up».

Ni siquiera permito que otra canción inicie porque le bajo el volumen al estéreo para procesar lo que ha pasado. Es demasiado abrumante, demasiado nuevo porque en mis años de servicio en la milicia jamás miré o escuché a un soldado de su rango cantar ya que lo consideran algo de jotos[1], una creencia completamente tonta porque algo así no define tu orientación sexual.

—¿Qué pasó, Sirena? ¿Por qué me miras como si fuese un zombi? —cuestiona con un tonito de burla, tuteándome por primera vez y eso, Dios, eso provoca estragos en mi cabeza.

—Es solo que nunca... Guau... —parpadeo, incrédula—. Es la primera vez que miro y escucho a un coronel cantar. Me ha sorprendido.

—¿Se deja impresionar con tan poco, teniente? —se ríe y sustituye mi asombro por furia—. Vaya, qué básica resultó.

Tenso la mandíbula y ni siquiera le respondo nada, simplemente me acomodo en mi asiento, me cruzo de brazos y miro al frente ignorando que rompió mi burbuja de una forma muy cruel.

¿Y qué si me impresioné? No tiene nada de malo y tampoco es algo común que mire todos los días, pero claro, cómo se siente superior, cree que tiene derecho a soltarme eso.

Maldita bestia.

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[1] Forma vulgar que los mexicanos usan para referirse a un homosexual.

[1] Forma vulgar que los mexicanos usan para referirse a un homosexual

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Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora