Capítulo 42.

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CUCARACHA ASQUEROSA

Esteban

Mis ojos captan como ese bastardo hiere a la mujer que me pertenece con certeros golpes que la hacen perder la consciencia.

La furia me recorre por los nervios que su estúpido gas nervioso no pudo paralizar, y aunque deseo soltarle puñetazos hasta dejarlo inerte, sé que las tengo de perder pues estoy como un vegetal en el suelo.

La garganta me arde por soltar gritos para que se detenga porque nadie tiene el derecho de tocar a mi diversión.

Vicenta es mía para lastimar, mía para degradar, mía para golpear y mía para asesinar.

Desde que puse mis ojos en ella hace ya muchos años supe que la ataría a mí de todas las formas habidas y por haber que incluso si llego a morir ella jamás podrá olvidarme.

Me enferma sentirme así de posesivo con ella porque no la amo, pero ya es muy tarde para remediarlo pues se es lo que es.

Como un gusano intento arrastrarme hasta ella, pero cada movimiento acribilla mis nervios de forma espantosa porque los golpes que me dieron con ese tubo metálico seguramente fracturaron huesos, algo que me jode porque inservible no tengo lugar en la milicia.

Es bien sabido que un hombre lesionado equivale a ser un nadie y más en el mundo bélico donde la fuerza de uno lo es todo. Por esa razón no se admiten personas con antecedentes traumáticos que de algún modo hayan modificado sus huesos de su estado natural, y en estos momentos soy eso que tanto despacho cuando se llega la época de admitir nuevos reclutas.

Lo peor de todo es que una lesión así tarda meses y a veces hasta años en curarse lo cual perjudica todo. Miro mi pierna notando que está en un espantoso ángulo que deja en claro el desastre que es esto. Suelto un grande suspiro e intento alzarme, pero fallo cayendo al suelo y golpeándome la nariz.

La vergüenza e impotencia que me corroe el cuerpo es tan abrumadora que si tuviese una pistola me arrebataba la vida ya que esto no es propio de un Morgado.

Pero culpo a Vicenta por mi sentir y por esta nefasta situación. Ella siempre tiene la culpa de las desgracias que se presentan en mi vida. Me enfoqué tanto en resaltar sus tendencias psicopáticas que no estuve alerta viendo a todas direcciones mientras avanzaba a la base paramilitar.

Debí ser más cauteloso, debí estar al 100% haciendo mi trabajo, pero con ella a mi lado eso no fue sencillo. Su mera presencia me altera y desequilibra, razón por la cual no la tolero, pero que no la tolere no significa que disfrute ver como otras manos la dañan.

—Basta —logro decir de forma autoritaria, mi garganta ardiendo.

Ahmed Makalá detiene sus golpes para girar a verme, una sonrisa lobuna en su común rostro.

—¿Sigues vivo? —se mofa, sacudiendo su mano la cual gotea la sangre de mi esposa—. Sabes, deseo matarte, pero eso jodería mis planes.

Una sardónica risa escapa de mi sangrienta boca porque con esa simple oración me ha revelado demasiada información.

—Qué patético y estúpido debes ser para desear obtener algo a raíz de secuestrarme.

Cualquier sonrisa en su fea cara desaparece sustituyéndose por una máscara de indiferencia que intenta ocultar lo que está sintiendo, pero poco sabe que leer el lenguaje corporal es mi especialidad. No en vano soy un psicólogo clínico. Mi teoría se confirma cuando se acerca a mí y me suelta cinco patadas en mi abdomen que lejos de hacerme quejar, me hacen reír más fuerte.

—¡Cállate! —grazna, en sus ojos puedo ver el enojo que indica algo esencial y eso es que di justo en el clavo—. Deberías agradecerme de estar respirando que nada me cuesta dejarte en esa cámara de gas nervioso.

—Lo sé, pero si lo hicieras no obtendrías lo que deseas —espeto y busco sentarme, la cabeza dándome vueltas—. Así que mejor abre tu puto hocico y ladra lo que deseas. Aprovecha que estoy benevolente pese a la mierda que hiciste.

Otra persona le tendría miedo.

Otra persona estaría llorando y suplicando.

Otra persona habría mantenido su boca cerrada.

Pero yo no soy «otra persona».

Soy Esteban Morgado Fairbanks, coronel de operaciones especiales y nadie jamás ha podido acojonarme, ni siquiera mi propia sombra porque no hay nadie más monstruo que yo.

Y un monstruo no le tiene miedo ni al perro diablo.

Ahmed me observa con evidente rabia, sé que no le gusta cómo le hablo pues seguro está acostumbrado a que le supliquen, pero se topó con pared ya que ni a la muerte le rezo por mi bienestar.

—Veamos si continúas riendo cuando le abramos la espalda a tu perra.

Aprieto los dientes y enfoco mi letal mirada sobre él.

—Toca otra vez a mi perra —respondo en su mismo tono—, y cualquier oportunidad de negociación con mi padre se va al carajo aquí mismo.

Se lo piensa.

El bastardo criminal hijo de puta se piensa lo que he dicho y medita las palabras que mi boca ha expulsado porque no soy pendejo, sé que su razón de mantenerme con vida es porque desea algo de Román Morgado, seguramente también de Lucien Fairbanks pues no es novedad saber que el primero es mi padre y el segundo mi tío ya que mi familia viene del linaje presidencial. Esta información él bien pudo obtenerla con solo ver mi placa militar. La pregunta es, ¿qué desea pedirles? Espero descubrirlo pronto.

—Cúrenlos y atenlos en una silla —ordena Ahmed, haciéndome sonreír porque ya nos vamos entendiendo.

No se trata de ponerse al mismo nivel que el criminal, sino de sobrepasarlo y aplastarlo como la cucaracha asquerosa que siempre será pues nadie jamás podrá ser más inteligente que un soldado de mi calibre, ni siquiera una deidad porque como yo, ninguno.

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Queda solo 1 capítulo para finalizar el maratón, pero atentos a la nota final del próximo capítulo que les haré una pregunta 👀

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Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora