LOCOS Y ENFERMOS
Vicenta
En cuanto Esteban se va, le hablo a la enfermera y le pido de favor que me coloque el implante subdérmico. Creo que ella mira la desesperación en mis ojos porque rápidamente asiente y me coloca eso que evitará embarazos.
Yo solía tenerlo, me lo coloqué hace tres años a escondidas de mi esposo, pero en cuanto Esteban lo supo me lo arrancó a navajazos para después darme una mortal paliza que terminé con el brazo dislocado.
No es la primera vez que él se pone violento conmigo, se podría decir incluso que estoy muy acostumbrada a ello e intento fingir que nada pasó, pero lo de hoy fue distinto. Para empezar, no recuerdo haber accedido a tener sexo con él, de hecho, estaba soñando con Bestia, con nuestros encuentros carnales e ilusamente creí que era él quien me había despertado con sexo pues fue al último que miré antes de desmayarme.
Mi fantasía fue excitante, pero entonces miré la realidad y jamás me había sentido tan asquerosa. Quedé en shock al ver que era Esteban quien estaba dándome placer y no el coronel ruso que me salvó de morir ahogada. Él obviamente se dio cuenta de eso porque la forma en que me estranguló dejó en claro que iba a matarme por soñar con otro.
De solo recordar la presión de su cuerpo contra el mío, de su miembro dentro de mi cuerpo, mis ojos se llenan de lágrimas y la sensación de estar sucia me hace frotarme los brazos con furia como si eso pudiese borrar los gemidos que solté y el orgasmo que tuve gracias a él.
Miro el techo y dejo el llanto fluir, sintiendo que en cada goteo de agua sobre mi mejilla voy derrumbando la muralla de hierro que construí para que los abusos no me afecten.
El pecho se me torna pesado, tal como una piedra que busca hundirme, como un ancla el cual cae al fondo del mar y de pronto ya no soy la teniente de veintidós años, sino la niña de cinco que lloraba en la oscuridad posterior a los traumas que su padre y hermana mayor le propiciaban. Pero también soy aquella adolescente de diecisiete que se casó con un monstruo rubio que la hirió de mil formas. Soy todas ellas, cada una con sus respectivas cicatrices, dolores y tormentos.
Lentamente me levanto de la cama procurando no lastimarme más de lo que estoy. Me arranco la aguja del brazo, tomo mis pastillas y me escabullo de este lugar porque si algo odio son los hospitales.
Camino despacito por el largo pasillo evitando ser mirada por el personal de salud. Tener collarín me previene de mover el cuello como deseo y la incomodidad en mi ano me está aniquilando, pero ni así me detengo porque el dolor jamás será suficiente para frenarme ya que es este mismo el que me incentiva a nunca rendirme.
Doy vuelta hacia la izquierda y aquí encuentro una pared con un pequeño mapa del lugar en donde estoy el cual, al parecer, es Chipre, específicamente en una base militar y este pasillo corresponde al hospital militar.
La cabeza empieza a punzarme cuando leo algunas cosas en griego y otras en turco pues son los idiomas oficiales de este país. Para cuando medio me ubico me siento demasiado nauseabunda y es por eso que busco el primer bote de basura que encuentro para sacar aquello que ni he comido.
—¿Qué vergas te pasó? —espetan de repente, tensándome. Me limpio la boca con el dorso de mi mano de forma apresurada y despacio me pongo en vertical para encontrarme al coronel Bestia tras de mí. Porta un pantalón militar negro y una playera blanca con el logo del ejército de este país.
—Tuve una pelea con una chipriota —le miento sin que la voz me tiemble ya que me siento muy aturdida por lo que pasó con Esteban—, y me torcí el cuello, pero estoy bien. Nada que analgésicos no quiten.
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Tornado (Libro 1)
AksiyonSirena y Bestia son los nombres clave que utilizan la teniente mexicana y el coronel ruso que se encuentran combatiendo el crimen en diferentes países. Ambos tienen mucho en común: la profesión que ejercen en la milicia, la edad, un pasado, la forma...